Y lo obvio
es que la crisis se generó en la ciudad de Wuhan donde existe un laboratorio
puntero que trabaja desde hace años con esta clase de virus. Si lo hace para
prevenir desarrollos futuros de la peligrosa criatura o para fabricar armas
biológicas de destrucción masiva, nadie lo sabe a ciencia cierta. Que la covid surgiera
allí en 2019 no es casualidad. Que se extendiera después por el mundo tampoco.
El virus inicial, asegura el biólogo Bret Weinstein, padeció tales tensiones
durante la fase de experimentación que busca, al expandirse por el planeta,
llevar al límite su programa evolutivo. Por eso muta tanto. Y China ocultó la
información a sabiendas. La verdadera teoría conspirativa, como ironiza Bill
Maher, es la que sostiene el origen natural del virus. Otro mito romántico.
Vivimos en la cultura más científica y tecnológica de la historia humana y aún
creemos, como ingenuos, que la naturaleza se venga con plagas de nuestros
excesos. Lo hemos visto en tantas películas y leído en tantas novelas, es parte
de nuestro imaginario contemporáneo, y nos negamos, sin embargo, a verlo en la
realidad.
Ahora sabemos la verdad y la verdad duele. La verdad es revolucionaria y lo pone todo patas arriba. La política, la ciencia, la educación, el capitalismo. Todo el mal en el mundo proviene de que hombres y mujeres no son capaces de enfrentarse solos a la verdad sin sentir angustia. Mucho menos a la soledad. Una y otra, verdad y soledad, forman una pareja maléfica. Como el virus y su nefasta politización. Esta pandemia representa el momento crítico en que se ha hecho visible para todos sin excepción lo que nadie quería ver bajo ningún concepto. Y lo que muchos interesados esperaban que nunca fuera visible. El siglo XXI se ha despojado de sus imposturas publicitarias y se muestra ahora al desnudo. Como un monstruo artificial. No nos engañemos más. Mirémoslo sin miedo mientras podamos.
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