Todos venimos de las fuerzas más bajas de la vida, de la noche del vientre materno, de la incognoscible agitación de la noche de los padres, lo que percibimos es noche y son tinieblas, pero todos perseguimos la claridad y el gozo (p. 31).
Tenía razón Hannah Arendt, amiga y admiradora de Hermann
Broch (1886-1954), cuando decía que este se había hecho escritor a su pesar. La
literatura representó para Broch la posibilidad de fundir en una sola matriz
alquímica las tres grandes magnitudes de su inteligencia: el don filosófico, el
científico y el poético-visionario. Su visión del mundo se asemeja a la de su
admirado Goethe para quien, como Broch escribió, ninguna ciencia o especialidad
cognitiva, en sus limitaciones evidentes, podía satisfacer el hambre de
conocimiento absoluto y el ansia de saber que expresa una obra como “Fausto”.
Este es el modelo literario con el que rivalizó Broch desde la exitosa trilogía
“Los sonámbulos” (1928-1931) hasta su culminación en “La muerte de Virgilio”
(1945) y “Los irresponsables” (1951), sin olvidar la novela póstuma “El
tentador” (1958).
Incluso en una novela de transición como
“El valor desconocido” (1933) es visible la grandeza que caracteriza su
literatura. En una carta a Willa Muir, su traductora al inglés, Broch expresó que
solo la consideraba un ejercicio de preparación para futuras novelas. Uno de
sus críticos más lúcidos, Egon Vietta, comprendió que suponía un avance
significativo respecto de su obra anterior. Leída hoy, es no solo una de las
grandes novelas de Broch, sino la que muestra con mayor claridad los
fundamentos metódicos de su concepción de la vida y la literatura.
Como explicó en una nota a su
editor, Broch coloca en el foco de su mirada al hombre intelectual como
representante de un mundo que ha perdido su unidad y se ha disgregado en
micromundos inconexos que bloquean el conocimiento global de la realidad. La
pretensión de totalidad de la ciencia se encarna en Richard Hieck, investigador
matemático que desea hacer carrera profesional en la Universidad al tiempo que
trata de desenredar los nudos vitales que atenazan su tortuosa psique. Su
entorno familiar lo constituyen una madre viuda (Katherine) que no se resigna a
su estado de soledad, una hermana opulenta (Susanne) con fuerte vocación
religiosa y otra escuálida (Emilie) con simétrica pasión mundana, un hermano artista
(Otto), bohemio y malogrado, y otro hermano (Rudolf) extraviado en Sudamérica.
Todos ellos tocados, de un modo u otro, por el aura tenebrosa del padre muerto.
En el contexto académico, retratado con toque
satírico, se mueven jóvenes estudiantes repletas de ambición, dotes y
atractivo, como Hilde Wasmuth, Erna Magnus e Ilse Nydhalm, junto a maestros veteranos
de lúcidas mentes que representan el fracaso definitivo (Weitprecht, director
de la tesis de Hieck) o el pragmatismo irónico (Kapperbrunn). Como se ve, Broch
sigue el modelo narrativo de la novela de formación, cuyo paradigma germánico más
reputado es el “Wilhelm Meister” de Goethe. Los dilemas del protagonista y sus
dudas lógicas y racionales sobre la posibilidad de que la ciencia pueda
aprehender los secretos más oscuros de la vida dan juego a Broch para realizar
la aguda radiografía anímica de un mundo positivista demasiado encerrado en sus
limitados valores.
Broch practica en esta novela extraordinaria el arte de los tres niveles representativos (acontecimientos, psicología y gnoseología) que, según teorizaba, debían componer una novela total: una novela que pretende expresar el absoluto de la vida. Así, cuando se enfrenta al cadáver del hermano suicida, Hieck descubre que el amor es conocimiento y se le revela la verdad: “es la unión de la vida y la muerte lo que forma la totalidad del ser, y la totalidad del conocimiento descansa sobre la muerte” (p. 155). Este conocimiento total es la meta de la novela entendida al modo de Broch como una nueva ciencia.
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