[Publicado hoy en medios de Vocento]
Esta
pandemia ha matado a mucha gente. Y ha matado también el sentido crítico. Ha anulado
la inteligencia de analizar y discutir. La pandemia ha impuesto la exigencia
ciega y el mandato colectivo como argumento de autoridad moral. La gente se ha
convencido de que usar las facultades intelectuales conduce al error. Que la
inteligencia traiciona al corazón, es decir, los sentimientos y las emociones, y,
en las circunstancias actuales, deben gobernar los dictados del corazón, ese tirano
cursi de una realidad que
se ha vuelto un desafío diario.
Otro mal de
nuestra época se llama amnesia histórica y la memoria sentimental es, al parecer,
la vacuna infalible. Tiene gracia. De modo que los mismos que pretenden olvidar
a toda prisa a los muertos de la pandemia arden por conocer con exactitud científica
no solo el número, sino la identidad y localización de los muertos republicanos
de la guerra civil. No veo nada malo en lo segundo, pero la ironía de lo
primero me parece escandalosa.
En este contexto, ciertos canales televisivos han encontrado
su razón de existir en satisfacer la demanda de convicción de los espectadores.
Garantizarles que no es necesario pensar por su cuenta, ni criticar, ni cuestionar.
Basta con creer en los dogmas de fe que se les administran a través de la pantalla
y les consuelan de los sinsabores de este tiempo desabrido. Es una innovación
mediática. Uno enciende la televisión y conecta con el canal favorito para
recibir la dosis indispensable de credulidad ideológica con que seguir viviendo
sin desengaño.
Muchos creen
que la inteligencia emocional consiste en tirar la inteligencia a la basura y
conservar las emociones y los sentimientos como único criterio de juicio. Si se
produce la conexión emocional, la cosa funciona y, si no, el mecanismo falla.
Este es el mundo inestable donde nuestros gobernantes han aprendido a moverse
como estrategas, más preocupados por las reacciones y opiniones de los
electores que por tomar decisiones eficaces que resuelvan problemas y mejoren
las condiciones de vida. Me siento ingenuo diciendo esto. Será que estoy
releyendo a Milan Kundera, más actual ahora que nunca. Como si lo que describen
sus novelas con lucidez, la experiencia totalitaria y sus terribles secuelas para
la vida y la inteligencia, se repitiera aquí y ahora de un modo irónico, bajo
el imperio del kitsch democrático. La lucha humana contra el poder, decía
Kundera, es la lucha de la memoria contra el olvido. En 1936 y en 2020. No lo
olvidemos.
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