[Publicado ayer en medios de
Vocento]
Vaya desastre de verano.
Es el verano de las mascarillas al viento y los mascarones de proa. Europa
piensa ya en el futuro y la gente sobrevive anclada en el presente, deseando que
el porvenir no les alcance con sus terribles pronósticos y pulverice sus sueños
de grandeza. La masonería de las mascarillas nos recuerda otra cosa. Creíamos haber
pasado lo peor y, sin darnos cuenta, otra vez lo tenemos ahí delante, como en
una atracción de feria. Si se cumplen las previsiones más pesimistas, el verano
será nefasto y el otoño un descalabro. Pero aplaudimos a Sánchez a su regreso
triunfal de Bruselas como si volviera con la vacuna milagrosa en el bolsillo.
La pequeñez es una
cualidad inherente a Europa, decía Claudio Guillén. Europa es ahora un emporio
de mercaderes y tecnócratas y veintisiete naciones confinadas en su burbuja
política y cultural. Mal que le pese, España no puede compararse con ninguna de
ellas. La pequeña, gran Europa se ha puesto firme esta semana y nos ha
reprochado nuestra incapacidad. España ha sido humillada a través de Sánchez a
cambio de un chorro de euros con el que no vamos a cubrir ni una mínima parte
de los gastos previstos. La ruina es segura. Si no sabemos ni contar los muertos
de la pandemia, qué vamos a hacer con esa millonada de euros sino pagarle a
Sánchez la hipoteca de La Moncloa para que la disfrute una legislatura más. Europa
ha resuelto dar un salto adelante sin precedentes, aprovechar la ocasión para
ponerse en vanguardia. Cuando llegue la hora decisiva, algunos países lograrán saltar
muy lejos y otros quedarán atrapados en el pasado sin remedio. Si España pierde
esta oportunidad histórica por el politiqueo de siempre, es como para
exiliarse.
La mejor forma de
evitar esa tentación esperpéntica sería solicitar un rescate en toda regla. Que
nos intervenga Europa, acabe con el despilfarro, las instituciones inútiles,
los vicios gregarios y los déficits seculares y controle la maquinaria estatal
que está a punto de gripar. En plan rapto de Europa, pero al revés. El
cronómetro de la historia ha puesto el marcador a cero. Vuelve a empezar la carrera.
Las superpotencias ya calientan motores, con China y Estados Unidos disputándose
a golpes el liderazgo mundial y Europa buscando un lugar en el podio de los
campeones. Hay esperanza, como decía Kafka, pero no para nosotros como no
cambiemos. Yo, por si acaso, ya he pedido el ingreso en el club de fans de
Sanna Marin, la primera ministra finlandesa. Hoy me siento Ganivet.
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