[Publicado ayer en medios de Vocento]
Contemos,
contemos. A ver si nos salen los cuentos con que nos engañamos a diario. España
nunca ha sido un país cartesiano y así nos va. Pero esto de los muertos que no
cuentan, o de los muertos que no suman, ya pasa de la raya de lo racional y se
convierte en un acto de magia. Prestidigitación contable para encubrir graves errores
de gestión. La vida no es una ciencia exacta y la muerte menos. Ahora lo
sabemos mejor que ayer y antes de ayer. Las estadísticas mienten. Los muertos
no suman, restan, y el rebrote de octubre es más probable que la caída de la
hoja. Los chinos son grandes expertos en números desde la antigüedad y también
han hecho trampa con los cálculos de fallecidos. Sus combinaciones mágicas les
ayudaron mucho cuando transformaron la economía comunista en capitalista sin
pasar por el quirófano y ahora han hecho desaparecer a todo el que no contaba.
Los
muertos no se levantan para protestar ni los vivos alzan la voz para reclamar
justicia. Los historiadores del futuro estudiarán la conducta inepta de los
gobiernos occidentales y descubrirán verdades que hoy permanecen ocultas. Cada
uno ha ido a lo suyo y eso es lo más penoso de todo. Como la catástrofe de Chernóbil,
esta crisis ha evidenciado los fallos garrafales del sistema y la tecnociencia
que lo gestiona. El gobierno español minimizó la amenaza para cumplir el
programa electoral y cuando la ola gigante le pasó por encima trató de reducir
al máximo los costes políticos del desastre. Pasó igual con ZP en la crisis financiera
de 2008. Pese a todos los avisos, no podían permitir que un virus de incierto origen
les amargara la fiesta ideológica.
Que el
gobierno socialpodemita lo haya hecho
fatal, con la complicidad de los canales masivos de televisión, no implica que
yo crea que el gobierno virtual de PP y Vox lo habría hecho mejor. Al
contrario. Lo que más debería preocupar a un votante de izquierdas es ver a los
suyos actuar tan mal como la derecha. Con la misma arrogancia falsaria con que Sánchez,
el engañabobos de la Moncloa, alecciona a los españoles a olvidar las terribles
lecciones aprendidas durante el confinamiento y confiar en él, como si no fuera
responsable de lo sucedido. Todos lo son, sin exculpación posible. Pero este
país ha decidido pasar página de nuevo, no comerse mucho el coco y creer en la
magia cabalística de los números y la mentira retórica de las palabras. Así no
vamos a ninguna parte. Dan ganas de hacerse alemán. Las mascarillas son para el
verano.
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