[Publicado ayer en medios de Vocento]
Me duermo
y me asalta una pesadilla espantosa. El fin del mundo. Nos desconfinamos sin
control y recaemos en el horror de la pandemia. La economía quiebra y ya no la
salva ni Tarantino. Se instaura entonces un estado policial encubierto. Me
despierto aterrado. La vida anterior me parece un falso recuerdo. Quién me iba
a decir que desearía con tantas ganas volver atrás. Como si la normalidad fuera
una utopía. Esto es peor que “El ángel exterminador” de Buñuel. Como estar prisionero
en la mente de un paranoico o en la fantasía de poder de un político
megalómano. No hay precedentes. Es una crisis que afecta a todos los niveles de
la realidad y necesitamos un nuevo diccionario para entenderla.
La
pandemia es también mediática. Mientras se mantenía el suspense sobre la curva de
muertes e infecciones y sus piruetas estadísticas, la masa confinada se excitaba
con el último montaje cursi de la factoría Mediaset. Un culebrón sentimental que
mostraba una vez más la utilidad educativa de la telebasura. Vivimos en un
mundo donde nadie explica nada, aunque nos creamos saturados de información, y hasta
la discusión sobre el inquietante origen del virus suena desfasada. La
comunidad científica se debate entre acusar a la experimentación irresponsable en
laboratorios o achacarlo al daño ecológico. Internet difunde polémicos artículos
sobre el asunto, pero sus tesis discrepan tanto que cabe preguntarse si la
primera víctima de esta catástrofe no será otra vez la verdad.
Y la
geopolítica impone sus peligrosas estrategias. Chinos y norteamericanos se
enfrentan sobre el tablero de ajedrez para conquistar la primacía a toda costa,
buscando a los rusos como aliados. La Guerra Fría terminó hace treinta años,
pero las mismas superpotencias que se disputaban entonces el control del
planeta y sus energías de vida y muerte prosiguen hoy la guerra global por
medios económicos, tecnológicos o biopolíticos como esta maldita pandemia. El
nuevo orden mundial está reconfigurándose ante nuestros ojos y no sabemos
verlo. No existe pastilla esotérica para esa clase de ceguera. Y los gobiernos se
apiadan de nosotros y nos liberan por fases del encarcelamiento. Superando
pantallas como en un videojuego tramposo. Los helicópteros policiales sobrevuelan
la playa vigilando a la gente por si se desmadra. Los menores corren alegres
por la orilla espantando gaviotas. Los mayores celebran el mediodía solar con
gestos de victoria. La vida sigue. Es el film
del mundo tal como lo conocemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario