miércoles, 30 de diciembre de 2020

CUENTO DE NAVIDAD

 [Publicado ayer en medios de Vocento]

Seamos sinceros. Finaliza un año aciago y comienza una década inquietante. Estoy harto de mentiras, me dice un extraño individuo con quien coincido al salir de un bar cerrado por imperativo legal. La mentira más gorda es la que predica la inutilidad de preguntarse por nada. La versión oficial se ha impuesto como un dogma inquisitorial. Me llamo Ezequiel.

Cae la fría noche sobre la ciudad y me invita a acompañarlo. Caminamos sin prisa, alejándonos de las zonas más pobladas e iluminadas. Usted se equivoca, me dice. Culpa a los políticos de todo, pero no lee bien los signos. Esta pandemia no la causó un murciélago. Ni el poder chino. Los gobiernos lo saben. El mal viene de más arriba. De esferas superiores. Ya sé que esto le sonará a “Expediente X”, pero no es mi estilo. No hay nada paranormal en ello. Eso no quiere decir que sea evidente. La pandemia tiene dos focos. Quienes la generaron para beneficiarse de sus efectos duraderos y quienes la gestionaron con ineptitud desde el principio. Aquellos no esperaban que estos eligieran salvarse del descrédito político imponiendo medidas sanitarias tan perjudiciales para la economía.

Parados en un semáforo, esperando a cruzar, Ezequiel me exige ahora máxima atención. Esta es la paradoja. En su infinita torpeza, los gobiernos acertaron al protegernos de la infección condenando la economía. Y, sin embargo, los beneficios que los instigadores del mal calculan extraer son inmensos. Imposibles de cuantificar en términos monetarios. Europa ha sido el objetivo prioritario del ataque, por todo lo que representa. América viene después. No acuso a los chinos, Dios los asista. Ellos también pagaron su culpa. Es más complejo. La democracia peligra. No es compatible con el régimen económico que algunos, tomándose por demiurgos todopoderosos, quieren imponer al mundo. Los ciudadanos somos víctimas de esta guerra contra fuerzas innombrables. Los políticos no pueden decir la verdad. Se conforman con devolvernos la ilusión de vivir mediante vacunas y vagas promesas. El virus es un arma biológica y la pandemia un espejismo para encubrir sus fines. No hay más de momento.

Al llegar a un callejón oscuro, el profeta bíblico se separa de mí sin despedirse y yo busco la compañía de la multitud que aún disfruta de las luces navideñas como última esperanza de vida. La alegría colectiva me consuela del esotérico mensaje de Ezequiel y me divierto imaginando los rostros ocultos bajo las mascarillas. Como rosas en un jardín nevado. 

martes, 22 de diciembre de 2020

EL EFECTO CHIANG


 [Ted Chiang, Exhalación, Sexto Piso, trad.: Rubén Martín Giráldez, 2020, págs. 343]

        Mientras la literatura convencional sobrevive encerrada en un invernadero de temas y técnicas, esterilizando su discurso hasta la trivialidad y la cursilería, la ciencia ficción es el único discurso narrativo que se plantea los motivos más trascendentales de la existencia, los que la literatura tiene en común con la filosofía y, en especial, con la ciencia. La literatura y la ciencia comparten el método de la extrapolación especulativa, como la llama Steven Shaviro en Discognition, es decir, la facultad de construir ficciones o hipótesis como modos de percepción y conocimiento de la realidad. La ciencia ficción es la forma de narrativa que funciona extrapolando a partir de los desarrollos científicos y tecnológicos, así como sociales o culturales, con el rigor teórico de la ciencia y la inventiva y la imaginación de la literatura. La ciencia ficción es, por tanto, la narrativa adecuada a una cultura cuyas cuestiones esenciales surgen de la interrogación de la tecnología y su impacto en la vida y la mente de los humanos.

En esto, Chiang es un maestro admirable. Un ingenio agudo, un portentoso inventor de fábulas, como dijo Borges de H. G. Wells, que desafían los límites de lo conocido y lo cognoscible y, sin embargo, aseguran los fundamentos de la posición humana en el mundo. El efecto que produce la lectura de cualquier texto de Chiang se podría describir así. Uno se deja arrastrar por las palabras de un discurso al que no es necesario prestar demasiada atención al principio para que nos vaya involucrando gradualmente, con una fase intermedia que combina la impaciencia paradójica y la relectura meticulosa, hasta alcanzar el momento supremo en que anticipamos con ansiedad creciente la información esencial que nos aguarda en las líneas finales.

En “El comerciante y la puerta del alquimista”, Chiang explora las secuelas de los viajes en el tiempo a través de portales mágicos que no cambian el signo de la línea temporal, pero en uno de los textos más extensos y logrados (“La ansiedad es el vértigo de la libertad”) plantea una fascinante fábula, digna de Borges y Dick, sobre temporalidades bifurcadas, realidades alternativas y la capacidad de establecer una comunicación interactiva entre los yos de esos mundos divergentes empleando un aparato tecnológico (“prisma”) que altera sus características cada vez que interviene con su energía cuántica y fuerza la interacción entre sujetos idénticos de vidas incomposibles. El mejor de los mundos posibles no sería un solo mundo, como creía Leibniz, sino un mundo plural compuesto de infinitas versiones de sí mismo, donde los mismos individuos actuarían libremente en todas ellas manifestando idénticos rasgos de carácter. En ambos relatos citados, el libre albedrío, en tanto categoría de difícil definición, es tratado como la diferencia entre la acción de la voluntad individual y el tiempo de esa acción, con secuelas morales impredecibles. En la parábola especulativa “Lo que se espera de nosotros”, en cambio, un dispositivo que manipula el tiempo y anula la libertad electiva conduce a ciertos individuos a la paralización crítica de cualquier iniciativa.

Otra narración extensa y magistral (“El ciclo de vida de los elementos de software”) aborda la IA y la vida artificial a través de una trama que implica criaturas digitales (“digientes”) con criadores humanos que establecen con estos entes relaciones paternofiliales, mediadas por la empatía, hasta extremos arriesgados para la vida afectiva y las relaciones personales. Pero Chiang dista de ser un apocalíptico al uso y, por tanto, sus reflexiones solo demuestran que los humanos perseveran en lo que los constituye como tales incluso en contacto íntimo con seres creados por la tecnología computacional más sofisticada. En “El gran silencio”, Chiang muestra cómo los científicos buscan vida extraterrestre con desesperación y apenas si escuchan el grito agónico de algunas especies terrestres como los papagayos puertorriqueños. Y en los dos relatos más metafísicos (“Exhalación” y “Ónfalo”) el sentido de la vida inteligente en el universo (humana o no humana) se vincula a la imperiosa necesidad de conocimiento del mecanismo cósmico que la hace posible a pesar de todo.

Escribiendo sobre artificios tecnológicos, tiempos alternativos, universos paralelos, experimentos científicos de sutil complejidad, o seres inconcebibles, Chiang logra que nos sintamos más humanos de lo que nos sentíamos antes de adentrarnos en su mundo imaginario. Más humanos, desde luego, y mucho más inteligentes.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

BUENISMO


[Publicado ayer en medios de Vocento]

            Allegados somos todos, queramos o no. Mira que lo tenía fácil el ministro Illa a la hora de definir el concepto de allegado. Cómplice necesario de una ocasión festiva. Las orgías belgas de las últimas semanas muestran que el desmadre y la covid hacen tan buena pareja como el rey emérito y los Emiratos Árabes. Ventajas de la gran Europa libertina de la política transnacional. Allegados todos, eurodiputados aviesos y diplomáticos traviesos, nalgas a pelo y ninguna mascarilla a la vista. Ya lo decía Jorge Manrique: “allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos”. Negra Navidad. Allegarse es sinónimo de muerte y cualquier compañía se vuelve ahora un peligro para la salud. Cuanto más te allegas más arriesgas la vida de quien se te arrima en busca de ese calor animal que escasea el resto del año y solo irradiamos a la sombra de las luces navideñas. No falla.

El buenismo es la devoción de nuestro tiempo. Y el buenismo de fachada, promovido por el gobierno sanchista y sus allegados mediáticos, se preocupa mucho por la soledad en fechas tan familiares. Siente un allegado a su mesa, es el eslogan publicitario de estas entrañables fiestas. Nadie debe quedarse solo. Ni el lobo estepario de barriada, festejando sus fechorías machistas con cava y caviar, ni los inmigrantes recién llegados en pateras mafiosas, ni los directivos farmacéuticos que vacunan sus cuentas corrientes con dosis millonarias a cuenta de la salud global. Esta lucha política contra el aislamiento social es tan congruente como la defensa a ultranza de la monarquía pese a los desafueros financieros del rey emérito. Así el confinamiento de enero se hará con fundamento científico. No saben sumar muertos ni allegados, pero ya computan las cifras de la tercera ola de la pandemia como estímulo a la vacunación forzosa.

El buenismo doctrinario hace que nos conmueva hasta el destino del Borbón expatriado. Solo y abandonado en la suntuosa suite imperial con vistas al golfo Pérsico. Abrumado por la maldad y la mezquindad humanas como el rey Lear. Sánchez finge socorrerlo mientras Iglesias lo guillotina. Pertenecen al mismo equipo, pero no juegan el mismo partido ni la misma liga. Es evidente. A medida que se acerca fin de año, tragamos saliva y nos preparamos para la catástrofe anunciada. Las alegres orgías de Bruselas sirven al menos para desatascar el chute de millardos que es, junto con la vacuna salvadora, el regalo mágico de Reyes que todos esperan con ilusión. Buenismo rima con cinismo. 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

EL REY COOVER

[Robert CooverEl príncipe encantado, Pálido Fuego, trad.: J. L. Amores, 2020, págs. 74]

         En su larga vida creativa, Robert Coover (1932), uno de los grandes escritores americanos en activo, ha reescrito perversamente muchos cuentos de hadas (Blancanieves, La bella durmiente, Pinocho, Hansel y Gretel, etc.) y también manipulado con ingenio los entresijos y trucos tecnológicos y las mitologías promiscuas del cine (Una sesión de cine, Las aventuras de Lucky Pierre). En esta deslumbrante fábula (publicada primero en la revista que lo vio nacer como escritor, Evergreen) conjuga ambas tendencias narrativas para proponer al lector una mordaz especulación sobre las relaciones entre el cuerpo y la imagen, la decrepitud y la inmortalidad de carne e imagen, la necesidad de rehacer y reproducir al infinito, bajo nuevos formatos y soportes, las mismas formas y contenidos, ya sean las de la carne adorable o las de su idolatrado correlato visual.

Con la era digital como contexto y el sexo devorador como pretexto, Coover no ha escrito solo una parábola teórica sobre los dilemas culturales del presente, sino una fascinante fábula erótica que sintetiza la historia del cine y la culmina como adictivo videojuego en 3-D. Lo suyo es revitalizar el poder fabuloso de la literatura para afrontar los dilemas del presente. Coover lo ha explicado con sagacidad de gran fabulador conceptual: “El libro es un relato esencialmente realista sobre dos supervivientes de la Nueva Ola (tenía en mente a gente como Jean Seberg y Jean-Luc Godard) en la era digital”.

Esta intensa novela, de extensión breve e ideas expansivas, logra cristalizar la metáfora que mejor resume los principios del mundo digital. La negación del tiempo y la cronología, el rechazo del envejecimiento y la finitud, y la afirmación de la eternidad de los simulacros y los artificios mediados por la tecnología de (re)producción de imágenes. Coover se alimenta de los vívidos fotogramas del cine de Hollywood que consumió en su infancia y juventud y los parodia utilizando los modos avanzados del metacine de las Nuevas Olas europeas de los sesenta y setenta hasta alcanzar, superando la imagen-movimiento y la imagen-tiempo de Deleuze, el punto crítico del presente: la imagen sin tiempo del imaginario digital (la imagen no-tiempo de Sergi Sánchez).

La vida entendida como una película de la que hacemos un remake en cada década, y el remake de un remake con cada cambio de vida, hasta que la muerte realiza el montaje definitivo que reduce nuestras vivencias a un puñado de imágenes inconexas de metraje limitado, servía como interpretación humanista de la existencia, repleta de falacias, engaños, encanto y seducción. Ese cuento mágico sobre la vida humana, sin embargo, acabó con el desencantamiento y el desengaño de la tecnología digital. Ahora vivimos en las imágenes ególatras producidas en serie sabiendo que se pueden alterar sin límite, negando la caducidad de las imágenes y los cuerpos, construyendo un mundo de réplicas intachables, retocadas por la vanidad y el narcisismo.

En esta versión en bucle de la misma película, la Princesa encantadora es una metáfora de la estrella radiante de antaño, y el Príncipe encantado es el director alquimista que transforma la triste muñeca de carne en una diosa de luz y deseo consumida en las pantallas de todo el mundo por una multitud de espectadores como una epifanía freudiana. Tiranizada por la voracidad de la cámara, la viciosa historia de amor con tintes porno de estos personajes antagónicos a través del tiempo, las vicisitudes vitales y los estragos de la edad, las épocas y las modas, los estilos y los géneros, alegoriza toda la historia universal de las relaciones y malentendidos entre hombres y mujeres y se contagia, también, de las acusaciones de abuso sexual (“Me Too” mediante) y explotación de la imagen femenina en el cine.

Esta metaficción mediática sería terrible y conmovedora, en el sentido de la ficción clásica, si no fuera también cómica y delirante. Rabelesiana, en suma: marca estética de la narrativa que Coover concibe y escribe, sin parar, a sus ochenta y ocho años. Esto es lo que significa, además, esta fábula maravillosa sobre la libido creativa eternamente joven. La inspiración funciona en la vejez sin necesidad de Viagra. En este juego infinito de la literatura para poseer el mundo como un acto erótico, Coover es el rey incontestable.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

CIENCIA Y PACIENCIA


[Publicado ayer en medios de Vocento]

Nada suena creíble. Todo cuanto dicen y hacen parece improvisado. Vivir aterrorizados por la pandemia es una forma de mantenernos controlados. No seáis insolidarios, dicta el superyó colectivo. Por vuestra culpa puede morir alguien con quien convivís a diario. O alguien desconocido con el que os cruzáis para su desgracia. Eso también. El aerosol fatal. Sed responsables. No cometáis errores. No hagáis pagar a otros por vuestro egoísmo. Y esto lo dicen quienes no tomaron precauciones cuanto todo empezó. Ahora apelan a la autoridad científica los mismos que desdeñaron el rigor cartesiano en sus acciones iniciales. Los que volvieron la espalda a la racionalidad y negaron las evidencias, sí. Esos mismos, ahora, sin ironía, se proclaman firmes partidarios de la ciencia. La pandemia está en manos de políticos ineptos y así vamos. Como queda demostrado.

La discusión sobre la Navidad es para morirse de risa. Vienen las efemérides menos racionales del calendario y los gobernantes deciden aplicarles criterios científicos para determinar la cifra exacta de cuerpos reunidos que el virus chino toleraría sin inmutarse. Nadie le pregunta a él. Ocasión desperdiciada. El bicho maléfico que ha arruinado la vida de la gente en el último año lleva demasiado tiempo burlándose de nuestras chapuceras estrategias para frenar su actividad letal. Desde que el mítico murciélago lo evacuó de sus entrañas hasta hoy, cuando ya se anuncia el tercer tsunami a bombo y platillo como un mazazo terrible a la sanidad y la economía, no hemos aprendido ninguna lección seria. Lo fiamos todo a las vacunas mágicas, ese gran negocio financiero, y acabaremos no fiándonos de nada. Por conveniencia política, dadas las fechas, pretenden hacernos creer que la vacuna redentora es la única salvación en este bajo mundo. El remedio milagroso contra la pandemia. Tan real como el futuro formateado de una serie Netflix.

La verdad y la certidumbre no son científicas, es cierto. Y cuando lo son, como decía Einstein, es que no hablan de la realidad. Si la ciencia estricta, y no su manipulación ideológica, gobernara las medidas con que se quiere atajar la pandemia, todo sería diferente. Cada rueda de prensa, cada restricción de derechos y libertades, cada campaña gubernamental, cada muerte computada y cada vida ahorrada, serían tan inteligentes como un relato de Ted Chiang y no un insulto a la inteligencia. En esto la ciencia ficción supera siempre a la triste realidad. Más ciencia y mucha paciencia. 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

SÁTIRA MENIPEA


[Flann O´Brien, El tercer policía y En Nadar-dos-pájaros, Nórdicalibros, 2020, trad.: Héctor Arnau y José Manuel Álvarez Florez, respectivamente, págs. 497]

Flann O´Brien era un misterio compuesto de muchos nombres y una sola identidad reconocida: un escritor extraordinario, borrachín y bromista, que se llamaba en realidad Brian O´Nolan (1911-1966). Con ese seudónimo como enseña creativa, O´Brien era el gran continuador de la tradición narrativa de Swift, Sterne y Joyce. Como prueban “En-Nadar-dos-pájaros” (1939), “El tercer policía” (1967) y “Crónica de Dalkey” (1964), tres portentosas muestras de la revitalización moderna de la sátira menipea caracterizadas por la más exuberante vitalidad y carnavalesco sentido de la comedia humana.

“El tercer policía”, en particular, es una de las novelas más excéntricas del siglo XX. En sentido del humor disparatado, carga irónica y formidable poder de fabulación e invención narrativa, solo le encuentro una obra de análoga envergadura: “Ferdydurke” (1937) del gran Witold Gombrowicz. La única diferencia es que el escritor polaco publicó su obra en la Polonia de entreguerras, causando un escándalo fenomenal, mientras el sarcástico irlandés vio cómo la única editorial a la que envió la novela la rechazaba por sus excesos fantásticos. Harold Bloom, en su polémico “canon occidental”, incluyó “El tercer policía” entre las novelas más innovadoras del siglo más innovador de la novela.

“El tercer policía” es, además, la novela policíaca más extravagante y laberíntica de la historia. Y esto por múltiples razones. Primera, uno de los asesinos es el narrador, que confiesa su culpabilidad desde la primera línea. Segunda, dicho narrador anónimo ha cometido el crimen para poder financiar su estudio definitivo sobre un filósofo apócrifo (De Selby), que aparece citado y glosado a menudo a lo largo de la novela. Tercera, el narrador asesino está muerto también, aunque no lo sabe aún, ni tampoco lo sospecha el lector. Cuarta, toda la trama sucede en un infierno dantesco similar a la campiña irlandesa: un infierno verde y ameno donde ocurren hechos terribles y el narrador experimenta un castigo kafkiano mediante el que va descubriendo el misterio de su condena.

Finalmente, para redondear el humor patafísico de la novela, los policías que colaboran con el narrador en la investigación del crimen son tres figuras corpulentas y delirantes. Los dos policías principales, MacCruiskeen y Pluck, están obsesionados con las bicicletas y se dedican a tareas dementes, impropias del oficio, como inventar objetos imposibles y máquinas fantásticas. Y el tercer policía en discordia, Fox, una suerte de oscuro demiurgo del lugar, no hace más que entorpecer las actividades de sus colegas, aunque se revela fundamental en el sorprendente desenlace.

El infierno grotesco donde transcurre la novela es vivido por el narrador como el eterno retorno: una trama sin principio ni fin, condenada a repetirse y girar eternamente como las dos ruedas de una bicicleta, metáfora de los ciclos temporales que encierran a los personajes. Nunca se habla de delitos, la ejecución por el crimen es diferida al infinito, los asesinos nunca serán ahorcados, así como la repetición del crimen que los condenó es una farsa o un simulacro. O´Brien habría descubierto tarde, tras el rechazo editorial, que su novela era menos ortodoxa de lo que habría deseado y estuvo tentado de hacerla desaparecer. Crimen literario que, por fortuna, nunca cometió, por más que él mismo declarara perdida la novela a lo largo de su vida.

Sátira corrosiva de la ciencia y parodia feroz de la filosofía a través del “nonsense”, como Lewis Carroll, o del humor absurdo, como Ionescu, “El tercer policía” es una de las novelas más tragicómicas y tristes que uno pueda leer sin sacrificar la inteligencia en nombre de una risa contagiosa hasta la muerte. 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA PENÚLTIMA POSVERDAD


 [Publicado ayer en medios de Vocento]

 Ahora sabe Trump lo que pesa China en el contexto geopolítico actual. Ahora conoce la ineficacia de sus estrategias contra el coloso asiático y sus aliados occidentales. Perder esa guerra le ha costado la reelección. Y a los demás, es evidente, una pandemia que pretende reajustar la economía y la vida a la medida del nuevo orden mundial. El futuro ya no se parece a lo que pensábamos hace un año. Comprendo que la derrota de Trump provoque entusiasmo global, pero no entiendo que la victoria de Biden sea celebrada como un magno triunfo para la humanidad. Como en una reedición planetaria de “Bienvenido Mr. Marshall”, ahora resulta que debemos al benefactor Biden todo efecto positivo, desde frenar el populismo hasta producir la vacuna que genera ilusión en plena pesadilla pandémica.

La Historia, escribe Muñoz Rengel, es la historia de la mentira en todas sus facetas. La verdad aprendió de la mentira y se hizo política, dice Gracián. Las grandes mentiras del arte y la literatura son verdades como puños. Y las supuestas verdades de la política, la religión, la economía y la tecnología son grandes ficciones al servicio del poder en su voluntad de controlar y manipular la realidad. Con esto del virus de ojos rasgados se cumple el axioma. Cuanto más grande sea tu mentira, más fácil es que todo el mundo la crea. La mayoría solo demanda un anzuelo bien cebado que morder con fuerza. Una verdad oficial que suscribir sin rechistar. En el mundo digital, los mentirosos compulsivos pasan por oráculos de la verdad y los escépticos son tomados por payasos ideológicos que desafían la retórica engañosa del poder.

La existencia de vacunas a punto de llegar al mercado es una promesa que aparece tras las elecciones americanas como estímulo para el pueblo que ha destronado al tirano. Así funcionan las élites globales. Premiando o castigando las decisiones libres de los votantes. Un amigo médico me dice que esta sobreactuación deriva de la pérdida de la ilusión de control. Cuando los gobernantes se dan cuenta de que ya no controlan nada, como un padre paranoico, intentan recuperar la fantasía de que siguen al mando forzando medidas extremas que mitiguen su descrédito. Sin justificación científica, padecemos un régimen policial tan restrictivo como una dictadura. Un confinamiento que favorece los intereses políticos de quienes gobiernan en contra de los ciudadanos. Nos retienen castigados, como a colegiales revoltosos, y tan contentos. En las próximas elecciones nos encontraremos. 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

TERMINAL


 [Don DeLillo, El silencio, Seix Barral, trad.: Javier Calvo, 2020, págs. 110]

El silencio de DeLillo se inspira en “El silencio” de Ingmar Bergman. DeLillo es uno de los pocos escritores cuyas influencias artísticas incluyen el cine europeo de los años sesenta (Antonioni, Godard, Bergman). Y aquí lo expresa sin ambages. Una pantalla sin señal televisiva durante un espectacular acontecimiento deportivo. Un mundo sumido en el caos disfuncional. Un avión a punto de estrellarse como consecuencia del apagón tecnológico. El silencio mortal es el silencio de un punto final que también acecha al lector al terminar de leer la novela.

Es una novela enigmática, condensada y elíptica. Estructurada en dos partes, con disímiles motivos, técnicas y estilo. En la primera parte, seis capítulos alternos donde se narran, con diálogos absurdos, las experiencias de dos parejas que han quedado para cenar la noche de la Super Bowl de 2022. Una pareja vuelve en avión desde París, Jim Kripps y Tessa Berens: él blanco, ejecutivo, ella mestiza de diversas razas, poeta hermética y consultora corporativa, incomunicados intelectualmente y sexualmente conectados al más alto nivel. Son un emblema de la élite profesional americana, cosmopolita, individualista, inteligente, elegante y hedonista. Otra pareja más convencional espera en casa, en un alto edificio del centro de Nueva York, preparando la estimulante velada. Él (Max Stenner) ha sido inspector de construcción y ella (Diane Lucas) ha sido profesora universitaria de Física. Tienen un invitado joven en casa, Martin Dekker, un ex alumno favorito de Diane y profesor comprometido que cita a Einstein con frecuencia mientras Max, cuando se interrumpe la emisión televisiva, se dedica a relatar en voz alta los lances imaginarios del partido.

Ambas parejas viven la misteriosa crisis de modo diferente. Unos se sumen en la perplejidad y el miedo a domicilio mientras los otros, tras el accidente de avión y el paso por un hospital que les descubre la magnitud de la catástrofe, recorren las calles desiertas para llegar a la casa de sus amigos y protegerse allí de la inquietante noche. La segunda parte, compuesta de diecisiete segmentos, ofrece un testimonio fragmentario de lo acaecido después. El sistema se colapsa y el mundo contemporáneo se diluye. Se cumple así la fantasía de una minoría alternativa, dice el texto, que habría soñado con este apocalipsis del capitalismo desde hace décadas. DeLillo brilla con maestría excepcional en la secuencia de monólogos finales donde los cinco personajes expresan, en su idiolecto intransferible, sus limitadas intuiciones e interpretaciones sobre lo que está sucediendo.

DeLillo asume así una perspectiva afín a la de Ballard. El fin del mundo es más poético que su misma existencia. DeLillo está cansado y débil y observa la realidad con la actitud escéptica de quien intuye el advenimiento de un límite histórico que no puede superar mentalmente. Un colapso existencial, tecnológico y cognitivo. El novelista que puso el foco novelesco sobre la ciencia y la tecnología, describiendo los procesos complejos por los que el mundo revolucionó sus estructuras, sus modos de vida, pensamiento y relación, está exhausto. La realidad se parece cada vez más a las visiones de sus novelas, pero DeLillo prefiere poner el énfasis ahora, como en el cine de Bergman o Antonioni, en todo aquello que revela el eclipse, la nada, una figura borrada, un blanco inexpresivo, un silencio mortal. Todo lo que delata una ausencia esencial. Una pantalla donde no aparece ninguna imagen seductora que encubra la verdad. El absurdo de proseguir por esta vía, la fatiga metafísica ante la inutilidad de un mundo que gira en el vacío, produciendo bucles infinitos, y solo genera en su deriva tristeza e infelicidad.

DeLillo no es un profeta. DeLillo es el más agudo analista narrativo del período terminal de la idea moderna de futuro.

martes, 3 de noviembre de 2020

TODOS CONFINADOS

[Publicado hoy en medios de Vocento]

Cómo les gusta confinarnos. Cuánto disfrutan. Qué vergüenza. Y las razones no son, no pueden ser, solo sanitarias. Que nadie me llame negacionista. Los verdaderos negacionistas son quienes niegan el poder del pensamiento libre para dilucidar si la reacción es congruente o exagerada. Medidas inexplicables en una situación que es la que es por irresponsabilidad de los mismos que solo saben castigar a la gente para hacerle pagar por su incompetencia. Hay quien piensa, encima, que esta política represiva de la mascarilla, el toque de queda y el confinamiento es progresista. Hasta ahí llega el autoengaño ideológico. La claudicación de la inteligencia es total. Si salimos de esta, muchos deberían pedir perdón por el sectarismo de su actitud.

Qué ganas de que pasen las elecciones americanas. Son trascendentales. Esta vez nos jugamos la vida en ellas. Resulta paradójico. Si gana Biden, opción no descartable, el paisaje apocalíptico se aclarará como el escenario nocturno al amanecer. Si vence Trump, hecho nada improbable, si Trump persiste en el puesto por la fuerza de los votos, todo irá a peor en el mundo. Constato y no tomo partido. La reelección de Trump es la incógnita de la pandemia. Los chinos la despejan con paciencia confuciana. Y sus aliados occidentales con ciencia confusa. La maldición bíblica del coronavirus es una nueva clase de guerra que no se parece a las guerras del pasado. El miedo y la ineficacia han consumado el desastre. No hay que ser un bocazas paranoico ni un negacionista ciego, Einstein nos libre de incurrir en tales errores de cálculo, para comprender lo que sucede a la vista de todos. El sistema está aprovechando la oportunidad para reconfigurarse y revolucionar sus estructuras.

El supuesto comité de expertos sirve de tapadera científica para declarar el estado de alarma policial. Y este apenas disimula el deseo abusivo de controlar a una población hastiada. No hay otra explicación, aunque la nieguen los medios a sueldo del poder. Acabarán pagándolo caro cuando esto avance a la siguiente fase. El divorcio emocional entre el sentir popular y la propaganda de medios y partidos condujo a la victoria de Trump en 2016. Peligrosa lección. Los políticos que olvidan el pasado inmediato están condenando al pueblo a recordárselo de mala manera. Ya tengo ganas de que pasen las elecciones americanas, a ver si así superamos la pesadilla orwelliana y nos podemos quitar las mascarillas y trasnochar sin trabas. El futuro será inmune o no será humano. 

miércoles, 28 de octubre de 2020

CARNE MEDIÁTICA


[Iván Gómez, Videodrome, Shangrila, 2020, págs. 212]

            Con el paisaje del mundo global infectado por la covid, el cine kafkiano de David Cronenberg alcanza una actualidad intempestiva. Como si ahora sus películas de los años setenta y ochenta hallaran un marco de comprensión mucho más literal y realista y abandonaran su condición, hermética para muchos, de grandes metáforas sobre la existencia humana bajo el capitalismo tecno-científico. Como dijo Fredric Jameson en “La estética geopolítica” (1992), la inteligente estrategia de Cronenberg para infiltrarse en el mundo posmoderno, al que describía como un cartógrafo visual de sus entresijos públicos y privados, fue escapar de los signos de la alta cultura y el arte prestigioso. De ese modo, como productos provenientes de los márgenes de la cultura audiovisual, sus propuestas lograron conquistar el imaginario de la época y convertirse en documentos que nos hablan del presente histórico y el futuro especulativo sin apenas diferenciarlos.

El interés del ensayo de Iván Gómez, teórico de la era digital, radica en colocar en el foco de su análisis un artefacto tan complejo y enigmático como el “Videodrome” (1982) de Cronenberg, una de sus obras emblemáticas, y abordarlo desde múltiples perspectivas mediante un discurso transversal que incorpora las exégesis del cuerpo posmoderno, la interpretación mcluhiana del medio televisivo, el ideario computacional del transhumanismo, las ciencias cognitivas y la neurobiología, sin desdeñar el análisis fílmico y los estudios culturales. Como una criatura mutante digna de su creador, “Videodrome” sale con vida renovada del experimento, como si la autopsia a la que se ve sometido incrementara su fuerza artística, en lugar de disminuirla, hasta producir un nuevo ser: un texto frankensteniano compuesto de partes que funcionan como un cuerpo revigorizado.

            Cronenberg es el cineasta que más ha indagado en las pulsiones freudianas de vida y muerte y el extraño deseo, inscrito en la carne, de gozar de la vida hasta el exceso. En su cine el deseo se vuelve masa monstruosa, carne tecnológica y tecnología cárnica, como modo de trascender los límites impuestos al cuerpo por el orden social y los dispositivos de control de la biopolítica (como “el sex-appeal de lo inorgánico” definido por Mario Perniola en el tratado homónimo). No hay, sin embargo, director menos utópico y más inmanente. Es en “Videodrome”, precisamente, donde se confiere un designio mediático a estos originales planteamientos creando la noción de la “nueva carne” para referirse a la metamorfosis del cuerpo humano en simulacro televisivo, encarnación de una (in)mortalidad catódica.

“Videodrome” es, de todas las películas de Cronenberg, la que más claves atesora sobre el presente digital. Los síndromes que “Videodrome” escenifica en torno de la señal y la pantalla televisivas, la pornografía sadomasoquista, la tecnología óptica y el poder corporativo valen, con más razón, para los tiempos de internet, las redes sociales, los videojuegos, el porno expandido y los múltiples dispositivos tecnológicos. Si “Videodrome” era en los ochenta una respuesta creativa a los rigores de la era Reagan y el neoliberalismo emergente, hoy, en pleno período de digitalización y globalización del mundo, cuando el mercado neoliberal es la segunda piel de la realidad y el dominio corporativo es tan omnímodo como ineludible, “Videodrome” constituye una lúcida anticipación de la distopía contemporánea, comparable a novelas clásicas como “Nosotros” (1924) de Zamiatin, “Un mundo feliz” (1932) de Huxley o “1984” (1948) de Orwell. Por si fuera poco, sirvió de inspiración a David Foster Wallace en la fabulosa invención del cartucho de vídeo asesino y el film terminal de “La broma infinita” (1996).

Como concluye Gómez su estudio con acierto: “El futuro imaginado por Cronenberg nos aboca a un mundo siempre al borde del caos, regido por corporaciones que han ocupado el espacio de gobiernos y administraciones, con sujetos en constante redefinición y obligados a negociar su identidad por la presión de los medios de comunicación, la ciencia médica, la propia biología o la virtualización de la experiencia”. 

“Videodrome” es la imagen del mundo en que vivimos.

miércoles, 21 de octubre de 2020

SUMISIÓN


[Publicado ayer en medios de Vocento]

             Nadie te protege, no te engañes. Ni los poderes del Estado ni tus compañeros o vecinos. Como se te ocurra actuar con libertad, te cae la maldición. Rushdie la padeció en sus carnes. Y ahora este profesor francés, Samuel Paty, ha perdido literalmente la cabeza por usarla con lucidez para expresar sus opiniones en un aula escolar. Una clase donde estudiantes musulmanes escuchaban con odio el discurso democrático que salía de su boca. Lo denunciaron a sus padres y, como pasa cuando la tribu teocrática dicta la sentencia de muerte, apareció enseguida el carnicero para ejecutarla con la crueldad de que son capaces los sectarios del dios único. Los enemigos de la libertad de pensamiento. Y la corrección política, sin embargo, predomina en los mensajes oficiales de condena del atentado. Es un acto de extremismo radical, tuitean los tibios para no ofender. No dirán más por cobardía. Típico de una época mojigata.
         Este crimen se comete por causa de una religión intolerante y la comunidad que la profesa como agresiva seña de identidad. No valen ahora argumentos atenuantes sobre la difícil condición del inmigrante. Hace tiempo que ciertos cenáculos intelectuales perdieron la orientación y comenzaron a culpar a su propia cultura, laica, ilustrada, liberal, y a disculpar las aberraciones ajenas. Ese complejo multicultural está haciendo mucho daño político y hará pronto insoportable la convivencia social. Espero que los docentes tomen buena nota de lo acontecido y conviertan las clases en insolente expresión de libertad en contra de los verdugos. La armonía de las tres culturas del libro es un mito progre. Esas tres religiones son las que más sangre derramaron en la historia, antes del nazismo y el estalinismo, en nombre de su dichoso texto sagrado. Ahora que está bajo control el potencial destructivo de cristianos y judíos, solo el islam invoca aún la guerra santa como exterminio del descreído.
           Escribo desde la indignación y la rabia, desde luego, y las echo a faltar en lo que otros están diciendo y en la reacción sentimental de siempre. Ganan el estupor y el miedo colectivos. El miedo al dedo acusador de la corrección política y al cuchillo sanguinario de los yihadistas. El gesto crítico te podría costar la cabeza, te dicen los que te quieren para refrenarte. Para qué sirve una cabeza, digo yo, si no se mantiene erguida contra los enemigos de la inteligencia. Estos fanáticos, amenazando con decapitarnos, solo pretenden que agachemos la cabeza en señal de sumisión.

jueves, 15 de octubre de 2020

CIBORGIANO


     [Germán Sierra, El artefacto, De Conatus Publicaciones, págs. 94] 

Germán Sierra es un excéntrico personaje. Un cruce exitoso de neurocientífico y escritor, un híbrido perfecto de ambas vocaciones obtenido en ese laboratorio formidable que es el proyecto de tener una vida propia al margen de gustos masivos y tendencias mayoritarias. Sierra es autor de cuatro novelas (El espacio aparentemente perdido, La felicidad no da el dinero, Efectos secundarios, Intente usar otras palabras y Standards) y un libro de relatos (Alto voltaje) que lo colocan en la vanguardia de los narradores de nuestro presente y también de nuestro futuro.

El mundo es una máquina de ficción. Y Sierra conoce sus mecanismos. Publicidad, cine, moda, televisión, fotografía, música, internet. Sí, todo eso y mucho más. Las fantasías, los sueños, los deseos. Imágenes, historias, fantasmas, sensaciones, espectáculos, relatos. Eso es el mundo. Eso ha sido siempre y eso es ahora, más que nunca, antes y después de la pandemia, cuando la tecnología más sofisticada y las pantallas ubicuas suministran a los usuarios multitud de imágenes del mundo en un flujo incesante, monótono, repetitivo. En obras anteriores, la combinación de mirada científica y experimentación literaria servía a Sierra para mostrar la fascinación del neocórtex cerebral por el azar, el devenir y la incertidumbre como procesos de un mundo en mutación radical. El mundo, como el cerebro, se compone de redes, de nodos neurológicos, de puntos interconectados que no solo intercambian información, sino que la transforman, transformándose a su vez en núcleos narrativos que expanden la red con nuevos contenidos.

En esta nueva novela, escrita originalmente en inglés, Sierra sintetiza sus modos de dicción y de ficción para registrar la génesis de un extraño pliegue deleuziano instalado en la frontera entre la realidad biológica del cerebro humano y el dominio cibernético de los circuitos y algoritmos de una máquina diferente, un híbrido milagroso de tejido celular y corteza computacional. Una máquina singular que, en correlación con el cerebro que la ha generado, no aspira ni a la inteligencia ni a la divinidad absoluta. Una máquina poética, un “artefacto”, como la novela misma.

Los componentes de ficción y los compuestos de tecnología producen en esta novela una amalgama estilística como este pasaje donde poesía y ciencia se acoplan con insólita belleza: “la vida no es, a fin de cuentas, casi nada, solo un pequeño remolino en un Universo maravillosamente inorgánico; un vórtice diminuto, un estremecimiento microscópico en una mota de polvo quemada por las estrellas y arrastrada por el gran grito”.

Por desgracia, en un contexto cultural tan tecnológico como el presente, no abunda la ficción cibernética, la ficción que aborda las cuestiones esenciales sobre las relaciones entre la computación de la información y la realidad, los procesos cognitivos en el cerebro biológico y en las redes neuronales de fabricación artificial. Esta curiosa omisión se debe, sin duda, a la actitud de la mayoría de los lectores que, como los peces, prefieren seguir nadando en el agua sucia sin pensar mucho en la composición de esta.

Este brillante texto de Sierra, en su textura verbal, en su combinación del lenguaje de la ciencia y las metáforas más audaces de la literatura, con ciertos ecos del ciberpunk, no demasiados, y ciertos deslices en el ensayismo especializado y la comunicación científica de nociones experimentales, transmite al lector una cartografía abstracta de las líneas y relieves del mundo contemporáneo en toda su vastedad ciborgiana, esto es, cibernética y borgiana a partes iguales. El sujeto protagonista es, precisamente, un ciborg, un individuo que pierde un brazo orgánico tras un accidente de automóvil causado por un dron y le implantan una prótesis inteligente que lo pone en conexión íntima con el mundo cibernético, primera transición en el complejo devenir de la trama.

            Esto supone el principio del fin de lo humano y el comienzo de algo nuevo que no sabemos nombrar aún. Ese instante creativo, descrito por Deleuze, en que las fuerzas humanas se alían con otras fuerzas (las partículas, el cosmos, el silicio, etc.) y dan lugar a una nueva forma, que ya no es humana ni biológica, en el sentido clásico, pero tampoco puramente artificial.

jueves, 8 de octubre de 2020

TRAPACERÍAS


[Publicado en medios de Vocento el martes 6 de octubre]

 Cuando se gobierna a fuerza de trapacerías se consigue esto. Este caos y esta tristeza. Un país agostado por un virus que produce más incompetencia que muerte. Una infección que agrava la hostilidad entre partidos y gobiernos. Una pandemia que acaba atacando a los que la niegan. Este virus parece concebido para dejar a todo el mundo en evidencia. La derecha y la izquierda, el poder central y el autonómico, los ecologistas y los negacionistas, los papanatas y los fanáticos, los voceros y los taimados. A todos retrata con crudeza, de todos se mofa sin piedad, a todos desnuda de máscaras y adornos. Quien lo haya diseñado es un estratega diabólico, un genio socarrón.
        Ni me pregunto ya si el primigenio transmisor tenía los ojos rasgados o la panza desgarrada. El origen del mal es menos intrigante que las secuelas de su irrupción en el escenario mundial. Todo mandatario solo aspira ahora a explotar el pánico de la pandemia en su provecho y así perpetuarse en el poder. El marketing político es clave para lograr ese objetivo. En medio andan los ingenuos votantes que ya no tienen a dónde mirar sin sentir bochorno ético. Al grito de pandemia y cierra España, nos quieren confinar otra vez por causas inexplicables. Restringir la libertad invocando cómputos abstrusos. El coronavirus no puede ser la coartada perfecta para todo. Esa gestión abusiva generará reacciones imprevistas. Esto no es un juego. No todo vale en nombre de los intereses de unos cuantos. El capitalismo prospera en el desastre como la ambición de algunos gobernantes oportunistas.
        En esta situación, las elecciones americanas, gane quien gane, confirman los peores augurios. Dos candidatos disputándose con desmaño senil una presidencia desprestigiada por los desmanes y amaños de la campaña electoral dan una pésima imagen del país. La política del mal menor ya no sirve con Trump postrado en un hospital militar con síntomas inciertos. Al energúmeno Trump lo noquea el virus que negó hasta la ceguera patológica mientras al robótico Biden los chutes vigorizantes y el pinganillo dialéctico le mantienen las constantes vitales. Cuentan que el virus se infiltró como un intruso indeseable en la Casa Blanca hace dos semanas. El nexo entre la reelección de Trump y la expansión global del coronavirus es tan íntimo como el de una madre de alquiler y su feto. La infección de Trump podría ser otra argucia electoral para no abandonar la presidencia. Todo es posible bajo el nefasto imperio de la covid y la mascarilla totalitaria. 

martes, 29 de septiembre de 2020

MI CUARTIL DE INVIERNO: LAS 25 NOVELAS DEL SIGLO XXI


  No, no haré una lista equivalente de las mejores novelas españolas de lo que va de siglo. Me siento implicado como escritor y detesto el amiguismo, aunque algunos no lo crean. Lo que no quiere decir, en absoluto, que no sepa qué libros españoles cuentan para mí, y cuáles no, por más que otros se empeñen en imponerlos algo espuriamente en el debate.
Me quedo con mi cuartil de literatura internacional, que es lo más fácil y atractivo para mí, dados mis gustos y tendencias más bien transnacionales. No doy más de un libro por autor (hélas!) y la condición esencial para ser incluido es participar de la ficción de algún modo, por caprichoso que sea este. Nada de autobiografías, ni memorias enmascaradas de novela, ni diarios disfrazados, ni nada de nada del mismo chocolate ombliguista. Por más que guste a los lectores mayoritarios, el género egocéntrico no deja de ser para mí una rebaja de la exigencia inventiva que debe construir el discurso novelesco. Ficción y solo ficción en todas sus formas y variantes (metaficción e hiperficción incluidas).
Valores novelescos que defiendo sin concesiones: invención, creatividad, ingenio, originalidad, poder de fabulación, arquitectura formal, destreza verbal, exigencia intelectual e intransigencia moral. El poder de la ficción literaria elevado a la máxima potencia creativa. No están los tiempos para darle la razón a los ociosos y perezosos del gusto convencional y a esa clase media lectora que tiraniza con su gusto blando el sector ventas y promoción de la industria editorial. Si algunos libros que cito, los menos, no han sido traducidos, no es culpa mía, desde luego. La literatura que aprecio es plenamente contemporánea y comprende los entresijos de su tiempo y cultura con una actitud intempestiva y nada nostálgica. Me gusta la literatura que ha sabido tomar nota del mundo en el que vive y sobrevive, a pesar de toda la resistencia, y sabe estar a la altura de los desafíos a los que se enfrenta como arte al pretender existir en un mundo hostil a la inteligencia que solo la literatura posee en grado extremo. Una literatura que se expresa con entera libertad, sin más complicidad de la necesaria con el estado de las cosas, ni añoranza de ningún tipo por formas trasnochadas o discursos anticuados.
Elijo novelas, sí, solo novelas. Entiendo la novela como ese género formalmente expansivo, abierto y nada categórico: un artefacto de ficción extenso y ambicioso que transmite una visión singular, inquietante, inconformista y perturbadora del mundo en que vivimos y produce un placer único de lectura que aúna el conocimiento, el asombro, la lucidez y la excitación. Solo elijo grandes novelas, por tanto, repletas de imaginación, fantasía y lenguaje, con la única condición, además, de que hayan sido publicadas entre 2001 y 2020.
Me atengo a la cronología exacta y eso me obliga a dejar fuera de la lista un puñado de novelas memorables que clausuraron el siglo XX, asomándose al filo de su tiempo, y han servido como valiosos modelos en estas dos décadas del nuevo siglo: La mancha humana (Roth), Casa de hojas (Danielewski), Glamourama (Ellis), La ignorancia (Kundera), La familia real (Vollmann), Homo Zapiens (Pelevin), Super-Cannes (Ballard) y Desgracia (Coetzee). No importa, quedan mencionadas aquí como el punto cero a partir del cual me saldrán las cuentas de mi suma de libros.
Entiéndase también esta selección como una tentativa de definición de una estética narrativa del siglo XXI.
Estas son, por orden de preferencia, las 25 novelas de los primeros 20 años del siglo XXI:


1.      Contraluz (Against the Day; Thomas Pynchon; 2006)

2.     El atlas de las nubes (Cloud Atlas; David Mitchell, 2004)

3.     La vida y la muerte me están desgastando (Shēngsǐ píláo; Mo Yan, 2006)

4.     El clamor de los bosques (The Overstory; Richard Powers, 2018)

5.     Cosmópolis (Cosmopolis; Don DeLillo, 2003)

6.     Kafka en la orilla (Umibe no Kafuka; Murakami Haruki, 2002)

7.     Europa Central (Europe Central; William T. Vollmann, 2005)

8.     Plataforma (Plateforme; Michel Houellebecq, 2002)

9.     Ice Trilogy (Bro, Ice, 23.000; Vladimir Sorokin, 2008)

10.  Zeroville (Steve Erickson, 2007)

11.   Une vie divine (Philippe Sollers, 2006)

12.  Milenio negro (Millenium People; J. G. Ballard, 2003)


14.  Mundo espejo (Pattern Recognition; William Gibson, 2003)

15.  Las correcciones (The Corrections; Jonathan Franzen, 2001)

16.  Villa Vortex (Maurice Dantec, 2003)

17.  Middlesex (Jeffrey Eugenides, 2002)

18.  Elizabeth Costello (J. M. Coetzee, 2005)

19.  The Adventures of Lucky Pierre: Director's Cut (Robert Coover, 2002)

20. La fortaleza de la soledad (The Fortress of Solitude; Jonathan Lethem, 2003)

21.  2666 (Roberto Bolaño, 2003)

22. Ojalá nos perdonen (May We Be Forgiven; A. M. Homes, 2012)

23. La decadencia de Nerón Golden (The Golden House; Salman Rushdie, 2017)

24. Frankisstein (Jeannette Winterson, 2018)

25. El círculo (The Circle; Dave Eggers, 2013)