martes, 26 de octubre de 2021

CIENCIA Y FICCIÓN


[Publicado en medios de Vocento el martes 19 de octubre]

           Principio de incertidumbre. No sé qué es peor, la existencia o la inexistencia del comité de expertos que asesoró a Sánchez durante la pandemia. Si el supuesto comité existió, aunque sus actas sean invisibles, y sus decisiones inconstitucionales fueron acatadas por el presidente e impuestas a la población, sería una prueba deplorable de lo que significa un gobierno científico sobre la vida humana. La pandemia nos ha enseñado mucho sobre este tipo de gestión. Pero si no existió, como indican las evidencias, sería un síntoma escandaloso de la arbitrariedad y soberbia de Sánchez, arrogándose el poder absoluto en nombre de la ciencia.

A los ciudadanos nos toca sobrevivir hoy en ese filo peligroso entre la ciencia y la ficción, entre la hegemonía de la ciencia y el gobierno de la mentira. La ciencia trabaja en lo suyo mientras la política transforma en ficción tecnócrata todos sus esfuerzos racionales. Es el principal descubrimiento permitido por esta pandemia que se aleja como una tormenta eléctrica tras descargar sobre nosotros una lluvia de males.

Debo referirme a esta cuestión con extrema prudencia. Hay una autonomía donde la electricidad es tabú de alta política. Así se lo han hecho saber a Sánchez esta misma semana, en tono amenazante, los portavoces parlamentarios de las corporaciones eléctricas. Y Sánchez ha debido recular, como si recibiera un calambrazo mortal, y minimizar las medidas sociales del decreto sobre la luz.

Ya sabemos que la energía eléctrica es la clave del funcionamiento del mundo. Sin ella, nada de lo que consideramos valioso podría existir ni sostenerse. Apena por eso ir al cine a ver excitantes estrenos como “Titane” o “Benedetta”, de visión obligatoria para espectadores inquietos, deseosos de validar su ética a través de la estética, y encontrar las salas vacías. Solo el bueno de Bond ha conmovido el corazón del público con su paternidad sobrevenida y muerte súbita. Cuando el cine inteligente pierde, Netflix gana. Y “El juego del calamar”, la novísima sensación coreana, muestra al desnudo la obscena crueldad del modo de vida dominante.

La luz artificial que irradia la gran pantalla de mi nuevo televisor cuántico disipa la tristeza moral del presente. Estos sofisticados equipos nos devuelven el asombro antiguo, como dice Borges, que reunía a la humanidad primitiva en torno al fuego durante la larga noche. No solo de ciencia viven hombres y mujeres. La ficción es tan preciosa como el alimento y el vestido. Pero la mentira no. 

martes, 19 de octubre de 2021

APOCALIPSIS ESPECULATIVO


 [Philip K. Dick, Dr. Bloodmoney, Minotauro, trad.: Domingo Santos, 2021, págs. 300]

         Dice Dick en el epílogo que el fallo de esta novela, desde una perspectiva narrativa, es que el Fin del Mundo sobre el que se construye la trama no tuvo lugar en realidad. Es irónico este comentario viniendo del gran maestro de la ciencia ficción especulativa. La ciencia ficción o es especulativa o carece de valor. Por eso Dick, al reconocer que se equivocó en sus predicciones sobre la Tercera guerra mundial, como le reprocharon algunos lectores superfluos, no hace sino constatar cuán acertados eran los trágicos planteamientos con que concibió su novela.

Un apocalipsis nuclear que no tendrá lugar es mucho más sugestivo para jugar con las delirantes posibilidades de la ficción. La ciencia ficción es el género realista por excelencia, en la medida en que esta narrativa plantea a la realidad las preguntas fundamentales que esta no puede responder sin dejar de ser lo que es. Un simulacro cultural y tecnológico. Y es por esta razón por la que Dick, una mente generadora de conceptos originales con hipersensibilidad para la realidad americana de su tiempo, es el creador supremo del género.

          “Dr. Bloodmoney” es una de sus grandes novelas, la más deslumbrante quizá si se considera la complejidad de la trama y las subtramas, la fascinante galería de personajes principales y secundarios y la riqueza de ideas con las que nutre la imaginación de unas y otras. En el principio está el truculento Armagedón que se precipita sobre el mundo como consecuencia de la enfermedad mental, una combinación de psicopatía paranoica y megalomanía religiosa, de un científico de origen alemán llamado Bruno Bluthgeld (“Bloodmoney”/“Dinero sangriento”). El doctor Bluthgeld, perseguido por nazis y comunistas y asilado en Estados Unidos, como tantos científicos sospechosos de connivencia totalitaria, acaba desatando una catástrofe atómica en 1972 y otra en 1981.

La primera parte de la novela, más breve, transcurre justo antes de la segunda catástrofe, en un mundo donde ya existen seres afectados por la radiación como Hoppy Harrington, un “focomelo” que pasa de víctima a verdugo, y la segunda parte en 1988, siete años después de la hecatombe, en un mundo devastado donde existen criaturas mutantes y animales inteligentes, y donde los seres humanos supervivientes se refugian en pequeñas comunidades urbanas o rurales. Es extraordinario para la época que entre los protagonistas de la historia se cuenten un afroamericano emprendedor (Stuart McConchie) y una mujer finalmente liberada de ataduras familiares y conyugales (Bonny Keller).

Otro personaje esencial es el astronauta Walt Dangerfield. En 1981 iba a ser junto a su mujer Lydia la primera pareja en poblar Marte, como nuevos Adán y Eva de la Era espacial, pero el bombardeo alteró la trayectoria de su cohete y quedaron atrapados en la órbita terrestre. Desde entonces, antes y después de la muerte de su mujer, el disc-jockey Dangerfield se dedica a aportar consuelo y entretenimiento a la vida humana a través de sus emisiones radiofónicas de música y literatura vía satélite. Esta alegoría de la cultura mediática es una de las más ingeniosas invenciones novelescas de Dick.

“Dr. Bloodmoney” fue escrita en 1963 y publicada en 1965, por lo que la influencia creativa de la película de Stanley Kubrick “Dr. Strangelove”, en el título y el subtítulo (“Cómo nos las apañamos después de la Bomba”) así como en determinado tratamiento de los personajes principales y su papel en la trama, no es insignificante. De ese modo, Dick corrige el nihilismo y el humor negro de la denuncia de Kubrick con una afirmación utópica del poder para sobrevivir de la especie humana. 

jueves, 7 de octubre de 2021

EL BUCLE DEL BUCLE


  [Stephen J. Burn (ed.), Conversaciones con David Foster Wallace, Pálido Fuego, trad.: José Luis Amores, 2021, págs. 277] 

Este impresionante libro de entrevistas es, en realidad, una novela encubierta sobre David Foster Wallace (1962-2008), un escritor de fines del siglo XX y comienzos del XXI que vivía inmerso en el paroxismo de la cultura norteamericana, en medio de la incertidumbre posmoderna de saber que todo ha cambiado y nada ha cambiado en el fondo. En estas circunstancias, intentar realizarse como ser humano es tan complicado como intentar ser un buen escritor, no digamos ya un genio literario. Para quienes no hayan leído nada de Wallace, esta compilación, que ahora se reedita por cuarta vez con texto revisado, es como un cuarto repleto de juguetes y peluches en una guardería. Para quienes conocen sus novelas, ensayos o relatos, es una caja de herramientas, un manual de instrucciones sobre cómo y por qué escribió Wallace lo que escribió manejando cantidades ingentes de información y una herida mental lacerante y un lenguaje prolijo que era un bisturí forense con el que hurgaba en su cerebro y en el de los demás y de paso desgarraba el tejido de la realidad con pasión morbosa.

Después de leer estas veinte entrevistas y de releer, conteniendo la emoción, el epílogo del periodista David Lipsky, una evocación tan estremecedora como perceptiva de la trayectoria literaria y la personalidad singular de Wallace hasta los instantes previos a su suicidio, a un lector avezado en su obra se le hacen evidentes algunas cosas y otras, sin embargo, se oscurecen hasta la opacidad total. Sus relaciones ambiguas con la ironía, por ejemplo, tan cambiantes como su estado anímico, el amor/odio por la cultura de masas y, en general, el mundo del espectáculo americano, o la posición crítica ante la situación minoritaria, si no marginal, de la ficción en una cultura audiovisual donde adquiere un valor social creciente la no ficción, quizá como secuela del colapso integral del aparato simbólico de la cultura.

Cuando una inteligencia de ese calibre llega al límite en su diálogo con el lenguaje y la realidad es lógico que tropiece con un bucle infinito. Lo irónico de este impedimento reside en que lo que es nocivo para la mente del filósofo se vuelve el estímulo creativo más potente para un escritor como Wallace. De ese modo, su abandono profesional de la filosofía y las matemáticas por la práctica de la ficción narrativa le permitió desplazar a otro terreno de juego el bucle fatal en que vivía atrapada su mente prodigiosa. El cerebro de Wallace expresa en todo lo que escribe y dice su pugna con la realidad y su repugnancia hacia lo real. En el fondo, toda su obra, de ficción y no ficción, es la de un reportero de esa guerra cerebral, crónicas más o menos beligerantes de la tensa relación con el mundo y lo social de una psique paradójica, cautiva al mismo tiempo de una timidez patológica y una curiosidad extrema.

En cualquier caso, una idea persiste inamovible a lo largo de sus declaraciones, desde la primera entrevista en 1987 hasta la última en 2005, y podría considerarse su más valioso legado teórico y la mejor explicación de su lucha encarnizada consigo mismo y con las formas literarias y culturales vigentes: “El proyecto que merece la pena intentar es hacer cosas que tengan algo de la riqueza y el desafío y la dificultad emocional e intelectual de la vanguardia literaria, algo que haga que el lector afronte cosas en lugar de ignorarlas, pero hacerlo de tal modo que también sea agradable de leer”. Ahí estamos.