viernes, 30 de julio de 2021

MÁS LUZ


 [Publicado en medios de Vocento el martes 27 de julio]

La factura de la luz y la lucidez se pagan muy caras en este país.

Goethe era hombre y no murió de covid sino de vejez. Nadie es perfecto. Goethe murió, según su biógrafo, reclamando más luz para iluminar la habitación donde agonizaba y, de paso, un mundo dominado por poderes oscuros y necesitado de las luces de la razón. La covid le da la razón. Si hay un mal que ha vuelto al mundo más siniestro y a los poderes más totalitarios, es ese. En honor a Goethe, un gran escritor que coqueteaba con las ciencias como otros flirtean con las estrellas de Hollywood, no podemos permitir que la arbitrariedad y los insultos a la inteligencia dirijan el nuevo orden mundial.

Una mentira repetida es una mentira repetida y no se convierte en verdad por más que se la repita por todos los medios. Creo en la democracia y en la memoria, pero tengo dudas sobre la “memoria democrática”, ese artificio para desmemoriados con malas intenciones. Basta con ver la actitud del gobierno hacia Cuba para calibrar el limitado alcance político de su propuesta legal. Esta lección dialéctica la aprendió Orwell en la guerra civil española. Los crímenes solo se denuncian si son del otro bando.

El juicio sobre el régimen castrista se suspende sin fecha porque este ha confundido todas las categorías marxistas. En la revolución cubana, la farsa precede a la tragedia desde el principio y la acompaña siempre como un comisario implacable. Hay que reírse por ello con el calambur de la vicepresidenta Díaz. En la Cuba comunista, la traición a la patria en nombre de la “matria” no se considera un desliz gramatical, ay, sino un grave delito y se paga con la vida.

Mientras Cuba arde como una pira tropical, Sánchez pasea impasible por Nueva York y Los Ángeles luciendo su figura sobrehumana de primer presidente feminista del mundo. Ha visitado California para acordar las condiciones del biopic que Netflix ya prepara para cuando abandone la Moncloa. Quiere asegurarse de que el guionista y el director le harán justicia y no hablemos del actor, un guaperas latino aún desconocido.

España ha sido elegida para transformarse en paraíso globalista con las leyes más avanzadas del planeta. Y SuperSánchez, escoltado por la cohorte de superministras, es el líder ideal para conducir el experimento. A cambio, los socios de Soros le han organizado esta gira espectacular donde exhibe su inglés mesetario y un ideario banal negociando con ominosas corporaciones financieras. Visto lo visto, en vez de fármacos dudosos, convendría que nos inyectaran múltiples dosis de lucidez. Luz, más luz. 

martes, 27 de julio de 2021

JAPÓN APOLÍNEO


 [Junichirô Tanizaki, El elogio de la sombra, Satori ediciones, trad.: F. Javier de Esteban Baquedano, 2021, págs. 98] 

A 135 años de su nacimiento y 56 de su muerte, el 30 de julio de 1965, Tanizaki es el escritor que mejor expresó en su obra la esquizofrenia japonesa respecto de la cultura occidental. Mucho más que Mishima, desde luego, quien transformó esas relaciones ambiguas con las culturas del sol poniente en una pasión sadomasoquista demasiado enfermiza, con su muerte como culminación truculenta.

Menos impetuoso y mucho más inteligente, Tanizaki osciló durante toda su vida de un polo conservador a otro más moderno en sus vínculos con la cultura europea y americana de su tiempo. Antes de la madurez, según muestra su novela El amor de un idiota (Chijin no Ai; 1928), la fascinación por las modas y las costumbres occidentales, incluyendo el cine, la música y las formas de vestir, fue absoluta como expresión iconoclasta de modernidad y progreso. Una vez instalado en la madurez, se produjo un curioso viraje hacia las tradiciones nacionales que lo llevarían a considerar la presencia occidental como hostil a las cualidades históricas y la esencia específicamente japonesa, con independencia de las comodidades materiales y avances técnicos que la occidentalización aportaba. Ese regreso sintomático a formas ancestrales incluía una veneración sin trabas por todo lo añejo y un rechazo hacia la degradación contemporánea de los ritos, los objetos y los estilos genuinos.

Ya en su vejez, tras los estragos de la segunda guerra mundial, daría un nuevo giro en su aprecio por la cultura occidental, entendiendo por tal todo lo moderno e importado, y cierto menosprecio por los valores tradicionales. Las razones del cambio fueron, sobre todo, eróticas. Para el viejo erotómano Tanizaki la moda occidental en el vestir y el desvestir de las mujeres jóvenes las hacía mucho más atractivas y vivaces que las pesadas etiquetas y códigos nipones. Así lo expresa en su última novela, esa comedia sarcástica titulada Diario de un viejo loco (Fūten rōjin nikki; 1962), donde acertó a burlarse, en nombre del deseo, de la religión budista y las convenciones familiares.

Al leer este hermoso Elogio de la sombra (1933) es necesario contextualizarlo en la época intermedia de su vida, cuando el cuarentón Tanizaki comienza a experimentar cierto desengaño con las luces incandescentes y el frenesí de la modernidad y a sentir cierta nostalgia por maneras de vivir más serenas y naturales, apartadas de los grandes centros urbanos (como Tokio, escenario promiscuo de la corrupción de costumbres en curso). Esa misma condición vetusta admiraba Tanizaki en Osaka: la preservación del ritmo y los ritos de antaño.

Desde el refinamiento sensorial y la sutil ironía, Elogio de la sombra es un alegato tardío en favor de una idea de la vida en vías de desaparición, una cultura que pasa por la discreción, la modestia y la oscuridad (“lo bello no es una sustancia en sí sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros”). Esa belleza sombría se oculta, como un signo antiguo, en el negro de los lacados, la luz difusa de velas y candelabros, la blancura de los rostros de las mujeres resplandeciendo en la penumbra de los dormitorios, los pliegues de los kimonos que envuelven sus adustas anatomías, los tejados de grandes aleros que aplacan la luz solar, los retretes expuestos a las contingencias naturales, de modo que el que evacua sus intestinos pueda escuchar al mismo tiempo la música de las gotas de la lluvia chocando contra las tejas o el canto solitario de un pájaro. [En un arranque de humor, Tanizaki llega a atribuir a la tradición del haiku una conexión con esos instantes cenitales de la experiencia en que mientras el cuerpo realiza pasivamente su trabajo fisiológico la sensibilidad del poeta se exacerba percibiendo todos los signos de una naturaleza armoniosa.]

Este célebre ensayo es producto de un momento de crisis espiritual y existencial, en que Tanizaki se propone someter su literatura a una purga estética fundada en tradiciones autóctonas: “Me gustaría ampliar el alero de ese edificio llamado “literatura”, oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo”. 

miércoles, 21 de julio de 2021

CARNICERÍA


 [Publicado en medios de Vocento el martes 13 de julio] 

La historia es una carnicería, así lo cuentan los manuales. Todos los que han querido cambiar la historia solo han causado masacres. China celebra el fastuoso centenario de la fundación del Partido comunista como si fuera el funeral de los millones de vidas sacrificadas al Gran Salto Adelante y la Revolución cultural. Los chinos tienen razones para estar contentos. Venían de la hambruna y la pobreza y el matadero maoísta los ha conducido al frenesí de la riqueza y el consumo capitalista.

El éxito chino es simétrico al fracaso occidental. La doctrina neoliberal dominante desde los años ochenta fue la de desvincular el Estado y la iniciativa privada, motor del capitalismo, y crear una casta de multimillonarios autistas. Así nos va. La inteligencia dialéctica de los líderes chinos les hizo comprender que el capitalismo era un tigre poderoso al que convenía mantener encerrado en la jaula del estado autoritario. Y así les va.

Mi carnicero votaba siempre a Izquierda Unida, con conciencia de clase, pero desde las palabras del ministro Garzón contra la carne roja ha declarado la guerra a la ganadería ecológica y piensa votar a Vox, que al menos son caníbales, dice, y lo reconocen. Da miedo la situación política. Esta izquierda sensiblera nos va a echar en brazos de la bestia parda en las próximas elecciones si SuperSánchez no lo evita comiéndose otra tonelada de ministros y chuletones al punto.

La carne sintética, me explica el carnicero cabreado, es un bodrio intragable. Le confieso, para provocarlo, que llevo años deseando hacerme vegano sin lograrlo, pero ahora con la nueva ley “Trans”, eliminada la carnicería quirúrgica, a lo mejor me declaro mujer, cosa que me tienta desde que era joven. Ya se sabe que las mujeres nunca hacen ascos a la compañía de otras mujeres y que los hombres las ponemos nerviosas y hasta inquietas con nuestras manías atávicas. Somos así. Como el día y la noche. Yin y yang. Humedad y calor. Sol y luna. Nubes y lluvia. Ese es el indiscreto encanto de lo hetero, quien lo probó lo sabe.

La ley lo puede cambiar todo, no esto. Si me declaro mujer y vegana poseo todas las ventajas para infiltrarme en los lugares íntimos donde las mujeres revelan sus secretos más preciados. Y si me apropio del refinado erotismo chino y su inteligencia proverbial, podría encarnar incluso el ambiguo modelo de seductor al gusto del siglo XXI. Quién ha dicho que de esta maldita pandemia no salimos reforzados. Resiliencia y emprendimiento. Es la fórmula del futuro. 

martes, 13 de julio de 2021

TAN NORMAL


  [Eloy Fernández Porta, Las aventuras de Genitalia y Normativa, Anagrama, 2021, págs. 121]

            Normal normal, lo que se dice normal, nadie lo es de verdad. Todos fingimos o aparentamos normalidad y así nos va. Hasta la idea de normalidad se corrompe con el tiempo y nuevas variantes de la norma imponen nuevos modelos de normalidad. La normalidad, por tanto, no es nueva ni antigua ni lo puede ser. La normalidad es lo que hay, lo que rige el destino de las comunidades y los individuos asociados. Lo normal es la norma, lo normativo. El mal es lo anormal, como sabía Foucault que estudió en la Escuela Normal Superior, pero no se cansó de escribir sobre los anormales y hasta dictó cursos sobre ellos. Los anormales eran para Foucault, precisamente, esas criaturas que no encajan en ninguna norma, inclasificables y monstruosos por definición, y ponen en cuestión con su existencia la normalidad social y encarnan aquello que las sociedades excluyen por sistema para consolidar el lazo comunitario.

La normalidad está de moda, avisa Fernández Porta en este lúcido y divertido ensayo. Ser normal se lleva otra vez como disfraz de última tendencia. Lo normal mola y es objeto de consumo vestimentario, musical, literario, político y culinario. El arte escapa a esa contaminación, pero eso, como diagnostica Fernández Porta, es producto de su aislamiento y elitismo. Lo normal ya no se impone. Lo normal seduce y atrae con su discreto encanto. Lo anormal, las anomalías y rarezas, han quedado desfasadas y no marcan diferencias. Estas se establecen ahora como declinación entre los diversos grados y matices de la normalidad vigente. Tiempo de normalidad como secuela de épocas anteriores donde la modernidad impuso la distinción y la excentricidad como normas de comportamiento y expresión libre.

La nivelación posmoderna habría supuesto una inversión de categorías en la que la hegemonía de lo idéntico y la homogeneidad constituirían el rasgo normalizador. Estándar quiere decir ahora estilo, como indica la marca de ropa Desigual a la que Fernández Porta dedica una aguda disección. El prefijo no engaña a nadie. Ser igual es el deseo imperativo de sus compradoras para distinguirse como grupo y no ya como sujeto consumidor.

La normalidad es la ley de la realidad y la nomografía su fundamento práctico. Este libro se publicó primero en inglés el año pasado con ese título. “Nomografía” designa el dispositivo público que genera los principios y valores que rigen la opinión y la conducta de los usuarios de medios y metamedios (redes sociales). Es el arte supremo de crear normas en todos los ámbitos: dar orientaciones normativas para no errar y modular el ideal de normalidad imperante. Las redes sociales funcionan allanando el sendero de la opinión correcta, creando consignas de consenso y etiquetas de aplauso y, sobre todo, dictando reglas no escritas para el mundo consuetudinario de los intercambios y relaciones digitales. El castigo viral por su incumplimiento es el ostracismo y la soledad. La cancelación del infractor.

El sexo es el dominio de lo normativo por excelencia, pero ya no contiene la verdad de la experiencia subjetiva al normalizar las patologías que lo hacían atractivo. Cuando todo es normal, como dice Fernández Porta en su espléndida glosa de la gran serie “Masters of Sex”, desaparece la transgresión y el acto se vuelve anodino. “Genitalidad de la norma”, diagnostica con agudeza gracianesca, “normatividad de los genitales”. A batallas de amor, campo de codificación fatal. Meterse en la cama con alguien, sea cual sea su asignación sexual, significa deslizarse en el laberinto kafkiano del sentido. Deseamos la desnudez, la animalidad desenfrenada de los apetitos y los órganos del goce, la deshumanización dichosa de los deseos, y nos vemos atrapados en la maraña infinita de la ley, la psicología y la sexología más prescriptivas.

Así de paradójica es la palpitante cuestión que Fernández Porta analiza con humor singular, ingenio, pirotecnia retórica y esgrima teórica. Esta anatomía festiva de la normalidad contemporánea se transforma, de ese modo, en placer anómalo para la inteligencia.

miércoles, 7 de julio de 2021

BOZAL

 

[Publicado en medios de Vocento el martes 29 de junio] 

Aprovechemos la caída de las mascarillas para empezar a contar verdades sobre la pandemia. 

            Me quito el bozal y soy otro. Me quito el bozal y se derrumban las mentiras que nos han contado desde que empezó la pesadilla. Me quito el bozal y me transformo en el hombre de la verdad. Qué trabajo nos cuesta decir la verdad en este país. Vivimos instalados en la mentira desde hace tanto tiempo que ya ni nos acordamos de cuándo comenzó a gobernar la falsedad. No fue con el régimen del 78, como pretenden los nacionalistas, esos grandes amigos de la verdad. Fue mucho antes. Ya en tiempos del hombre de Atapuerca, si no recuerdo mal, nuestros enemigos nos llamaban mentirosos. Qué se le va a hacer. Es nuestra verdad atávica como pueblo.

En Estados Unidos, en cambio, desde que cayó Trump y Biden ascendió al cielo del Capitolio, la verdad resplandece como una sonriente heroína de Marvel. No hay más que ver su televisión para comprobarlo. Comparadas con las nuestras, tan sanchistas, las televisiones americanas parecen comisiones de expertos. El bueno de Biden dio la orden hace unos meses de que se investigara el origen del virus. No quiere que las mentiras ensucien su mandato y den al traste con su reelección. Con las mascarillas han caído todos los tabúes sobre la pandemia y da gusto ver a la plana mayor de la izquierda liberal del espectáculo televisivo americano, desde Jon Stewart a Bill Maher, paseándose alegremente por los platós para anunciar la buena nueva. El coronavirus es tan artificial como el kétchup y China la responsable de su expansión incontrolada.

Nadie se cree ya la fábula confuciana del murciélago y el pangolín. Y denuncian en voz alta el silencio cómplice y la manipulación científica de la verdad. Estamos en deuda con la ciencia, dice Jon Stewart con retranca, por la ayuda prestada para aliviar el dolor en una pandemia que la ciencia misma ha creado. Así de simple es la verdad. Y no debe darnos miedo, ni asco. El laboratorio puntero de Wuhan es el lugar de donde escapó el maldito bicho. Todo lo demás es pura ocultación de la verdad. La mentira más grande jamás contada.

En España nos hemos creído el cuento chino tan al pie de la letra, como un dogma de fe, que costará mucho olvidarlo. Ojalá no haya que esperar a que Sánchez se vaya de la Moncloa para enterarnos de la verdad de manera oficial. Esperemos que Biden, en uno de esos saludables paseos que suelen dar juntos en las cumbres europeas departiendo sobre lo divino y lo humano, acierte a transmitirle las ventajas políticas de la verdad. Quítate el bozal, hermano. La verdad te hará libre.