miércoles, 27 de noviembre de 2019

SISTEMA NERVIOSO GLOBAL



[William Davies, Estados nerviosos, Sexto Piso, trad.: Vanesa García Cazorla, 2019, págs. 345]

Como suele ocurrir en este tipo de ensayos, sus análisis pesan más por la validez de sus diagnósticos que por la tímida propuesta de remedios. La situación, tal como Davies la describe, se reduce a una polarización entre tecnócratas y populistas que finalmente conduce a un enfrentamiento larvado entre verdad y falsedad que tiene internet como uno de sus escenarios preferentes. La desautorización del saber y el conocimiento, o su puesta a disposición de los poderes políticos y los intereses corporativos, sumada a la creciente desigualdad que padece una parte importante de la población, ha dado lugar a un mundo altamente conflictivo y peligroso.
En este contexto, Davies, economista y sociólogo, radiografía con solvencia las principales línea de tensión de lo que denomina con acierto el “sistema nervioso global”. Pero si el examen sincrónico, casi en tiempo real, es de gran agudeza y produce reflexiones de certero calado sobre el presente, la dimensión diacrónica no es menos relevante. La genealogía del Estado liberal, ese Leviatán que protege a sus súbditos de la violencia y les proporciona condiciones de seguridad y prosperidad,  como teorizara Hobbes, constituye un punto de partida del análisis de Davies. El otro, más o menos coetáneo, es la racionalidad cartesiana que escinde la mente del cuerpo y atribuye a la primera todas las certezas y evidencias y al segundo la posibilidad del error emocional y el engaño sensorial.
En dos tiempos, por tanto, cifra Davies las claves del proceso histórico por el cual las emociones, traicionando el proyecto racional de Descartes y Hobbes, se han adueñado finalmente de la sociedad imponiendo una agenda que se mueve, de un lado, entre el ilusionismo de los demagogos y las fantasías de los desfavorecidos; y, de otro, entre las ambiciones sin límites de las oligarquías financieras y tecnológicas y la claudicación de los estados a las demandas del capitalismo multinacional.
El “declive de la razón”, título del primer bloque del libro, describe las estaciones por las cuales los expertos fueron asociados al poder como garantía de control de este sobre la población y, al mismo tiempo, identificados como grandes enemigos de los intereses populares, pasando a ser descalificados como tecnócratas. Así se produce, según Davies, el “auge del sentimiento”, título del segundo bloque del libro: “En cuanto la razón humana hubo triunfado sobre la superstición y los derechos divinos, se descubrió la fuerza de las emociones y las sensaciones humanas como medios para perturbar y dominar el nuevo orden político”.
Este proceso histórico, en las sociedades contemporáneas, convierte el resentimiento social generado por la desigualdad económica en agente de la inestabilidad política que favorece el triunfo electoral de discursos demagógicos como el de Trump. Por otra parte, la dependencia mediática y tecnológica del presente, el dominio aplastante de la ideología del mercado, el surgimiento de las redes sociales como nuevos instrumentos paradójicos de relaciones privadas y vigilancia pública de los usuarios, han derrumbado las viejas categorías con que antes se cartografiaba el mundo y transformado este en un tablero algorítmico donde pugnan por la hegemonía las grandes corporaciones, los poderes financieros, las superpotencias mundiales y los debilitados estados nacionales.
En este complejo panorama, concluye Davies, no cabe la marcha atrás, no hay regreso a un pasado donde los expertos puedan resolver los problemas más acuciantes con recetas mágicas e ideas maravillosas, sino dar un paso adelante para encontrar la fórmula con la que, entre todos, renovar el ideal humanista de un mundo habitado por seres que sienten y piensan, si esto es aún posible, como una especie única y unida.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

MIEDO Y ASCO



[Hunter S. Thompson, Miedo y asco en Las Vegas, traducción: José Manuel Álvarez Flórez y Ángela Pérez, ilustración: Cristóbal Fortúnez, Compactos 50, Anagrama, págs. 216]

Cuidado con este libro. Este libro es peligroso. Te puede cambiar la vida. Todos los grandes libros son peligrosos. Este es un gran libro. Tan peligroso como la vida. Este libro habla de la vida como una tentativa inútil para escapar de la muerte. La muerte como el castigo justo por no haber sabido vivir. La vida y la muerte. Nadie vive realmente. Nadie muere tampoco. Ese es el secreto. Miedo y asco. El mundo es tan corrupto como Las Vegas. Un paraíso capitalista donde la vida se consume al límite. En la jungla fluorescente de los casinos, las esculturas de neón y los hoteles de lujo. Al límite de las fuerzas y la energía. Al límite del yo. El agotamiento es la verdad del juego. La ruina fatal, sin dinero ni tiempo para malgastarlo. La alucinación ácida, como nueva forma de lucidez, usurpando el lugar de la utopía imposible. Un viaje infernal al corazón podrido del sueño americano. El Punto Extremo de la Realidad. El Espectáculo de la Realidad. Periodismo Gonzo. La vida da miedo y produce asco. La vida es solo eso. Circular a toda velocidad por la autopista del desierto conduciendo un Chevrolet rojo descapotable en dirección a un parque temático solo para adultos llamado Las Vegas. Recorrer el Valle de la Muerte atiborrado de drogas mientras vas pensando que la diferencia entre locura y masoquismo es una nebulosa. No te engañes. No hay más. La vida da asco y produce miedo. Por eso es tan maravillosa. Como este libro. Aprende a leer. Este libro dice la verdad. Este libro habla de ti. Así en la vida como en la literatura.

martes, 12 de noviembre de 2019

MÁQUINAS TRISTES


[Ian McEwan, Máquinas como yo, Anagrama, trad.: Jesús Zulaika, 2019, págs. 355]

Uno de los logros extraliterarios más significativos de esta novela mainstream de McEwan es invertir el designio del famoso test de Turing, de tal modo que es ahora la conciencia de la máquina la que detecta y escanea, de manera implacable, las inconsistencias, deficiencias e insuficiencias de la identidad humana…

            No es casual que las ficciones más creativas sobre las distopías del presente y el futuro estén surgiendo en el Reino Unido. Si el contexto social y político lo propicia, o si lo favorece la larga tradición literaria desde la fundacional “Frankenstein”, son cuestiones menores en comparación con el vasto alcance de sus propuestas y la alta resolución de sus logros. Esta novela de McEwan se suma con brillantez al éxito de series como “Black Mirror” o “Years and Years”, películas como “Ex Machina” y al ingenio inglés de Jonathan Nolan que anima la serie americana “Westworld”, un parque temático poblado de androides esclavos.
Tras la aventura hamletiana de Cáscara de nuez, McEwan ha tenido la audacia de contar otra historia de las suyas insertando en la trama un componente extraño, una presencia anómala que produce un efecto perturbador en su habitual mundo de ficción. Para plantear su ecuación narrativa sobre la vida humana, McEwan recurre a dos factores entrelazados. En primer lugar, consciente de que todo abordaje de la ciencia-ficción desde parámetros convencionales exige el ajuste de sus menores detalles, el trastorno temporal. En vez de desplazar la trama a un futuro utópico o distópico, McEwan ha preferido crear una ucronía novelesca ambientada en unos imaginarios años ochenta donde ya existen internet y los teléfonos móviles, el Reino Unido es derrotado en la guerra de las Malvinas, Thatcher dimite, Carter gobierna, Alan Turing vive aún y la ciencia robótica comienza su andadura comercial poniendo a disposición de clientes adinerados criaturas de sexo masculino y femenino.
El segundo factor detonante de la novela, el más decisivo, es la incorporación de un facsímil antropomorfo, un androide llamado Adán, en la vida del protagonista y narrador, Charlie Friend: un treintañero a la deriva que acaba de abandonar la abogacía para dedicarse a la especulación inmobiliaria en internet. Charlie mantiene unas complicadas relaciones con su vecina veinteañera, la encantadora Miranda, hija díscola de un escritor decrépito y doctoranda de nombre shakespiriano con un pasado tortuoso. Este triángulo amoroso nada euclidiano se podría describir, gastando una broma bíblica, como Adán y Eva jugueteando en el jardín del Edén con la manzana de Apple. O, dicho de otro modo, revisando con sarcasmo ciertos episodios inquietantes de la novela: la tecnología no resolverá nunca las disfunciones de la pareja o el amor, ni la vida adulta, por supuesto.
Personajes como el robot Adán, dotado de una inteligencia superior que juzga las conductas humanas con parámetros éticos de un rigor sobrehumano, y como Alan Turing, el genial científico que, a pesar de su suicidio real, abrió las puertas del mundo a los algoritmos y la computación universal que revolucionaron el final del siglo XX y fundaron la era digital del XXI, proyectan los postulados de la narración hacia el pesimismo ontológico que suele dominar la aguda mirada de McEwan. De hecho, en una escena que revela hasta qué punto el robot no es solo un personaje de ficción sino un doble potencial del escritor, Adán, que ha adquirido el gusto por la escritura de haikus, comenta al protagonista que la novela en el futuro, cuando humanos y máquinas sean iguales y sus inteligencias se conecten de manera natural, la novela entendida al modo flaubertiano de McEwan, será un artefacto inútil y trasnochado, un residuo artístico de un tiempo histórico superado.
El profundo sentido de la ironía de McEwan hacia el desastre secular de la existencia humana y la promesa utópica de la vida y la inteligencia artificial se expresa en esta novela con devastadora lucidez.

martes, 5 de noviembre de 2019

PARÁSITOS



[Publicado hoy en medios de Vocento]

            La otra noche me aburría y me fui de turismo por la República digital catalana. Me pareció un lugar encantador, idílico e inofensivo, y no entiendo por qué el gobierno español quiere eliminarlo como si fuera un atentado constitucional. Allí, hasta donde yo sé, no existen el terrorismo callejero, la quema de contenedores, el diluvio de piedras, las cargas policiales, los discursos incitando a la violencia. No veo qué daño pueda hacerle a nadie esta Cataluña de barretina y sardana. Fue un paseo instructivo y entretenido por un pequeño país de opereta decimonónica. No imaginaba que internet pudiera funcionar como solución técnica al amargo encono de ciertos conflictos y me llevé una grata sorpresa. Espero que Sánchez haga lo propio con el sanchismo si pierde las elecciones. Mudarlo a la red. La Ínsula Barataria sanchista serviría como sede digital para ir preparando, junto con sus infalibles asesores, el retorno del líder derrotado.
Esto del parasitismo se está volviendo un mal sistémico. En este mundo todo vive en condición parasitaria y hasta presume de ello. Sánchez parasita la Moncloa y el ideario de su partido del mismo modo que Torra y Puigdemont parasitan la identidad de Cataluña y no la dejan ni respirar. Otro tanto hacen Vox y el PP con la marca España, idea devaluada por el abuso retórico, el simbolismo endeble y la gestión corrupta. La momia recién desalojada de Cuelgamuros parasitó la vida española durante demasiado tiempo con sus valores fachas y quizá aún lo haga. Ahí donde menos se espera salta ahora el parásito franquista. En cada comunidad autónoma hallamos también formas de parasitismo institucional muy arraigadas entre la fauna ibérica. Pero lo peor es que incluso las campañas electorales se han vuelto parasitarias de la política. En las próximas elecciones, lo primero es decidir si votar, en esta ocasión, es darle o no la razón a los parásitos. Y, una vez resuelto el dilema, dilucidar qué partido es menos parásito o qué líder está más predispuesto al parasitismo del poder. No olvidemos que el parásito es enemigo de cualquier innovación y la democracia, en definitiva, es el sistema más útil para poner a los parásitos en su sitio.
Vuelvo ahora a mis paseos machadianos por los algoritmos de la Cataluña digital y pienso que debemos aprender la lección. Al final va a ser verdad que internet se creó para escapar de las leyes de este mundo. Con dinero virtual y repúblicas cibernéticas, la felicidad futura de los ciudadanos está garantizada. Aunque no tardarán en aparecer parásitos informáticos, tengamos el atrevimiento de fundar una nueva España digital, huyendo de los males de la España real. Una España libre de oligarquías y monarquías. Una República tecnológica donde nuestros sueños históricos y las promesas incumplidas de la Transición puedan realizarse sin trabas. Una España sin parásitos.