martes, 30 de julio de 2019

EL ÁRBOL DE LA VIDA


[Richard Powers, El clamor de los bosques, AdN, trad.: Teresa Lanero, 2019, págs. 605]

“Anthropocentrism also has become increasingly untenable in the light of scientific experiment and discovery. Now that we know how similar, and how closely related, we are to all the other living things on this planet, we cannot continue to consider ourselves as unique. And we cannot isolate our own interests, and our own economies, from processes taking place on a cosmic scale in a universe whose boundaries we are unable to grasp”.

-Steven Shaviro, The Universe of Things-

A mi amigo Marcel,
entrañable representante de la vida en la Tierra

El mecanismo de los árboles es idéntico al de esta maravillosa novela de Richard Powers. Las raíces se expanden por el suelo en busca de los minerales que, transformados en savia, circulan por el xilema y permiten al tronco crecer hacia lo alto y hacia lo ancho imponiendo una silueta rugosa hasta la copa, donde las ramas se bifurcan como el pensamiento y se extienden hacia el cielo en busca del aire y la luz solar que alimenta las hojas de clorofila. 
El milagro vegetal de la fotosíntesis irriga todas las páginas de esta novela-árbol hecha de papel extraído de los árboles y los bosques que la protagonizan. Richard Powers es uno de los grandes novelistas norteamericanos actuales y este, sin ninguna duda, una de sus mayores logros. Lo fácil para Powers, científico de formación y escritor por vocación cultural, sería escribir no ficción, brillantes ensayos especulativos, pero prefiere la ficción para transmitir esta historia increíble que ganó el último Premio Pulitzer (y que ahora aparece en español en la excelente traducción de Teresa Lanero).
Lo que este libro cuenta, con los rasgos de una grandiosa epopeya ecológica, está indicado en el título original: The Overstory. La Archihistoria, en una primera traducción literal de su sentido novelesco, más allá de su sentido botánico. La historia primordial. La historia esencial o básica. La leyenda del planeta. Es decir, la fabulosa historia que está por encima de todas las historias elaboradas por los humanos: la historia de las múltiples formas de vida que habitan, habitaron y habitarán la Tierra, antes y después de la existencia de los seres humanos. Esa historia de historias incluye incontables mutaciones, metamorfosis ovidianas, cataclismos y extinciones tanto como génesis, proliferación ingente y creación de novedad. La vida, en su diferencia radical, como una secuencia de tiempos inabarcables. La evolución y revolución de la vida y sus actores y actrices trascendentales, con los árboles ocupando un lugar de primacía. Esa historia gigantesca es la de los bosques y los árboles. La historia concebida como una cronología arborescente, ramificada en infinitas bifurcaciones de complejidad, como la misma novela.
            El tropo con que Powers organiza la exuberante enciclopedia de información y experiencias que compone la trama novelesca es muy gráfico. Cuatro bloques narrativos de diversa extensión (“Raíces”, “Tronco”, “Copa” y “Semillas”) y nueve personajes principales a los que vemos, como existencias arbóreas, germinar, nacer, crecer y desarrollarse y, en algún caso, extinguirse a lo largo del libro. Cada uno de estos protagonistas encarna una perspectiva insólita y un destino singular: el artista verde Nick Hoel, la ingeniera Mimi Ma, el profesor de psicología Adam Appich, el abogado Ray Brinkman y su mujer Dorothy Cazaly, el veterano de guerra Douglas Pavlicek, el diseñador de videojuegos discapacitado Neelay Mehta, la gurú bióloga Patricia Westerford y la excéntrica luchadora Olivia Vandergriff. Todos ellos son conscientes, de un modo radicalmente distinto, de la gravedad de lo que está en juego, la catástrofe terrestre, y toman partido por los árboles y la vida en una de las gestas más heroicas y arriesgadas de nuestro tiempo.
En su fragmentario epílogo (“Semillas”), la novela de Powers postula una cierta esperanza dentro de su visión pesimista y devastadora. En inglés, árbol y verdad (true y truth) tienen la misma raíz, como dice Powers, no en otras lenguas occidentales como el español, donde la única equivalencia ingeniosa sería entre verdura (o verde) y verdad. Los supervivientes luchan con sus medios por escuchar la acuciante pregunta de la Tierra, la pregunta de la vida, y por responderla adecuadamente, sin miedo a las consecuencias. 
Fredric Jameson plantea algo similar en su nuevo libro (Allegory and Ideology). El animal humano es una especie incompetente, sin duda, y los signos del futuro son menos fiables que los del presente, dice Jameson, pero en el Antropoceno, ese período marcado por la influencia humana sobre el ecosistema, hemos aprendido que podemos revertir el proceso destructivo. Es tiempo de devolver a la Tierra con creces todo lo que nos ha dado y reformarla, en el sentido literal y en el figurado.
O terraformarla, proceso inteligente que Jameson propone como proyecto de redención terrestre haciendo suya la jerga de ficción científica del novelista Kim Stanley Robinson.
Richard Powers estaría de acuerdo.

miércoles, 24 de julio de 2019

BLANCURA CETÁCEA



 [Herman Melville, Moby-Dick, Penguin Clásicos, trad.: Enrique Pezzoni/Inga Pellissa, 2019, págs. 712]

Mejor fallar siendo original que tener éxito siendo un imitador.


Ahí está Moby-Dick otra vez, la ballena más famosa de la historia, desnuda como el primer día de la creación, reluciente como la espuma, una nube blanca surcando el mar entre chorros de agua salada. Cuando éramos niños, las versiones párvulas la dibujaban en nuestra imaginación con la inocencia de los días felices, la pureza de los sueños diáfanos. Cuando crecimos se transformó en una amenaza terrorífica: esa abominación marina que emerge de las entrañas del abismo para destruir con un golpe brutal a quien pretende darle caza sin entender que Moby-Dick es un animal eterno: una criatura enorme y obstinada nacida para vencer el tiempo y la muerte con su energía inagotable. La única ballena que sobrevivió al período de la masacre industrializada de sus congéneres para ver, muchos siglos después, cómo sus antiguos asesinos cobraban conciencia del crimen imperdonable y decidían proteger la vida asombrosa de esos mamíferos gigantescos.
Nada de esto cruzaba la mente del gran Melville en el momento de concebir esta novela oceánica. Tampoco en la fase posterior, cuando arriesgándolo todo en la aventura de escribirla solo se dejaba conducir por los faros literarios de sus maestros (Shakespeare, Milton, Mary Shelley, Hawthorne) hasta que la oscuridad total lo cegaba y extraviaba. Entonces la escritura de Melville alcanzaba a guiarse por intuición marinera entre las tinieblas de una singladura artística que no siempre fue feliz. No pocas veces, durante la ardua travesía, por más que su prosa se elevara a las alturas de la genialidad y su relato avanzara como un ballenero veloz en pos de la preciosa presa, Melville sintió el aliento gélido del fracaso soplándole en la frente, como dice el prologuista Andrew Delbanco, autor en 2005 de una espléndida monografía sobre Melville (Melville: su mundo y su obra; publicada en español en 2007).
La sombra del fiasco proyecta siempre su amargo filo en toda creación original. Y si Moby-Dick (1851) es no solo la gran novela fundacional americana sino la más innovadora del siglo diecinueve, de una novedad estética precursora de la escritura moderna y posmoderna, eso solo lo sabemos apreciar ahora. Entre el público puritano y la crítica inepta de su época, esta obra monstruosa e inclasificable como el cetáceo homónimo solo provocaba desconcierto e incomprensión absoluta.
No hay en la literatura europea coetánea un novelista más creativo y audaz que Melville. Alguien que sintió que la escritura no podía limitarse a deslizarse sobre raíles preestablecidos, como una locomotora, o transitar por senderos trillados, como una diligencia, o surcar rutas prefijadas, como una goleta, sino crear su propio territorio a medida que lo iba cartografiando con retórica sublime y febril, metáforas deslumbrantes, personajes sobrehumanos y discursos grandilocuentes dignos del Macbeth o el Hamlet de Shakespeare, el Satán de Milton y la horrenda criatura del doctor Frankenstein.
La tradición anglosajona tiene esa grandeza. Así como España transmitió el virus de Cervantes a sus colonias americanas, Inglaterra transmitió el bacilo de Shakespeare a las suyas. Y no es posible leer la literatura norteamericana sin escuchar esa resonancia magnífica, esa música excepcional que desnuda el alma dramática de los personajes al tiempo que encanta el oído con palabras inauditas. Importa poco, en este sentido, si estamos en los lóbregos castillos medievales de Escocia, Inglaterra o Dinamarca, o a bordo de un recio ballenero (el Pequod) en pos de un monstruo marino que ha condenado al demente capitán Ahab a la errancia infinita de su cacería y al resto de la tripulación a perecer con él, excepto el narrador náufrago (“Llamadme Ismael”), el huérfano renacido de las aguas maternas asido a un ataúd flotante.
Eso es también Moby-Dick en el siglo XXI. Un sumario mítico de la historia humana leído por la pupila implacable de una ballena inmortal: una parábola ecológica sobre la encarnizada empresa de los fanáticos que conquistaron el espacio americano a cualquier precio y la tarea interminable con que los humanos se adueñaron de un planeta que, en cuanto quiera, puede devolverlos a la nada con solo un coletazo descomunal.

viernes, 19 de julio de 2019

HOMBRE HEMBRA



[Paul B. Preciado, Un apartamento en Urano, Anagrama, págs. 313]


“Yo soy todas las hijas de la casa de mi padre
y todos los hermanos también”.

-Shakespeare, Noche de reyes-


            Primero el sujeto y luego el objeto, aunque en el fondo sean lo mismo, cuerpo y escritura, sexo y pensamiento, en el caso de Paul B. Preciado. El perturbador caso de la mujer lesbiana nacida Beatriz luego devenida Paul. Paul Beatriz, más exactamente, con todo el conflicto legal imaginable del nombre masculino nuevo asociado al femenino anterior, tan connotado, y la mediación nada neutral en la transición de una identidad a otra de la ciencia médica y su control y clasificación de cuerpos y sexualidades. Ya tenemos identificado al excéntrico autor de este magnífico libro donde Preciado nos demuestra, a los lectores cómplices y a los extraños, esos que todavía creen en la solidez molar de los cuerpos sexuados, cómo revolucionar un cuerpo, sus relaciones y nudos de poder, su genitalidad cultural y su gestualidad y voz genesíacas, equivale a sostener una visión revolucionaria de la realidad, una actitud solidaria hacia todo lo extranjero, disolvente, anómalo o en tránsito nómada que se pueda encontrar por el mundo.
Tras una tortuosa terapia neoyorkina de “reasignación sexual”, Preciado elige definirse ante la legislación española, a la que está sujeto por nacimiento, como “género fluido” o trans. O lo que es lo mismo, para diferenciarse de otros transexuales (“mujeres con pene”) o los intersexuales (hombres o mujeres de genitales problemáticos), como “hombre sin pene”. Por otro lado, inscribiendo su experiencia en el régimen fármaco-pornográfico (a cuyo análisis cuerpo a cuerpo dedicó su famoso Testo yonqui), Preciado reconoce deber la felicidad fisiológica de su estado a las periódicas inyecciones de testosterona que actúan vigorizando su cuerpo con potencia masculina. [De ahí, de ese estado de indefinición genérica, de esa condición híbrida de su identidad, el homenaje que hago en el título de este post al personaje creado por Joanne Russ en su maravillosa novela The Female Man.]
Preciado es, además de esto, un cerebro superdotado, formado en la lectura apasionada de maestros intelectuales como Derrida, Foucault, Deleuze y Guattari. De sus ideas y formulaciones se nutre su pensamiento insurgente. Con Derrida comparte la interpretación de la tecnología simbólica de la escritura como fundamento a un tiempo coercitivo y liberador de la cultura humana. De Foucault, quizá su influencia más tangible, hereda las genealogías nietzscheanas de la insurrección, la transgresión, la locura, la disidencia, el placer, la enfermedad y la historia de los aparatos represores de toda diferencia, ya sea sexual, moral o mental. Y del dinámico dúo Deleuze-Guattari retiene su creencia en el devenir molecular, la actitud antifreudiana y la apertura a la multiplicidad y complejidad de la vida.
La inteligencia estratégica del libro reside en su elección, como estilo comunicativo, del formato ocasional, espontáneo y vivaz, de la crónica periodística en vez del tratado sesudo o el ensayo académico. De este modo, de la dimensión micropolítica a la macropolítica, el discurso de Preciado logra abarcar todos los temas relevantes de la actualidad, los motivos polémicos, las perspectivas escandalosas sobre la realidad cotidiana o las confidencias personales más íntimas. 
Entre diciembre de 2010 (fecha del artículo más antiguo) y octubre de 2018 (fecha del instructivo prólogo) se desarrolla la cronología de una aventura vital, la de cambiar de sexo, cuerpo e identidad, con todas las consecuencias, y habitar ciudades y espacios diferentes, en paralelo a un turbulento mundo de acontecimientos políticos, sociales y económicos. Junto al relato fragmentario de sus desventuras clínicas y jurídicas desfilan por sus páginas la grave crisis ideológica de la izquierda (incapaz de afrontar fenómenos como la procreación de los homosexuales, la maternidad subrogada o la prostitución, sin caer en posiciones coincidentes con la derecha), el auge del fascismo nacionalista y xenófobo, el conflictivo proceso catalán (en el que ve la proyección optimista de un estado imaginario), el gran mercado de deseos y afectos, el nuevo mundo tecnológico de dispositivos y pantallas, la crisis de los refugiados sirios, las políticas europeas de austeridad, la deuda griega o la ubuesca presidencia de Donald Trump, que aglutina todas estas cuestiones y las proyecta más allá del acotado espacio europeo.
No es necesario estar de acuerdo en todo con Preciado para celebrar la intransigente lucidez de sus planteamientos y especulaciones, incluidas antinomias y contradicciones, su valentía existencial, su ejemplaridad cívica y compromiso solidario, y, sobre todo, la vehemencia transgresora y brillantez de su escritura. Preciado piensa y escribe con todo el cuerpo, no solo con la cabeza, más allá o acá de la razón cartesiana. 

martes, 16 de julio de 2019

COSAS EXTRAÑAS



[Publicado hoy en medios de Vocento]

Un golpe de calor es un golpe de calor, y a veces un ataque de lucidez. Ves cosas entonces que no sospechabas y tu conciencia las reconoce ahora como ciertas. Cosas curiosas como los datos custodiados en los ordenadores de Bárcenas antes de que los martillazos de Thor los destruyeran. El golpe de calor inflama tus neuronas y te revela cosas extrañas. Información pura sobre el mundo global y sus conexiones infinitas, como los negocios lucrativos que ya se urden en Madrid al calor de los nuevos pactos comunitarios. Quién ha dicho que el calor vuelve tonta a la gente. Hace cincuenta años, Borges, un conservador inteligente, profetizó que en el futuro mereceríamos no tener gobiernos. Lo que no imaginaba el imaginativo escritor es que con el tiempo no mereceríamos los gobiernos que seguimos teniendo, por desgracia, ni los políticos que pretenden formarlos.
Tras las últimas elecciones, todo el sistema ha alterado su apariencia, como un milagro o una catástrofe, sin que nada cambie realmente. Y pasan cosas raras. Fenómenos anormales o paranormales y no son las anomalías nostálgicas de la serie Stranger Things. El escenario político es mucho más complicado. Es extraño lo que pasa entre Iglesias, un comunista de salón, y Sánchez, un socialista de sacristía. Es todo tan extraño que muchos podrían pensar que algo huele a quemado en la democracia española y no son los incendios forestales. Está en juego el retorno o no del bipartidismo y es a eso a lo que juegan todos en el tablero de ajedrez, cada uno con sus estrategias y recursos, obstaculizando los pactos y los gobiernos, volviendo ineficaz una estructura institucional que cuesta demasiado como para enredarla en caprichos sectarios. De eso trata, nada menos, el guión chapucero de esta comedia de situación que alimenta tertulias mediáticas y aburre a muerte a los veraneantes.
Cosas extrañas, cosas nunca vistas. Estamos acostumbrados a despachar los hechos más estrambóticos con un encogimiento de hombros o un signo de perplejidad que solo invitan a recuperar el sentido común y el valor antiguo. Así creemos conjurar los peligros de la novedad y el riesgo de caer en modas pasajeras. Antes de escandalizarnos con la criptomoneda de Zuckerberg, que ya tiene millones de clientes feudales a su servicio, pensemos si los gobiernos, los bancos y los estados no están complicando con sus leyes la vida de los ciudadanos del siglo XXI más de lo debido. No es impensable que, en un momento dado, a los tristes ahorradores les acabe tentando esa forma virtual de anarquismo capitalista liderada por los magnates tecnológicos hartos de sufrir la opresión fiscal y el control policial de su patrimonio y cuentas. Hay entusiastas del subversivo encanto del dinero cibernético que hablan ya, sin sonrojo, de “criptocomunismo”. Cosas más raras se han visto. Aquí y en Pekín.

martes, 9 de julio de 2019

EL FIN DEL MUNDO DEL FIN



[Peter George, Dr. Strangelove. La Fuga ediciones, trad.: Manuel Manzano, 2019, págs. 234]

Es lógico que una guerra de disuasión como la Guerra Fría acabara generando una guerra de ficción. Una guerra simulada o un simulacro bélico. Era lógico que el escenario amañado de la guerra entre la URSS y los USA se consumara en una pantalla de cine, en las imágenes de una película repleta de humor negro, sátira feroz y diálogos desternillantes. Hablo de la famosa ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, en la más bien ridícula o grotesca traducción española. Su título original era mucho más sugestivo y enigmático, como el de esta novela: Dr. Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba.
Es muy acertado publicar este libro en español ahora que se cumplen 20 años de la muerte de Kubrick. El cineasta americano, además de un creador extraordinario, siempre mantuvo una sensibilidad exacerbada a los problemas de su tiempo y era capaz de encontrar obras pertinentes como la novela de George en que se inspiró para escribir el guión, recurriendo al propio George y a la colaboración creativa de Terry Southern, uno de los ingenios más corrosivos de esa perversión cómica que es el humor negro. [Años más tarde, Southern escribió una novela estupenda (Una peli porno; 1970) para reírse de su amigo Kubrick (o para complacerlo, nunca se sabe con el irónico maestro) y sus peculiares relaciones con la pornografía (o con el sexo y las chicas), como se prefiera.]
El humor negro, que tuvo su momento estelar durante la contracultura de los sesenta y setenta, se burla de lo terrible y hasta lo horrible, lo más dramático y hasta lo trágico, la muerte traumática, el accidente, la catástrofe o el apocalipsis. Es el humor de tiempos turbulentos y caóticos. Es una risa festiva y catártica. El paradigma perfecto del género procede, precisamente, del asombroso epílogo de la película Dr. Strangelove, cuando las explosiones nucleares que destruyen la vida en la Tierra son ironizadas por una canción muy popular de Vera Lynn (“We´ll Meet Again”).
La extraña historia del libro también alerta sobre el espíritu que alienta la película. Al comienzo, está la novela de Peter George, titulada Alerta Roja, que es un thriller serio e informado sobre la guerra atómica y cuyos aspectos técnicos fascinaron a muchos, entre otros Kubrick, por cómo abordaba cuestiones relativas a protocolos de actuación, dispositivos militares y tecnológicos y operaciones bélicas del más alto nivel. Cuando el trío compuesto por Kubrick, George y Southern se pone a trabajar en la adaptación cinematográfica transforma la trama original en una hilarante sátira sobre la Guerra Fría y sus sórdidos aledaños políticos y militares.
Tras esta metamorfosis radical, George publica con su nombre la novelización de la película reteniendo el tono irónico y las líneas fundamentales de la trama, organizada de manera muy eficaz y poderosa en torno, sobre todo, a tres lugares clave de la acción: la base aérea de Burpelson desde la que el demente general Ripper, encarnación de la locura americana de la época, desencadena la hecatombe nuclear; el “Lazareto”, el avión B-52 cuya obediente tripulación va a consumar sus planes catastróficos, descargando sobre suelo ruso sus dos tesoros más preciados, las bombas atómicas “Hell-o” y “Lolita”; y, por último, la sala de guerra desde la que el presidente demócrata intenta a toda costa abortar el ataque y minimizar sus secuelas, en colaboración con las autoridades soviéticas.
            El definitivo golpe de ingenio que convierte al libro en un artefacto insólito consiste en presentar al lector la crónica sarcástica de los últimos días de la humanidad como un manuscrito hallado por una civilización alienígena muy interesada por lo que denomina “los mundos muertos de la antigüedad”. Pero esta novela no sería tan singular sin la presencia en el foco de su historia de un personaje estrambótico y fascinante, el Dr. Strangelove que le da título. El Dr. Strangelove es un espécimen excéntrico, una anomalía racionalista: un científico inválido, dotado con una psique esquizofrénica, víctima del bombardeo aliado de la base nazi donde se estaban fabricando los cohetes V-2, que vive obsesionado con las posibilidades de la destrucción total y ha concebido un proyecto delirante de vida subterránea, expuesto en las páginas finales con maniático detalle, que garantice la supervivencia y el nuevo comienzo de la especie humana tras el apocalipsis radiactivo.

miércoles, 3 de julio de 2019

TOREO DE SALÓN



[Publicado ayer en medios de Vocento]

Mírame a la cara, eso te está diciendo. Míralo a la cara. No tengas miedo. Míralo fijamente a los ojos. Esos grandes ojos negros. ¿Qué ves en ellos? Díselo. No le mientas. En esto no se te permite mentir. Veo la verdad, dices. Veo la verdad de la vida. Veo la muerte. En tus enormes ojos vacíos, le dices, no veo otra cosa que la muerte. Veo mi muerte reflejada. Y el toro te mira entonces con más ahínco, esperando tus palabras finales. Veo mi muerte, sí, pero solo si tú eres capaz de procurármela. Solo si eres más hábil, fuerte o astuto que yo. Solo si me vences. Si no, en tu cuerpo muerto y tendido en el ruedo veré la vida. En tus ojos muertos veré el resplandor de la vida. Mi vida, no la tuya, sacrificada para que yo siga viviendo. Para que yo siga entendiendo el sentido de la vida, que no es otro que vencer a la muerte, día tras día, minuto a minuto. 
Todo eso veo ahora en tu cadáver de animal asesinado, le dices sin derramar una lágrima por su destino cruento. Él sabe a lo que jugaba y tú también. Te dirán que él no te ha buscado. Te dirán que tus ojos pequeños y vivos se han enfrentado a los suyos por tu propia voluntad. Que a él no le conciernen las verdades que tú buscas en el pozo de su mirada insondable. Eres tú quien necesita de ese enfrentamiento para volver a sentirse vivo. Él solo participa a su manera pasiva. Pero tú sabes que no es así. El destino del animal y el tuyo deben dirimir en cada encuentro su lugar en el mundo. El filo de la espada divide el espacio que os corresponde a cada uno. Los que te reprochan tu crueldad no entienden nada de la existencia del humano en la tierra. Los que te critican solo ven en los ojos de la fiera la tibieza y vacuidad que aflige sus corazones. Son los mismos que miran una pantalla de ordenador sin entender el mensaje de muerte cifrado en sus dígitos y algoritmos. No comprenden que no hay ningún desprecio en tu gesto sino amor. Amor al humano y amor al animal. 
El animal no es mi igual, insistes ante el tribunal que te juzga. Amo al animal porque no se parece en nada a mí, no comparte mis debilidades y bajezas. Es un ser más perfecto que yo. Cuando veo el sufrimiento humano no puedo sentir lo mismo que cuando veo el sufrimiento animal. Conozco la parte de impostura que hay detrás de todo drama humano. Incluso de los más graves. Los humanos hemos nacido para la comedia y el melodrama de la vida aunque al final nos enfrentemos a la tragedia de la muerte. El animal no. Hay algo sagrado en el animal. Algo divino, que los humanos, siendo también animales, nunca conoceremos con esa pureza e intensidad. El dolor del animal es intolerable. Maldito aquel que inflija penalidades al animal, decían los viejos dioses misericordiosos. Yo digo más. Nadie tiene derecho a hacer daño a un animal. Nadie debería maltratar a un animal excepto si se juega la vida en el lance. El precio por torturar a un animal no deber ser otro. La muerte. Esa es la verdad inaceptable de la vida.