viernes, 11 de diciembre de 2015

EL KÁRMICO INQUILINO


[Stanley Elkin, El condominio, La Fuga ediciones, trad.: Montse Meneses Vilar, 2015, págs. 158]

Un lugar donde vivir, donde estar. ¿De qué vórtice de la historia salió esa noción de segunda piel? ¿De qué íncipit, de qué gen fundamental de la desnudez vino, fatigada como un pulmón, insistente como las secuencias lógicas de un latido del corazón, los silogismos del cuerpo, esta exigencia de cáscara, tegumento y piel?[...]¿De qué espantoso trauma de exclusión surgió esta necesidad, qué vil expulsión de qué cueva en qué racha increíble de tiempo de perros?...

Sabía perfectamente que las cosas perdían valor. Comprendía –o mejor dicho, comprendía que no había manera de comprender- que el valor de las cosas estaba sujeto a fluctuaciones disparatadas. Era como si en el interior de las cosas residiera un espíritu que se agitaba, que daba vueltas, y como si éstas tuvieran una salud precaria, irregular, variable como el pulso, la temperatura y la composición química. El mercado subía y bajaba. La retórica hacía vanos intentos por explicar lo inexplicable, pero sus argumentos eran siempre tan estrambóticos como aquellos que defendían la química, tan complejos como las teorías para explicar un asesinato. Las leyes que regulaban el valor de las cosas eran tan inescrutables, y por último indemostrables, como la existencia de vida en otros planetas.

-S. Elkin, El condominio, pp. 17-18 y 55-

La narrativa norteamericana del siglo XX guarda incontables tesoros aún no traducidos al español. La obra de Stanley Elkin, escritor judío de Brooklyn, es uno de los más preciosos. La editorial debería haber aprovechado esta ocasión para publicar no solo esta novela espléndida, de autonomía artística incuestionable, sino las otras dos que la precedían en el libro de 1973 titulado, con ironía polisémica, Searches & Seizures, una trilogía magistral que funciona como un sumario de los múltiples talentos literarios de Elkin. [PS: Me confirma el editor de la Fuga su intención de publicar otra pieza del conjunto, quizá la muy grotesca y rabelesiana The Making of Ashenden.]
En efecto, “Búsquedas & Capturas”, entendiendo la traducción del título en un sentido puramente estético, es una ingeniosa divisa para el proyecto de un escritor que necesita poner en palabras un mundo de historias y personajes que se estaba transformando a velocidad de vértigo delante de los ojos de cualquier testigo mejor o peor informado, no digamos de un novelista superdotado. Pero Elkin nunca fue un moralista superior, ni un desdeñoso observador del entorno, sino el practicante paradójico de una picaresca postmoderna, tan descarnada como hilarante, un visionario cómplice que sabía elegir los personajes sintomáticos y las voces singulares con que hacer creíbles y seductoras las bromas pesadas que gastaba a una realidad inestable y desafiante.
Como sus contemporáneos Gaddis o Barthelme, Elkin poseía un oído privilegiado para la lengua coloquial americana: esa inefable combinación de jerga de negocios y retórica de vendedor (o dicción de político electo) aplicada a los registros íntimos más apasionados, la expresión de la vulgaridad o la cursilería y el realismo banal de la próspera sociedad estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Elkin era un ventrílocuo virtuoso capaz de imitar voces narrativas convincentes al tiempo que extraía de la experiencia de sus personajes notas grotescas de humor negro o fina ironía de la vida.
Convendría tener en cuenta que Elkin es un escritor cuyas novelas y narraciones fueron elogiadas por influyentes colegas como William Gass (ver foto), John Gardner o Robert Coover, su hermano de sangre en la cáustica comicidad de las situaciones y el satírico sentido del absurdo social así como en la atención microscópica a las miserias y abyecciones sin cuento de la vida cotidiana. En este sentido, El condominio no ha perdido vigencia en una época donde el ideal del bienestar y la calidad de vida asociado al sector inmobiliario sigue siendo un factor decisivo en la dinámica económica, social y cultural de los países desarrollados.
Marshall Preminger, ex conferenciante de éxito y perpetuo estudiante de doctorado a sus 37 virginales años, recibe la noticia de la muerte repentina de su padre cincuentón y viaja a Chicago para asistir al entierro. Estando allí, se hace cargo como heredero del lujoso apartamento adquirido por el Preminger sénior unos años atrás y ubicado en un inmenso complejo residencial de tres torres de apartamentos habitadas por casi un millar de judíos mayores que él. Las desventuras de Preminger en la estricta comunidad de vecinos se confunden con el modo en que la convulsa vida de su padre en el gueto racial, paso a paso, acaba imponiéndose sobre la suya propia, tan desleída, como una peligrosa maldición, mientras redacta en sus ratos perdidos una conferencia última sobre la habitación humana del espacio (ver epígrafes).
En un arrebato de lucidez incompatible con la supervivencia, Preminger se descubre un ser excluido de todo lo que le atrae en la vida: la riqueza, la clase, la educación superior, las mujeres elegantes, el amor, cualquier forma de felicidad y, al final, el apartamento exclusivo que había transformado a su progenitor en un vividor agónico a tono con los tiempos. 

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