lunes, 21 de diciembre de 2009

PROVIDENCE FEEDBACK



Después de un mes, Providence prosigue, en compañía de un número creciente de muy buenos lectores, su batalla particular contra la conjura de los necios.


En espera de la pronta publicación del artículo que sobre ella ha escrito Juan Goytisolo para Babelia (“Literatura en el ciberespacio”), me permito revisar algunas expresiones recientes de este respaldo crítico que trasciende fronteras y demuestra la condición cosmopolita de la novela.


1. No es casual que la primera crítica de Providence se escribiera en francés y se publicara en un blog francés. Tampoco que la escribiera François Monti, el más inteligente y versado cómplice transpirenaico que puede tener cualquier escritor no gregario de la Península, en parte gracias a su documentado conocimiento de la literatura internacional. No puedo reproducirla entera (puede leerse aquí), pero no me resisto a copiar el párrafo final: Les grands postmodernes avaient parlé d’épuisement et cherché dans les entrailles des mythes et des classiques de quoi renouveler la littérature. Quarante ans plus tard, beaucoup d’eau a coulé sous les ponts et, sans abandonner ses tactiques, il s’agit sans doute de les radicaliser. Pas dans la complexité de l’écriture ni même de la structure, mais bien dans l’exploitation illimitée de toutes les ressources culturelles ou technologiques à sa disposition, la réappropriation de toute œuvre jugée nécessaire à montrer les entrailles de ce qui n’est déjà plus un cadavre humain, de ce qui est devenu le reste hyper technicisé et consumériste de notre civilisation. Il reste sans doute à définir cette pratique, mais c’est sans aucun doute une œuvre créative où l’essentiel réside dans ce qui est fait du matériau emprunté, de son syncrétisme avec la vision propre et personnelle de l’auteur. Elle est certainement mutante, certainement excessive, certainement monstrueuse, certainement délirante mais elle correspond au délire d’un monde excessif, monstrueux et mutant. C’est à cette aventure que nous convie Juan Francisco Ferré et si Providence rencontrera certainement des adversaires aussi bien chez le lecteur de romans traditionnels que chez celui plus porté sur l’expérimentation, ce ne sera que le signe que le scalpel de l’auteur a touché le nerf qu’il fallait. En ce soir de novembre 2009, je me contenterai de dire que ça faisait longtemps que je n’avais pas lu un livre ayant cette ampleur. Et je m’excuserai enfin d’avoir fait si long sans atteindre le cœur du roman. A vous de le découvrir.


2. El mexicano René López Villamar, en el blog Teoría del caos, hace balance de su visita a la Feria del Libro de Guadalajara en términos muy favorables para la novela: El problema de pasar una semana a la Feria Internacional del Libro a Guadalajara son dos: incluso sin dinero se regresa con demasiados libros (23) y el mundo sigue su curso mientras uno se la pasa en una burbuja de conferencias, chismes, libros y editoriales. Diría también que cócteles, pero como no bebo, esos me los brinqué. El caso es que después de pasar revista a todos los libros que traje de Guadalajara, reduje a cinco la lista de posibles lecturas inmediatas, y luego a dos: Providence de Juan Francisco Ferré y El sueño no es un refugio sino un arma de Geney Beltrán Felix. El segundo es un librillo de ensayos críticos que hasta el momento voy picoteando con gusto. Providence, por su parte, es una enorme novela en toda la extensión de la palabra. Como lector, siento un extraño hormigueo en el estómago en cada página que pasa. Son muy contados los libros que me han causado esa sensación en los últimos cinco años: House of Leaves, 2666, Austerlitz... Así que sin muchas ganas de quemar el libro ante sus posibles lectores, sospecho que estoy leyendo una obra maestra, uno de esos libros condenados a formar parte de la historia de la literatura. Lo que si es seguro es que si tienen los cerca de 400 pesos que cuesta la novela (descuento incluido) no tienen nada mejor que hacer que ir a comprarla y leerla. Nada. En serio. Vayan a comprarla.


3. El crítico peruano Julio Ortega, en su blog de El Boomerang, selecciona Providence entre sus cinco obras de ficción preferidas de 2009 con estas palabras: Juan Francisco Ferré: Providence, Anagrama. Tiempo sin silencio, el nuestro, nos dice Ferré, está hecho como un nuevo retablo de las maravillas. Con humor y vitalidad, se sobreimpone a sus interlocutores norteamericanos, no sin desenfado gozoso en un español, por fin, universal.


4. En el diario chileno La Nación, Fernanda Donoso dice de Providence cosas como éstas: Providence es un libro efervescente, que patea, que molesta, que atrapa y tiene el contenedor de una risa escandalosamente inteligente. Es lo contrario de vivir dentro de un lugar común... Pues el libro de Juan Francisco Ferré es de ésos que califican como una interrogación global y hasta como un consuelo frente a la vida paralela, demasiado real que transcurre afuera de los libros. Novela larga e intoxicada en la que caben muchas novelas...

5. Desde las páginas de Babelia, J. E. Ayala-Dip, un crítico reacio por razones inexplicables a otras propuestas mías, se rinde ante la ambición de la novela y la ensalza en estos términos: Ahora leo Providence, finalista (¿y por qué no ganadora junto con la de Gutiérrez Aragón?) del Premio Herralde y tengo la sensación de haber leído una novela mayor, independientemente de que se comparta o no su soporte ideológico, una moral o no-ideología en sentido nietzscheano. No creo que se satisfaga la curiosidad de los lectores intentando resumir una trama tan milimétricamente fragmentada, con el espíritu que alienta toda una corriente narrativa actual, entre los cuales no es ajeno Fernández Mallo o los análisis literario-mediáticos de un Eloy Fernández Porta. Puede adelantarse que ésta es la historia de un cineasta español llamado Álex Franco. Es autor de una película que obtuvo alguna que otra crítica benevolente en Cannes, pero no la de un crítico de EL PAÍS. Ahora está en Providence, la ciudad en la que nació el maestro del terror H. P. Lovecraft. Antes ató un fáustico acuerdo con una mujer en Marraquech. En Estados Unidos se disparan todas las tramas posibles e imposibles con tal de que Álex Franco termine sus días como va a terminar. Esto lo sabremos en un genial diálogo entre dos mujeres en un ascensor, una secuencia que es imposible concebirla si no se tiene el talento narrativo que demuestra tener Ferré. Providence es una novela poliédrica. Voces directas e indirectas plasman la locura y la tenebrosidad de un mundo (pos-11-S) irrespirable, paranoico e irrealmente real. Juan Francisco Ferré ha diseñado un artefacto que desmitifica la nueva racionalidad virtual. Con una lengua literaria ágil: a la vez maliciosa, y llena de esa helada ironía que desplegaba el gran Nabokov. Novela de la totalidad en torno a una alienación de nuevo cuño, infinitamente más letal que la que pudo imaginar el mismísimo Marx. Providence tiene ese aire de posmodernidad lúcida que hallamos en V y El arco iris de la gravedad, de Thomas Pynchon. El nihilismo constructivo que ofrece la novela con mayúscula.

(Es un error, sin embargo, que Ayala-Dip se empeñe en ver La fiesta del asno como una obra "fallida", con tal de no rectificar un juicio anterior, y no sepa ver por qué una novela como ésa, a su manera carnavalesca, ya anticipaba, como otras obras anteriores que ignora, los elogiados logros de Providence. Se ve que el tema etarra obnubila algunas conciencias hasta grados impensables. No obstante, el marco conceptual y la referencia a Pynchon bastan para disculparle.)


6. René López Villamar vuelve a hablar de Providence en su blog, pero esta vez le consagra un ensayo impresionante del que extraigo estas líneas finales: Providence puede leerse también como una propuesta de refundación de la ética y estética en el arte, «una respuesta contundente a lo que se puede esperar de una novela escrita a comienzos del siglo XXI», como remata la contraportada. Es también una novela política, una condena brutal a la América post 9-11 (otra figura del panteón de estos nuevos mitos), el monstruo hegemónico que por un lado goza un asombroso despliegue tecnológico y por otro un anquilosamiento moral, pero es también una crítica mordaz al adormecimiento de Europa y su relación con los Estados Unidos. No hay que olvidar que el protagonista es un español en una tierra extranjera, que no resiste su encanto y que toma parte importante en su caída. Pero es sobre todo una novela humana, demasiado humana. Excesiva e imposible, pero siempre auténtica, Providence no apela sólo al intelecto, sino también a la ética y a la reacción visceral del lector. No se trata de zapping, un reciclaje o de una «estética facebook». No es un simple acto de malabarismo estilístico ni de equilibrismo poético. Es un proyecto narrativo que va más allá de la deconstrucción, para poner de relieve el estado de la humanidad al arranque del nuevo milenio. En su nivel más profundo, Providence no es una novela posmoderna, un azaroso guión cinematográfico o un videojuego maldito. En el fondo, es la historia del ser humano, aquí y ahora, que se enfrenta a eventos que lo rebasan en escala y ante los que no puede hacer nada, ofuscados por un avance tecnológico que no comprende ni le permite actuar en consecuencia.


7. Por último, Pablo Muñoz (aka Alvy Singer) me envía este agudo comentario que ha remitido a la revista Hermano Cerdo para destacar a Providence entre las mejores obras de ficción del año saliente: Creo que con Providence, Juan Francisco Ferré ha escrito su mejor novela, una gran comedia dickensiana que es al fin contemporánea y en la que el espíritu crítico del novelista inglés se traslada a un escenario hollywoodiense, un Otto e Mezzo ballardiano o mejor dicho, buñuelesco. Nietzscheano, chispeante conocedor de todas las tradiciones que van de Rabelais a Palahniuk pasando por la vanguardia de Coover, estamos ante un novelista en pleno dominio de todos sus poderes. Una fiesta con asnos.


Y, por último, me entero por Germán Sierra de que uno de los mayores aciertos de la novela consiste en haber convertido una ciudad concreta (Providence) en un "hiperlugar" (ver aquí la explicación de Sierra a este concepto). En la página 374 de la novela, discutiendo Robocop 2, se adelantan algunos argumentos que sólo cristalizarán más adelante cuando Providence se metamorfosee en Bagdad, o en una ciudad hiperviolenta que simula ser Bagdad...



To be continued.

domingo, 6 de diciembre de 2009

HISTORIA UNIVERSAL DE LA ESTUPIDEZ



“Por necesidad de dramatismo se enfrascaron en las novelas de aventuras; la intriga les interesaba tanto más cuanto más embrollada, extraordinaria e imposible era. Trataban de adivinar el desenlace, se volvieron muy buenos en este juego y se cansaron de una distracción indigna de una inteligencia formada”.


G. F., Bouvard y Pécuchet (p. 178).


“Hicieron balance de lo que acaban de oír. Cada uno considera moral el arte según sus intereses. No hay amor por la literatura”.


G. F., Bouvard y Pécuchet (p. 196).


“Entonces se desarrolló en su espíritu una facultad molesta, como era la de reconocer la estupidez y no poder ya soportarla.


G. F., Bouvard y Pécuchet (p. 279).



Todo el que la ha padecido la conoce bien. Clarín la llamaba la conjura de los necios. Una "confederación de asnos", así la llamó John Kennedy Toole en una famosa novela de los ochenta. La conspiración de los estúpidos: la siniestra red que mantiene unido el orden social en torno de valores de bajo nivel, situaciones indignas y prácticas inaceptables. La estulticia o necedad, con su contagiosa condición moral, lleva inquietando desde el principio de los tiempos a los escritores, porque viven de ella, y a los filósofos, porque dicen combatirla. Un híbrido de ambos oficios ilustres, el reformista Erasmo, la elogió con humor carnavalesco como componente esencial de la naturaleza humana y el mundo asociado a la misma.


Con el siglo diecinueve, la estupidez se hizo ideología burguesa, visión del mundo que sancionaba el ideario de una nueva clase social que dictaría a partir de entonces las modas y los gustos, las opiniones, los valores y las obligaciones. Hasta que Gustave Flaubert, con la intransigencia del solitario que ha padecido en exceso el acoso y la hostilidad de los necios, decide vengarse de su archienemiga social e intelectual. El problema es que el artefacto[i] se le escapa de las manos y acaba yendo más allá de su propósito originario para mostrar que es la esfera integral del conocimiento la que está infectada del mismo mal que pretende erradicar. En ese sentido, esta novela póstuma quizá sea la más influyente en la literatura innovadora del siglo XX (Joyce, Musil, Kafka, Nabokov, Gombrowicz, Gaddis, Kundera, Bernhard, Coover, entre los novelistas insignes europeos y americanos) y el primero en entenderlo así fue el gran Pound. Y es que, como dijo Borges, uno de sus grandes defensores hispanos, “el hombre que forjó la novela realista fue el primero en romperla”.


Flaubert dedicó los últimos ocho años de su vida a escribirla y, como era lógico en quien había declarado que el acto de concluir era una estupidez, la dejó inacabada. Es irónico que para realizar este proyecto enciclopédico sobre el único infinito del que no se ocupan los científicos (la tontería humana) Flaubert tuviera que leer, según confesó en una carta, 1500 volúmenes dedicados a todas las ciencias conocidas. No obstante, el desternillante sentido del humor y la comicidad corrosiva ayudan a hacer mucho menos ardua una narración en cuyo desarrollo temático el lector debe implicarse también a fin de no sucumbir al tedio, la aridez y la sensación de inutilidad.


La anécdota de la novela no puede ser más prosaica. Dos copistas profesionales, uno espigado, Pécuchet, el otro tan achaparrado como su nombre, Bouvard, se encuentran por azar un caluroso domingo cualquiera en un vacío bulevar parisino. Ambos tienen 47 años y se muestran hastiados de sus insignificantes vidas. Estos dos ingenuos proverbiales (dos almas cándidas en la tradición irónica de Gracián, Swift y Voltaire) traban una amistad cómplice que alcanza su culminación cuando uno de ellos hereda una suma millonaria que les permite abandonar su burocrático oficio y consagrarse, en una finca rústica normanda, a las tareas agrícolas que los atraen al principio por idílicas y luego a la pasión más abstracta del conocimiento y la investigación bibliográfica. A lo largo de la novela, Bouvard y Pécuchet transitan con alegría de una a otra disciplina académica o científica (como en un delirante juego de mesa con finalidad temática: de la agricultura, la botánica y la ganadería a la arqueología, de ésta a la historia y a la novela histórica, a la literatura, a la estética, como ciencia de lo bello; de la política, la utopía y la revolución, con la desilusión consiguiente, a lo sobrenatural, la teología y la metafísica y de la desazón respecto a esta última a la idea de la muerte, el suicidio y la fe cristiana y la liturgia católica como salvación provisional, para concluir con la educación, la moral y la pedagogía) y fracasan en todas sus aproximaciones al quehacer productivo o al supuesto saber de los expertos (la revelación final de la nada o el vacío cognitivo como una zona anímica difusa o neutra). La irrisoria sucesión de estos fracasos acaba generando una trama narrativa que funciona con la fuerza de convicción de un silogismo.


Tras experimentar esta vasta serie de desengaños vitales o intelectuales, incluidos el amoroso y el religioso, estos hilarantes idiotas deciden regresar a la práctica privada de su vieja profesión de copistas y dedicarse ahora, en el perverso final esbozado por Flaubert, a registrar por escrito cualquier estupidez hallada en sus variadas lecturas como una suerte de castigo eterno por su soberbia y mediocridad y las de sus congéneres (esta tarea ingente de recopilación daría origen ficticio al segundo volumen de la obra, La copia, integrado por el “Diccionario de ideas corrientes”, el “Estupidario”, el “Álbum de la Marquesa”, etc.).


En el fondo, el dispositivo novelístico del primer volumen conduce a una conclusión pesimista: los filósofos ilustrados creyeron que la estupidez humana podía ser corregida, pero olvidaron que el gesto más estúpido, sin duda, es aquel por el que una especie inmadura y deficiente aspira al conocimiento total y al dominio absoluto sobre la realidad, fin manifiesto de la ciencia y la tecnología. Si la historia universal es la historia de Bouvard y Pécuchet, como decía Borges, “todo lo que la integra es ridículo y deleznable”.


Salvo que alguna mutación impredecible lo remedie, la estupidez humana proseguirá durante el siglo XXI, sin alteraciones significativas, su progresión milenaria hacia las estrellas y más allá del infinito, el transfinito del conocimiento, la explotación y la técnica. Y la novela como género estará ahí para contarlo, digan lo que digan los agoreros de lo digital en todas sus variantes, y esta memorable novela de Flaubert, en particular, seguirá siendo el precursor insuperable.


[i] Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet (edición: Jordi Llovet; traducción: José Ramón Monreal), Mondadori, Barcelona, 2009, 735 pág.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

PROVIDENCE


Imagen portada: Aina Lorente & Agustín Fernández Mallo

Texto: Eloy Fernández Porta & Juan Francisco Ferré


¿Qué es Providence? ¿Un videojuego maléfico? ¿Una monstruosa página web? ¿Un complot ocultista con ramificaciones tecnológicas? ¿Una película imposible sobre el futuro? Todas estas cosas y ninguna. Desde luego no es una biografía apócrifa de Lovecraft, por más que éste pueda declarar en el epígrafe: “Providence soy yo”.

Providence es una novela hipnótica que encierra muchas novelas o versiones de sí misma, todas ellas sorprendentes y originales: relato de terrores y terrorismos post-11S, novela de campus pornográfica, reverso tenebroso del american way of life, reescritura no cinéfila de la Historia del Cine; retrato, en fin, en uno de sus niveles más lúdicos, de una conspiración a escala global para imponer el mundo virtual al mundo real.


Providence es un libro rompedor y vírico. Su conspicuo protagonista, Álex Franco, es un cineasta español con una visión perversa de Hollywood. Tras obtener cierta nombradía underground con sus cortos juveniles, ve como su primera película fracasa en el Festival de Cannes. Es aquí, sin embargo, donde conoce a una misteriosa mujer, Delphine, que le propone el proyecto de una nueva película, Providence. Este es sólo uno de los principios visibles de la novela. Otro podría suceder unos meses antes, en Marraquech, donde Franco, como artista ambicioso e insatisfecho, se atreve a firmar un pacto fáustico a fin de liberarse de la maldición de su vida.

Providence es también la ciudad norteamericana en la que Franco, personaje conflictivo y escandaloso, se instala con la promesa de realizar todos sus deseos y fantasías sin hacerse una idea de lo que le espera allí: sectas mafiosas, conspiraciones apocalípticas y sociedades secretas que pugnan por el control de su metamórfica realidad. Ese siniestro mundo lovecraftiano que acaba devorando a la novela y a su protagonista.

Providence es, en suma, un viaje cinematográfico al fin de la noche americana. Esa América real que encubre el horror gótico tras una fachada colorista de glamour y consumo. Esa América que vive ya una utopía tecnológica inimaginable sin renunciar a su imagen decimonónica y sus valores vetustos.

Providence pretendería dar así una respuesta contundente a lo que se puede esperar de una novela escrita a comienzos del siglo XXI.

sábado, 7 de noviembre de 2009

FRENCH CONNECTION


François Monti vuelve a hacer de las suyas en su nuevo blog Fricfrac Club y escribe una tan informada como inteligente crítica de mi novela anterior La fiesta del asno. Era casi inevitable que el francés acabara haciendo justicia poética a una novela que se abría con un epígrafe de Voltaire, extraído de la entrada correspondiente al Asno de su Diccionario Filosófico, con el fin de allanar la rareza del título y orientar, al mismo tiempo, una lectura ilustrada de la novela. Por desgracia, no todos supieron comprenderla, no sé si por problemas con la lengua original en un país habituado a los doblajes o por alguna extraña clase de ceguera.

Por si a alguien le interesa, la cita de Voltaire rezaba así: "Nous avons des livres sur la fête de l’âne et sur celle des fous; ils peuvent servir à l’histoire universelle de l’esprit humain". No se puede decir más.

lunes, 26 de octubre de 2009

¿AFTERPUNK? ¿NEOPUNK? ¿CIBERPUNK?



If everything in this dream of prerevolution was in fact doomed to end and the faithless money-driven world to reassert its control over all the lives it felt entitled to touch, fondle, and molest, it would be agents like these, dutiful and silent, out doing the shitwork, who´d make it happen.
Was it possible, that at every gathering –concert, peace rally, love-in, be-in, and freak-in, here, up north, back East, wherever- those dark crews had been busy all along, reclaiming the music, the resistance to power, the sexual desire from epic to everyday, all they could sweep up, for the ancient forces of greed and fear?

Thomas Pynchon,
Inherent Vice.

Versión 2.0 del cuestionario que me envió en diciembre de 2008 la revista Calle 20 para su reportaje Punk 2.0 publicado en septiembre de 2009.

Preguntas: Jose Ángel González

Ilustración: Jesús Andrés

NO NOS MOVERÁN [DEL SILLÓN]

-1916, dadá; 1957, situacionismo; 1961, free jazz; 1977, punk; 1981, grunge… ¿Y ahora qué?
Ahora, la supervivencia creativa en el supermercado cultural más grande de la historia…

- ¿Hazlo tú mismo o deja que te lo haga otro?

Prefiero hacerlo yo. Me gustan los trabajos manuales, con lo que la labor ajena es también recompensada como se merece cuando llega el momento de la cita, el plagio, y demás estrategias creativas…

- ¿Humanos ú homínidos?

Post-humanos.

- Crisis… ¿Cómo le resuena la palabra?

Mal, si hablamos de lo que hablamos. Bien si me acuerdo de que Sade llamaba así al orgasmo y a la eyaculación, algo de lo que se aprovechó Barthes para convertir la escritura en una forma de descarga libidinal. Por ahí andamos, con el cuerpo a cuestas…

- ¿Cuál será la próxima revuelta?

¿La de vacaciones? Como Zizek, yo también creo que si se rompen huevos se hará una tortilla, y no al revés…

-¿Qué tipo de adoquines volarán?

Ladrillos de la cárcel del deseo…

-¿Contra quién, contra qué?

Contra todos y contra nadie…

-¿Por qué no ‘ahora mismo’?

El presente fue abolido hace tiempo. Vivimos a tal velocidad que es imposible fijar un punto que no sea ya un tránsito hacia otro. La revolución en tiempo real es una imposibilidad y en tiempo diferido un fraude.

- ¿Miseria o miserables?

Nunca me gustó Víctor Hugo, así que Miseria. De la filosofía, de la ciencia, de las bellas artes, de la cultura, de la moral, de la política. La escasez como sistema en el sistema de la abundancia…

- La cultura, ¿miseria o miserable?

Miserable. No puede evitarlo. El malestar en la cultura, ¿recuerdas? La cultura se hace con todas las represiones colectivas y los residuos malolientes de otros ámbitos. Es un basurero prestigioso, pero basurero…

- Pensar… ¿cómo, qué, dónde, para qué?

Para sobrevivir, en todo momento y lugar, con palabras, imágenes y música, a ser posible…

- Actuar… ¿cómo, qué, dónde, para qué?

Con calma, para sobrevivir, para no mortificarse ni estancarse. Para no engendrar putrefacción…

- Su mayor miedo

La imposibilidad de vivir

- Su mayor felicidad

La escritura, el sexo, la lectura, el cine…

- Persona más odiada

Cualquier representante del poder.

- Persona más admirada

Cualquier enemigo del poder.

- Valor-idea más odiada

Orden, disciplina, control, seguridad, moral…

- Valor-idea más preciada

Libertad (siempre). Libertarios del mundo, uníos...

- Bien material-objeto más preciado

Mi biblioteca

- Su último llanto

Hace mucho.

- Su última emoción

Hace poco.

- ¿Qué debería contener un kit de supervivencia en estos tiempos?

Libros, películas…

-Por cierto, ‘estos tiempos’... ¿Cómo son, cómo los resumiría?

Apasionantes, odiosos, de cambio, de lucha, de adocenamiento, de hegemonía, de conflicto, de diversidad...[Otra descripción de este destiempo, mucho más completa: ¿Polanski en la cárcel a punto de extradición, Bush disfrutando a tope del tiempo libre en su rancho texano y Vargas Llosa arremetiendo contra el primero sin escandalizarse por el segundo? Lo demás es silencio institucional, no tiene otro nombre...]

-La “indecencia”, dice Žižek, es la invisible presencia de “millones de anónimos trabajadores sudando en fábricas del tercer mundo, desde los gulags chinos a las líneas de montaje de Indonesia o Brasil –en su invisibilidad, Occidente puede darse el lujo de balbucear acerca de la clase obrera en vías de desaparición”... Comente la idea.

No puedo estar más de acuerdo. Por eso la buena conciencia de izquierdas es tan repugnante como la hipocresía de la derecha. El gobierno Zapatero vendiendo armas a Israel mientras condena la matanza de Gaza. Imposibilidad de mantener la decencia en contacto con el poder…

- ¿Quiénes son los capos? ¿Quiénes son los malos?

Los que se abrazan al ejercicio del poder desde la vocación y la ambición…

- ¿Y los buenos?

Todos y ninguno en especial. No soy maniqueo.

- ¿Hedonistas o humanos vegetantes?

Hedonistas sin complejos…

- “Lo sé perfectamente bien, pero...” ¿Justificación para ser tonto?

El insomnio es el gran peligro de la inteligencia que funciona. Todo el mundo necesita un pequeño fármaco de buen rollo, ficciones necesarias para conciliar el sueño, tener amigos, relaciones, amor…

- “¡Las cosas cambian tan rapido!”. ¿Verdad u opio?

Verdad a medias. Algunas cosas cambian muy deprisa, sobre todo si no afectan a valores tenidos por sustanciales, otras, por desgracia, no han cambiado desde el paleolítico…

- ¿Se actúa Vd. a sí mismo o es Vd. mismo?

No entiendo bien. Cuando actúo no sé quién soy. De hecho no sé quién escribe estas líneas…

- ¿Qué es un ‘coolhunter’?, ¿un basurero?, ¿un mercachifle?, ¿un gurú?...

Alguien que, desesperado por la lentitud de los relojes, trata de adelantarse a su tiempo atrapando en el momento del surgimiento una moda o una tendencia futura. En el fondo, su actitud conduce a la desesperación, al descubrimiento de la futilidad de todo, el tiempo, las modas, el gusto…

- Lo más obsceno de la cultura contemporánea...

La incapacidad de la cultura mayoritaria para estar a la altura de los tiempos.

- Lo menos...

El potencial de la cultura minoritaria para mostrarse y hacerse oír…

- El almuerzo eterno e incandescente de bytes... ¿Le gusta?, ¿le asusta?

Es una costumbre instalada en mis neuronas y mi sensibilidad con la falta de sorpresa de cualquier hábito arraigado. Excitante y habitual, como la vida en pareja, con sus tedios y sus nostalgias de otras posibilidades. Quien no se ha sentado a un ordenador y no ha sentido por un momento la nostalgia de un mundo donde no existieran no es digno de vivir en esta época hipertecnologizada. Los extremos se conectan con banda ancha…

- La libertad de decisión... ¿Nos dejan elegir lo minúsculo para que no perturbemos el orden máximo?

Sin duda, la cultura se ha convertido en el refugio para la acción simbólica, ya que la real está encomendada por el poder y sus instituciones policiales a otros individuos más responsables. Pero la acción simbólica es importante, aunque tiende a parecer consoladora, puede cambiar muchas cosas. Valores, por ejemplo, gustos, tendencias, formas de vida, mentalidades…

- Lo prohibido... ¿De verdad todo nos está permitido?

Todo lo que no perturbe el funcionamiento diario del sistema. William Burroughs solía repetir un lema que a mí me parece muy pertinente en la situación actual, aunque quizá con otra interpretación de la que le daba el maestro: Nada es verdad. Todo está permitido.

- La realidad... ¿Por qué la obsesión por sus versiones alternativas?

Porque la realidad es una versión elaborada por el poder. Las contraversiones no son sino tentativas por corregir o modificar la versión instalada y que se da por incuestionable, cuando no lo es. La gran lección aquí la proporcionan las novelas de ciencia ficción de Philip K. Dick. La realidad es una construcción, producto de una intersección de intereses, obligaciones e imposiciones que no hay por qué aceptar. Ese es el combate contra la cultura que Nietzsche propugnaba…

- La pasión... ¿También, como el café, descafeinada?
En un mundo anodino como el nuestro, la pasión inteligente es el único indicio de no complicidad con el poder…

- Los placeres... ¿De verdad están a nuestro alcance?

Nada está a nuestro alcance. Necesitamos buscarlos, construirlos, del mismo modo que encontrar a las personas con las que vamos a compartirlos. No creo en los placeres solitarios, con la excepción del cine o la literatura, por supuesto…

- Otra vez Žižek: “Esto es lo que está emergiendo cada vez más como los "derechos humanos", centrales en la sociedad del capitalismo tardío: el derecho a no ser acosado, es decir, el derecho a mantenerse a una distancia segura de los otros”... Comente la sentencia.

Sí, es la histeria de origen americano por la que el mayor enemigo de cada quien es el otro o el mismo. Es una victoria del poder haber conseguido que todos los ciudadanos consideren a los otros ciudadanos como su enemigo potencial. Ya está todo resuelto, se acabaron las inmensas posibilidades abiertas por la era contracultural en lo que se refiere a relaciones y grupos. Cada uno apegado a su terminal, alejado del otro por una distancia tecnológica infinita, cediendo el espacio real a los operadores del sistema por miedo a los contagios y los problemas derivados de la interacción con el otro. Hay una película reciente nunca estrenada en España, Bug, de William Friedkin, que es la mejor extrapolación de esta mentalidad puritana y fascista, que se expande por el mundo como una epidemia viral…

- Los oráculos... ¿Quiénes?

Por conveniencia, la sociedad del espectáculo reparte títulos de tales a diestro y siniestro, es una de sus funciones más arraigadas, en una parodia de la antigua función de liderazgo moral o cívico. Como no creo en ésta, siempre pienso que un oráculo es un orate al que los demás han decidido no ver como tal. Con los escritores también suele pasar…

- El sentido personal del ridículo... ¿Existe? ¿Ha muerto?

En esta sociedad, los medios aspiran a que nadie lo tenga si está de este lado de la pantalla, como actores, y que lo tengan todos en grado extremo si están, como espectadores, en el otro lado. La representación no sólo es ridícula sino que se alimenta del ridículo generalizado…

- ¿Jugamos, segundo a segundo, a un juego de rol?

Todos los juegos, el juego. La sociedad humana no puede evitarlo ya que la personalidad es una ficción, las relaciones también lo son. Así ha sido siempre. Ahora los juegos multiplican sus posibilidades gracias a la tecnología y al anonimato de la masa urbana. En cierto modo, es liberador, pero también favorece los intereses del sistema. Una sociedad de jugadores no pone en riesgo el desarrollo del juego, desea mejorarlo y contribuye a institucionalizarlo, como en Matrix, con sus viciados rituales y héroes redentores…

- La sexualidad reducida a juego... ¿Es así? Si lo es, ¿es una buena cosa?

El erotismo me interesa más. El erotismo es un juego con nuestros deseos y es también una forma de no agotar éstos, de estimularlos y acrecentarlos, y no sólo de refinarlos…

- ¿Necesitamos un nuevo Brecht? ¿Es posible un nuevo Brecht?

Si llamas Brecht a un artista militante, comprometido con una causa sectaria, desde luego que no. Si llamas Brecht a esa función estética por la que una creación invita a su consumidor a tomar la debida distancia para percibir el contexto y el sentido de esa creación en ese contexto, sin por otra parte perderse el placer de participar con intensidad en la experiencia artística propuesta, esto es algo que el mejor arte contemporáneo y el mejor cine y la mejor literatura hacen desde hace décadas sin necesidad de ponerse etiquetas partidistas o comulgar con ruedas de molino…

- ¿Estamos viviendo el fin de la política?

El fin de la política, sin ponerme en exceso aristotélico, me parece una imposibilidad. El agotamiento de una cierta forma de hacer o concebir la política sin duda. Pero serán los hechos, con su violencia intempestiva, los que fuercen a los políticos a darse cuenta de esto y no el debate de ideas…

- Una vez más, Žižek: “La amenaza real de los nuevos medios de comunicación es que ellos nos privan de nuestra experiencia pasiva auténtica, y así nos preparan para la estúpida y frenética actividad para el trabajo interminable”. Comente el comentario.

Sin duda. Sostengo lo mismo. Todas las actividades tenidas por lúdicas son prolongaciones de nuestras actividades productivas o acrecientan en nuestra mente y nuestro cuerpo los factores que nos hacen productivos a ojos del capital. Lo que se denomina “ocio”, con obscenidad intolerable, no es otra cosa que la apropiación del tiempo libre del consumidor por los pasatiempos y entretenimientos que favorecen su incorporación y aceptación del sistema. Por volver a Brecht, el ocio y la diversión a ultranza fomentadas en nuestras sociedades incluso por gobiernos así llamados progresistas sólo buscan que la distancia del sujeto respecto de su momento de producción sea mínima, cuando no inexistente. Los videojuegos, por ejemplo, son la mejor instrucción para los ejecutivos financieros e inversores en bolsa del futuro. Una escuela de disciplina económica, ideada para favorecer la adaptación de nuestro cerebro a las condiciones mediatizadas de vida de una sociedad cada vez más explotadora…

- El ruido... ¿Hablemos cuanto sea posible y cuanto más alto mejor?

Con DeLillo, a mí siempre me interesó el “ruido de fondo”, la señal imperceptible, el código de comunicación que pasa desapercibido para la mayoría. Es la lección de Pynchon y de la cibernética: cuanto más un mensaje posee información significativa para su receptor, menos inteligible resulta en términos convencionales, y viceversa. La cultura mayoritaria está constituida a partes iguales de obviedades y redundancias que son festejadas en su calidad de tales. La novedad, lo innovador, lo diferente, chirrían en el oído gregario ahora tanto como hace cincuenta, setenta, cien o ciento cincuenta años…

- ¿Para qué hablamos?

Para no oír el monólogo interior que nos pide que nos callemos…

- ¿Hablamos para que nada cambie?

Colmar el vacío de inanidad, no se me ocurre mejor metáfora de la cultura contemporánea, como en una conversación entre dos personas que no tienen nada que decirse y a pesar de eso se han citado en un café y todas y cada una de sus palabras sólo evidencian el malentendido de la situación, la absurda necesidad de mantenerla una vez comenzada y las ganas de cada uno de los interlocutores de que acabe cuanto antes y puedan irse…

- El goce como deber. ¿Por qué tenemos que pasarlo bien?

Al contestar hablando del ocio ya creo haber contestado a esto. El ocio es el negocio por otros medios. Disfrutar, en el sentido más banal de la expresión, es la plusvalía moral que alimenta el sistema. Con el tiempo, el aburrimiento nos parecerá algo transgresor y hasta revolucionario…

- Algo que añadir...

El suplemento es la parte gratuita. En un sistema que tiende a explotar cada pequeño aspecto de nuestra vida, fomentar lo gratuito, en todos los sentidos, es una forma de subversión profunda de las infraestructuras del sistema…

domingo, 18 de octubre de 2009

NARRATIVA EN ESPAÑOL DE AMBOS LADOS DEL ATLÁNTICO


MESA REDONDA

Tres escritores en el momento de plenitud de su carrera literaria hablarán de aspectos de su obra así como de la situación actual de la narrativa contemporánea en español y sus conexiones con otras literaturas.

Participantes

Edmundo Paz Soldán, Escritor

Luisa Castro, Poeta

Juan Francisco Ferré, Escritor


Entidades Organizadoras
Instituto Cervantes
(Nueva York)

Fechas
20/10/2009 (18:00 h.)

Lugar
Instituto Cervantes
211-215 East 49th Street
10017 Nueva York
(ESTADOS UNIDOS)

martes, 13 de octubre de 2009

LA FLOR DEL MAL (1): HISTORIA DE UNA OBSESIÓN


Al principio, como siempre, hay un asesinato. O mejor, dos. Dos mujeres asesinadas con una década de diferencia y en la misma ciudad, Los Ángeles. Elizabeth Short (1924-1947) y Geneva Hilliker Ellroy (1915-1958). Una aparece descuartizada en un descampado, en la esquina entre la calle 39 y Norton Avenue, el 15 de enero de 1947. Y la otra estrangulada en El Monte, entre Kings Row y Tyler Avenue, el 22 de junio de 1958. Una era morena y la otra pelirroja. Ambas habían mantenido relaciones sexuales en los días previos a su asesinato. Una tenía 22 años y estaba soltera, aunque soñaba con casarse y tener hijos. La otra tenía 43 años, estaba casada con un hombre débil y fracasado al que engañaba todo el tiempo con otros hombres y tenía un hijo de 10 años, el futuro novelista James Ellroy, que acabaría dedicando un libro a cada una de ellas, las dos mujeres de su vida, asesinadas impunemente: en 1987, La dalia negra, una obra maestra grotesca y escalofriante del género negro, la novela donde Ellroy reconstruía con método febril las truculentas circunstancias del asesinato de Elizabeth Short, que le había fascinado desde la infancia como sucedáneo imaginario del asesinato de su propia madre, a quien dedicaba la novela (“una despedida de sangre”/ “un sangriento adiós”, según las traducciones) después de reconciliarse con ella a través de la ficción; en 1996, Mis rincones oscuros, la crónica negra de la muerte de su madre a partir de los datos recabados por un detective contratado por el propio Ellroy.

La doble cicatriz del ser

Al escribir La dalia negra, la conexión traumática entre ambos crímenes y ambas mujeres, como Ellroy ha confesado en el postfacio a una reedición americana reciente, se consumó de modo definitivo: “No podía llorar abiertamente por Jean. Podía llorar por Betty. Podía desviar la vergüenza de un apetito incestuoso hacia un objeto de deseo más seguro”. Jean Hilliker no era sólo para su hijo la mujer que lo maltrataba emocionalmente y le imponía el rigor religioso como norma de vida, a pesar de sus flagrantes adulterios. Ellroy vivía bajo su hechizo sensual: “La sorprendía en la cama con otros hombres. Vivía por esos destellos de desnudez. La admiraba y la deseaba y logré mi deseo con su muerte”. La siniestra sonrisa de Betty Short, como burla del horror y replica facial al tajo monstruoso que seccionaba su cadáver, sería el vínculo carnal de este doble asesinato tan decisivo en la vida y en la obra de “una de las imaginaciones más sangrientas de la literatura moderna”, como la califica Peter Wolfe.

Turbio y perturbador, como no podía ser menos, así es el mundo descrito en La dalia negra, una novela que pulsó, según Ellroy, “los aspectos más profundos de mi inconsciente”. Se trata quizá de la primera ficción policíaca donde los detectives actúan guiados por motivos personales inconfesables, se comportan como obsesos patológicos, rastrean las pistas como animales dotados del más refinado olfato sexual y persiguen a los culpables con pasión instintiva y salvaje. En suma, funcionan en la trama como dobles genuinos del escritor que ha reconocido “haber nacido para vivir y pensar de modo obsesivo”. En su juventud angelina, Ellroy vivió una vida desenfrenada y golfa de delincuente, voyeur y acosador compulsivo de mujeres, adicto al alcohol, a las drogas y a la violencia, hasta que su cerebro estuvo a punto de abrasarse y decidió dar un giro hacia una forma de vida más inteligente.

“Cherchez la femme” en Mulholland Drive

La así llamada “dalia negra” es un fantasma lúbrico compuesto de múltiples rostros y nombres humanos que se ocultan tras esa designación exótica: Bette, Betsy, Betty, Beth, Bett, Lizzie, Lizz, como la llamaban quienes padecieron alguna vez su malsana influencia (en la ficción, Madeleine Sprague, doble perverso de Betty, simula esta identidad mitológica como componente de su seducción). Según Steven Hodel, este alias de flor exuberante y lujuriosa alienó a la chica de su identidad real y la transfiguró en maléfica ficción popular: “Todo el mundo conocía su historia, pero nadie sabía quién era”. En la novela de Ellroy, todos los que llegaron a conocerla coinciden en destacar dos rasgos del temperamento de Betty: era una especie de camaleón humano, capaz de adaptarse a los deseos de quien estuviera con ella, y, además, poseía una enfermiza tendencia a la fabulación, esto es, a generar sobre ella incontables mentiras que terminaron engullendo la verdad de su historia. A raíz de su espantosa muerte, alcanzó el estrellato mediático y la celebridad estelar con que había soñado siempre.

En cualquier caso, las versiones contradictorias y los rumores sobre su vida han seguido multiplicándose tanto como las posibles soluciones al infame asesinato. La más cruda la expone Steven Nickel: “Durante un tiempo trabaja como chica de compañía con un estilo de vida brillante. Algunos de sus clientes son productores de Hollywood que le prometen papeles en películas, pero no tarda mucho en degenerar y convertirse en una prostituta callejera enganchada al alcohol y las drogas, fotografiándose desnuda y viviendo ocasionalmente con una amante lesbiana”.

Sin embargo, una de las teorías policiales más escabrosas refiere una malformación genital de Betty, precisamente, como estigma secreto de su anatomía y móvil misógino del crimen. El asesino se vengaría así de la morbidez de la carne femenina, troceando el cuerpo impenetrable de manera espectacular y presentándolo ante el ojo público en una grotesca pose que acentuara el efecto de maniquí perverso o muñeca rota.

El cadáver exquisito

El asesinato de Elizabeth Short, como el de Laura Palmer, su hermana de sangre en Twin Peaks, es una herida abierta por la que supura toda la podredumbre del sueño americano. Cada año se publican nuevas contribuciones a este caso mítico (“una mezcla de Poe y Freud”, según Jack Webb) que sigue funcionando como detonante psíquico innegable. Todas revelan un deseo sensacionalista de poseer la verdad y un designio inconsciente de incorporar el crimen a las fantasías, fantasmas o traumas privados de sus autores.

En El vengador de La dalia negra, un ex policía de Los Ángeles, Steven Hodel, imputa a su propio padre, el médico George Hodel, del sádico crimen y de otros similares cometidos en la misma época. Como prueba adicional, Hodel aporta la relación personal entre su padre y el artista Man Ray, cuyas fotografías eróticas de mujeres seccionadas habrían prefigurado la postura macabra en que fue hallado el cadáver de Betty. Adelantándose a Hodel, Janice Knowlton (Papá fue el asesino de La dalia negra) ya había acusado del crimen a su malvado progenitor, George Knowlton, que la violaba y maltrataba con frecuencia y era un conocido profesional del estupro que abastecía de niños a notorios pederastas de la elite angelina.

En El cadáver exquisito, la monografía más reciente, sus autores (Mark Nelson y Sarah Bayliss) reducen al absurdo sin pretenderlo la tesis de Hodel al argumentar que detrás de este abominable asesinato estaría el gusto esotérico por la estética surrealista de moda entonces en los círculos sociales más exclusivos de Hollywood. Así mismo, Mary Pacios (Sombras de la infancia), una supuesta amiga infantil de Betty, no se avergüenza de incriminar al cineasta Orson Welles, fundándose en la morbosa atracción de éste por la anatomía femenina desmembrada. Estas fantasiosas interpretaciones delatan, como siempre, la manía filistea americana de acusar al artista o al esteta, cuya sensibilidad diferente lo abocaría infaliblemente al crimen considerado como una de las bellas artes.

En Seccionada, en cambio, John Gilmore esclarece con cierta verosimilitud la inculpación de Jake Wilson, delincuente alcoholizado y psicópata potencial pero, sobre todo, eterno aspirante a actor como Betty Short. Por último, la investigación más rigurosa y convincente hasta la fecha es la que conduce a Donald Wolfe (Los archivos de La dalia negra) a descartar una por una las versiones anteriores (excepto la de Gilmore, parcialmente confirmada) y acusar del asesinato, con pruebas contundentes, al famoso gángster Bugsy Siegel, sicario mafioso al servicio del magnate de la prensa Norman Chandler, quien habría dejado embarazada a Betty y querría librarse de ella cuando se negó a abortar.

América confidencial

A contracorriente de toda hipótesis convencional, Ellroy urde en su novela sobre el caso una hipnótica trama de círculos concéntricos donde las relaciones tortuosas entre los sexos y la corrupción generalizada, ya sea inmobiliaria, familiar, policial, cinematográfica, política o social, hallarían en el cadáver mutilado y desfigurado de Elizabeth Short no sólo un centro vertiginoso y una tenebrosa metáfora, sino un pretexto sensacional para ilustrar la gran tesis incriminatoria que Ellroy sostiene desde hace años contra su país. La pérdida de la inocencia de América en algún momento de su historia es una mentira institucionalizada, un infundio nacional en nombre del que se siguen cometiendo toda suerte de crímenes. No existe tal inocencia ni ha existido nunca. Para Ellroy, América es, desde el principio, radicalmente culpable de cuantos crímenes se la acusa.

martes, 6 de octubre de 2009

EL RELATO ROBADO (Redux)

El mutante tiende a reformular lo extraordinario en sobrehumano, en los límites de la especie. En suma, es una excepción de la que se interroga su capacidad para convertirse en regla, y es por lo que la singularidad que presenta se propone de antemano como una generalización en curso. El monstruo es la excepción que pone a prueba la regla, o que vuelve problemático su estatuto de regla; pero el mutante transforma la regla, abre la posibilidad de otro juego.

Thierry Hoquet

François Monti, uno de los mejores conocedores de la literatura norteamericana (posmoderna o no) que conozco y refinado catador de la "narrativa mutante" española, ha publicado una espléndida traducción de mi ensayo El relato robado en el blog Fric-Frac Club. El ensayo se publicó por primera vez en la revista Quimera en diciembre de 2003, con el subtítulo "Notas para la definición de una narrativa mutante", dentro del dossier “Literatura norteamericana: más allá del posmodernismo", coordinado por Eloy Fernández Porta (otro gran conocedor de la literatura norteamericana, una más entre sus innumerables scienzas). Recomiendo, pues, su (re)lectura en francés a todos los que estén interesados en entender cómo ciertas lenguas multiplican la proyección virtual de ciertos conceptos...

lunes, 28 de septiembre de 2009

EL ENIGMA FREUD (volumen 1)


[Se acaban de cumplir setenta años de la muerte de Sigmund Freud, el 23 de septiembre de 1939, en Londres, donde vivía exiliado desde que Hitler se anexionó Austria con el refrendado consentimiento de los austriacos (¿es ésta la herida infectada por donde supura toda la literatura de Thomas Bernhard?). En estos últimos meses se están cumpliendo diversos aniversarios relacionados con el mismo acontecimiento, el más terrible, con toda seguridad, que los humanos han producido y padecido: la Segunda Guerra Mundial. Cuando Freud murió, el mundo parecía que iba a morir con él de manera grandilocuente y estrepitosa. Se llevó de este mundo una imagen acorde con su visión de una mente humana asaltada por las peores tendencias, las derivas tanáticas en pulsión destructiva permanente contra su deseo de libertad y felicidad. No obstante, no cabe engañarse sobre esto: Freud es uno de los defensores más paradójicos del yo y los beneficios del yo. No hizo otra cosa a lo largo de su vida que explorar a fondo, sin ningún temor, todo lo que lo amenazaba o ponía en cuestión, desde dentro y desde fuera, por así decir, desde arriba y desde abajo (el superyó castrador y la identidad pulsional de la libido). Hasta descubrir que su fundamento era una ficción tan eficaz como las leyes de la realidad. Una ficción efectiva y afectiva que causaba secuelas constructivas en la realidad: la realidad del cuerpo, la realidad de la mente, la realidad del mundo. Todo fundado en una instancia de ficción. Las religiones tradicionales y las ideologías totalitarias, colectivistas o no, la opinión común (la doxa) y la ideología mayoritaria, lo deniegan con todas sus fuerzas; le niegan realidad, consistencia, satisfacción, intensidad. Una entelequia, una fantasía, un fantasma. No deja de ser paradójico que los mayores propagadores de entelequias, fantasías y fantasmas, con o sin credos dogmáticos, sean los mayores denegadores de la fuerza transformadora y germinal del yo. Y es que les va el ser, como diría Gracián, en que la ficción del yo no sea la dominante en un mundo dominado por ficciones del poder. A la mente ingenua habría que recordarle que el mundo lo mueven y han movido siempre las ficciones (lingüísticas, afectivas, sentimentales, mentales, simbólicas, de clase, de raza, de género, nacionales, regionales, locales, universales, etc.). Y si no, mire un poco a su alrededor. Aunque hubiera realidades traumáticas e intereses en liza (esto sí que lo entiende enseguida la mente ingenua, lo de las realidades traumáticas y los intereses creados se lo tiene bien aprendido desde la escuela primaria), la Segunda Guerra Mundial fue también un choque de ficciones, un conflicto de fantasmas, una guerra de mentes y poderes ilusorios. ¿Qué otra cosa le muestra al historiador positivista la gloriosa Inglourious Basterds, estrenada este año por una de esas casualidades que sólo el azar es capaz de tramar con tanta eficacia, sino la guerra entre representaciones o versiones de la realidad, en este caso cinematográficas? Unos tenían una idea del mundo más espantosa que los otros, no cabe duda, pero no es eso lo que los derrotó, diga lo que diga Borges (con todo, los refinados nazis de Tarantino me recuerdan al nazi borgiano de Deutsches Requiem: esos rasgos de inteligencia y sensibilidad, por así decir, ya escandalizaron a George Steiner, como atestigua El castillo de Barbazul, sobre todo cuando Steiner se dio cuenta de que el concepto de arte y cultura que él propugnaba coincidía con las preferencias no degeneradas de su enemigo acérrimo; y es que era la gran cultura alemana, sospechosa de complicidad, la que se hundía en la catástrofe histórica sin remisión, como supo ver con lucidez extrema Thomas Mann en su tan poco leído como imprescindible Doktor Faustus). La voluntad de poder del bárbaro ideológico (el nazi), por aberrante que pueda parecer desde este lado de la razón, no tiende por una oscura necesidad, o una lógica abismal, a auto-infligirse la derrota. Las ficciones que la alimentan son a veces muy poderosas, ya que proceden del fondo oscuro, de la irracionalidad primigenia, y aliadas con la técnica más avanzada podrían llegar a ser invencibles y avasalladoras. Así que sólo un poder superior aún pudo vencerlas y acabar con su expansión ilimitada. La cultura de masas americana de la posguerra no fue sino exhibición universal de ese nuevo poder y de su triunfo mundial, y un poder en sí mismo fundado en nuevas ficciones sociales que se expandieron por todo el mundo como una moda de temporada, una mitología asociada a un modo de vida exportable, sin la cual dicho estilo no habría tenido tanto éxito nacional e internacional (éste, destilado en la mejor retorta de estilos y subgéneros, es el genuino espíritu democrático de la película de QT). Mientras las (malas) ficciones manden en el mundo, seguiremos necesitando los sortilegios de la ficción para combatirlas como los simpáticos "bastardos", americanos paródicos, combaten al enemigo epónimo. Como gran aliada irónica y paradójica del yo, por supuesto. La ficción y el yo, no hay nada en esta asociación que hubiera podido sorprender a Freud. Para pensar bien es necesario haberlo leído, sin duda. Para entender tanto el mundo como el yo, con sus espejismos de la voluntad y sus espectaculares puestas en escena, en privado o en público, hay que conocer el poder y el funcionamiento de la ficción. No es a través de la autobiografía o el documento cómo se accede a la maquinaria profunda y los mecanismos íntimos de ambas instancias. La puerta privilegiada, de múltiples accesos y tamaños, es la de la ficción. La realidad ha sido siempre virtual en la medida en que nuestras percepciones no son infalibles ni definitivas. Una vez más, éste es el increíble poder de lo simbólico sobre lo fáctico (de la estética singular de un artista sobre el rigor mortecino de la historiografía oficial) que festeja con audacia y desparpajo la maravillosa película de Tarantino: cambiar las historias de la historia, las variadas versiones de la misma, para conferir todo el poder a los que no lo tenían, expresando al mismo tiempo el más contemporáneo malestar de la cultura de masas. ¿Otra ficción quizá? Sin duda, pero ejemplar esta vez. Otro triunfo del yo sobre los diversos poderes que buscan atenazarlo o destruirlo. Ética y, sobre todo, estética del yo. O, lo que es lo mismo: principio de placer vs. principio de realidad. No se hable más…]

«Freud ha muerto», proclama Charlotte Gainsbourg en Anticristo, la impresionante película de Lars von Trier, para explicar por qué desdeña los sueños premonitorios de su marido, un psiquiatra inquisidor (Willem Dafoe) intrigado por el enigma femenino en la vieja tradición inquisitorial inaugurada por Freud como intérprete de sueños y traumas individuales y colectivos. Detrás de ese gesto despectivo de la mujer se oculta, sin embargo, una investigación desgarradora sobre el crimen histórico del patriarcado: ese crimen comunitario (el "ginocidio") en que, según Freud, se funda el orden represivo de la realidad. Como atestigua el escalofriante epílogo, la multitud de mujeres sin rostro que ascienden por la ladera boscosa por la que desciende el psiquiatra asesino (acaba de claudicar ante el caos y la irracionalidad, como tantos otros antes de él, estrangulando a su mujer) no son sino víctimas de la violencia masculina que ahora podemos ver con la lucidez visionaria (y culpable) con que nunca pudo hacerlo el maestro fundador.

Y es que Freud metió el dedo en la llaga de la especie, por así decir, aunque muchos de sus discípulos acabarían creyendo que la llaga era la equivocada, y muchos de sus adversarios que el dedo más bien parecía otra cosa. En todo caso, lo verdaderamente asombroso de sus descubrimientos psiquiátricos, como piensa Philippe Sollers, reside en toda esa alucinante historia humana en torno de unos cuantos orificios orgánicos.

El acoso freudiano

Detrás de todo caso clínico, latía la palpitante desnudez de la cosa, lo que Freud más temía descubrir o conocer y no cesaba de acosar con metódica impertinencia, el continente oscuro del deseo femenino. «¿Qué quieren las mujeres?», se preguntaba con falsa ingenuidad y genuina preocupación en uno de sus ensayos. Su impaciencia ante sus pacientes menos dóciles, normalmente afectadas de derivas lésbicas y errancias histéricas, delata muchas de sus contradicciones doctrinales. La visión del cuerpo desnudo de su madre, Amalia, durante un viaje en tren, precisamente, desde Leipzig a Viena cuando contaba cuatro años constituye uno de sus encuentros más traumáticos con el enigma de la mujer, como lo denominara Sarah Kofman. Freud parecía hablar desde la experiencia cuando declaró: “Para ser en la vida amorosa verdaderamente libre y feliz sería necesario…haberse familiarizado con la representación del incesto con la madre o la hermana”. Su gran discípulo francés, Jacques Lacan, corroboró esta visión anticonvencional de lo humano acuñando un imperativo incontestable: « ¡Goza tu síntoma!».

En una carta a Wilhelm Fliess, su colega y confidente íntimo, Freud confesará haber preferido siempre la compañía cómplice del amigo a la de la mujer, incluida la de la suya, Marta Bernays, o la de su cuñada, Minna, con la que se rumoreaba que había tenido un affaire sexual (para irritación de Carl Gustav Jung, celoso rival y brillante discípulo). Y eso que Freud se vio rodeado de mujeres desde el principio en una familia judía de dominante femenina. Y luego lo acompañaron, en distintos momentos de su vida, discípulas y colegas hacia las que mostraba una actitud ambivalente y a veces admirativa: Helen Deutsch, Marie Bonaparte, Melanie Klein, Joan Riviére, o su propia hija, Anne Freud, a la que enviaba en su nombre a dar conferencias por el mundo. Por no hablar de Lou Andreas-Salomé, la personalidad femenina más fascinante de su tiempo, seducida también por el diván del psicoanálisis. Fue la confidente intelectual de Freud, comprendió sus tesis mejor que otros y, por si fuera poco, dirigió críticas certeras a sus argumentos más débiles. Lou representaba un tipo singular: la mujer libre que puede codearse con la más alta inteligencia masculina y medirse con ella, al mismo tiempo que seduce al hombre que la encarna o se entrega carnalmente a él.

Según Peter Gay, su biógrafo más riguroso, no consta, sin embargo, que Freud mantuviera ninguna clase de relación sexual después de los 37 años, ni dentro ni fuera del matrimonio. Así que Freud asumió la máscara de un buen burgués que consideraba la monogamia, no sin ironía, un precio demasiado alto que la vida psíquica de los sujetos debía pagar al grupo social, conforme a un extraño principio de economía libidinal, a cambio de su funcionalidad reguladora y normativa.

Una parte del conflicto de Freud con el género femenino, aparte de los prejuicios sexistas de su época, se reducía a cuestiones fisiológicas. «La anatomía es un destino», declaraba sin complejos, mientras consideraba por error que el clítoris era un émulo diminuto del pene y, por tanto, un actor insignificante en la escena mental (así, el terrible gesto de la mujer en Anticristo, al practicarse la ablación de clítoris tras atacar a golpes el pene del marido, ¿no supone otra afrenta (pos)freudiana?). No obstante, en un contexto social y moral de denegación hipócrita de la sexualidad femenina, Freud, con todos sus desaciertos y cegueras, errores instintivos y espejismos intelectuales, sabía más de mujeres, mucho más, que el puritano psiquiatra suizo (Jung), desde luego, o que el gran Leonardo (de cuya sublime (homo)sexualidad, por cierto, ofrecería un análisis tan imaginativo como sintomático de sus propios dilemas), el celebérrimo creador de la enigmática Gioconda, una efigie virilizada que parece sugerir la frigidez como forma suprema del goce femenino. Con todo, Freud actuaría como un libertador paradójico de las mujeres al haber expuesto sin tabúes su problemático papel en la comedia humana y la guerra (traumática) de los sexos.

La novela familiar

Durante la infancia, que el adulto tiende a olvidar por razones obvias, la niña vería humilladas sus pretensiones de poder primero ante el hermano más o menos real y después ante la madre, dotada de un falo simbólico que la hija no tardará en descubrir como falso y rechazará enseguida mientras el hijo, consciente de su falta, lo ubicará en otras zonas del cuerpo de la madre, ahora deseada como mujer mutilada a la que el infante bien armado se ofrecería a poseer y proteger en detrimento del padre, ignorante del melodrama inconsciente que se estaría librando en casa mientras él se consagra a la búsqueda del sustento o la gestión de sus negocios. Pero la hija ya tendría previsto un recurso de guión infalible para salvar el honor sexual del padre, desplazar su esfera de interés hacia él como único poseedor del poder representado por el falo en contra de la madre y, por qué no, del mermado hermanito.

Con esta historieta doméstica, más propia de una película de Todd Solondz, una ficción de Robert Coover o un cómic de Robert Crumb que de una teoría científica seria, Freud creía, como Edipo, haber descifrado parcialmente el secreto de la Esfinge (“Vita est femina”). Cuando amigos y colegas le regalaron en su quincuagésimo cumpleaños un medallón que en una cara mostraba esa terrible figura mitológica, encarnación del misterio insoluble de lo real, y en la otra el perfil del primer psicoanalista de la historia no estaban cometiendo, precisamente, un lapsus freudiano como los que el maestro había dilucidado en su Psicopatología de la vida cotidiana. En su despacho, desde hacía años, colgaba una reproducción del cuadro de Ingres, descubierto en el Louvre durante un viaje a París, donde un apuesto varón académico se encaraba a una esfinge feminizada y seductora. No es difícil imaginar a “Herr Profesor”, como lo llamaba Jung con resentimiento visceral, poniendo palabras a la escena muda que alegorizaba el secreto motivo de su vocación. Entre espesas bocanadas de humo, su adicción al tabaco acabaría causándole un tumor oral incurable, concebiría Freud el acertijo vital con que la portentosa criatura no dejaría de torturar la inteligencia del detective edípico: “¿Cuál es el único animal enfermo sobre la tierra que posee todos los sexos por la mañana, se vuelve monosexual por la tarde y cuando llega la noche apenas si le queda energía para responder a las solicitaciones del deseo?”.

Una alegría enigmática

La frontera entre lo normal y lo aberrante, según Freud, era lábil y debía ser explorada de manera rigurosa, sin duda, pero también a través de la fantasía y la vida imaginativa. Tal vez por esto algunas de las críticas “científicas” que se le dirigen hoy, desde las neurociencias y las ciencias cognitivas, lo tachen de autor de ficciones teóricas y hasta de vulgar “novelista de la psique”. En todo caso, Freud consideraba, al revés de muchos de sus continuadores, que entre las obligaciones del psicoanalista nunca se debía contar la de emitir juicios morales. Freud construyó así un corpus teórico de una libertad intelectual y expresiva sin precedentes sobre las cuestiones más escabrosas y confidenciales de la experiencia humana. Su lectura, en este sentido, sigue constituyendo una taxonomía insuperable de conductas inapropiadas, anomalías eróticas, obsesiones psicopatológicas, o desviaciones vitales, que funciona como complemento analítico perfecto de la reprimida novelística decimonónica. Ya que con la excepción del naturalista Émile Zola, que era por eso uno de sus contemporáneos preferidos, casi todos los novelistas de su tiempo se atuvieron a un pudoroso código de representación de la vida que excluía el acto turbador o la tendencia perturbadora.

No consta, sin embargo, que Freud, al contrario que Jung, leyera a Joyce (“el escritor por excelencia del enigma”, según Lacan), pero su influencia en el diseño psicosomático de los protagonistas y la obscena verborrea de Ulises y de Finnegans Wake (publicada en 1939, el mismo año de su muerte) es el mayor homenaje que le ha brindado la literatura moderna. No en vano, cuando le preguntaban con malicia por el doctor vienés, Joyce respondía que ambos, en sus respectivas lenguas, significaban la misma alegría.

La alegría del enigma velado o desvelado, según la perspectiva.

EL ENIGMA FREUD (volumen 2)



Freud, el Anticristo

Las versiones sobre Freud difieren tanto entre sí que a veces uno no puede sino creer que los que opinan sobre él hayan caído en alguna trampa retórica tendida por el astuto maestro. En ciertos círculos se le tiene por un reaccionario conservador y misógino, defensor a ultranza de la racionalidad burguesa y la familia nuclear, mientras en otros se le toma por un revolucionario sexual, un pionero provocativo, un transgresor moral que abrió una brecha de luz irrestañable en la noche oscura de la mente humana.

Entre los valedores de la “teoría marica” se considera a Freud un homófobo irredimible, mientras el entendido Leo Bersani, profesor en Berkeley y partidario del modelo de vida promiscua frente a la estricta monogamia, lo habilita como el primer teórico serio de esta causa contemporánea, con sede en numerosas universidades británicas y norteamericanas, por haber sostenido en su tiempo «una noción esencialmente construccionista de la homosexualidad». Así mismo, los cinco sexos fisiológicamente constatados por la Dra. Anne Fausto-Sterling, el neodarwinismo de Richard Dawkins y sus colegas evolucionistas, la transexualidad y la intersexualidad rampantes, la neurociencia de Antonio Damasio y el cognitivismo de Daniel Dennett, o los tratamientos a base de testosterona y estrógenos, exigirían en la actualidad una revisión radical de las tesis más ortodoxas sobre la sexualidad humana y el funcionamiento del cerebro sostenidas aún por psiquiatras y psicoanalistas de la vieja guardia.

Por otra parte, sus aseveraciones sobre la sexualidad infantil convierten a Freud en un pensador difícil en una época neovictoriana como la nuestra de sacralización de la infancia conforme a los hábitos sublimados del consumo publicitario y la mercadotecnia. Para Freud la vida sexual comienza con el nacimiento y, con un poco de suerte, concluye con la muerte, así que el niño, a su manera, se muestra tan sexualizado como el adulto aunque éste se pase la vida negándolo. Con la muerte, en cualquier caso, el sujeto se ve obligado a dialogar siempre, según estableció como principio de su teoría psíquica, pues sus pulsiones puramente destructivas amenazarían todo el tiempo las construcciones libidinales del deseo.

Frente a otras posiciones ideológicas más regresivas, el pensamiento de Freud insistiría todavía en alcanzar, aunque sus objetivos no gusten a la mayoría, el máximo grado de lucidez respecto de la vida humana y su enmarañada red de símbolos, atavismos y creencias. No por casualidad, algunas de sus obras tardías denuncian la represión inscrita en el seno de la cultura y la civilización desde los orígenes (El malestar en la cultura), atacan el fenómeno religioso como residuo psíquico primitivo (El porvenir de una ilusión), o postulan la superioridad paradójica del judaísmo sobre las demás religiones reveladas (Moisés y el monoteísmo, su último libro, publicado el mismo año en que Hitler se anexionaba Austria y Freud se exiliaba a Londres).

A pesar de las apariencias, la tentación luciferina de Freud no sería, por tanto, de orden sexual sino intelectual. Sentirse, cual Moisés, un Profeta o Mesías libidinal: el legislador y líder de la horda humana a través del desierto de la inconsciencia hacia la promesa utópica del auto-conocimiento. Sea como sea, nuestra especie necesitaría un cambio urgente de ídolos y cultos, una “transvaloración” o inversión de todos los valores convencionales, empezando por nuestras anticuadas concepciones de la sexualidad. Mientras esto no se produzca, para bien y para mal, para la ciencia del bien y del mal que rige a este lado del paraíso, seguiremos necesitando a Freud durante mucho tiempo aún.

jueves, 17 de septiembre de 2009

EL SIGNO DE DUCHAMP


Juan Antonio Ramírez in memoriam

Bueno, si usted quiere, mi arte sería el de vivir; cada segundo, cada respiración es una obra que no se inscribe en ninguna categoría, que no es ni visual ni cerebral. Es una especie de euforia constante.

Oh! Do shit again…Oh! Douche it again!

MD

Estocolmo (marzo, 2009). Estoy en Estocolmo, la ciudad invernal donde vivió Ingmar Bergman la mayor parte de su vida, donde murió Strindberg, viajando (sin apenas equipaje) de un infierno a otro infierno. He estado preguntando por la escalera mecánica en cuya cúspide murió Stieg Larsson, el hombre que amaba, como una variante desviada del personaje de Truffaut, a todos los lectores-hembra de todos los países del mundo globalizado en este nuevo milenio. He estado, en realidad, preguntando por el sexo de la escalera mecánica donde a Larsson se le paró el corazón de pronto. Nadie responde. Está visto. Cuarenta años después de su muerte y del descubrimiento de la obra secreta a la que el alquimista consagró su último esfuerzo, Marcel Duchamp, como un perverso de otro tiempo, deserta de la calle helada, donde nadie parece conocerlo ya, y se recluye en el museo. Es un destino moderno. Así que estoy en el Museo Moderno de Estocolmo, ubicado en un emplazamiento idóneo para un gigantesco contenedor de arte del siglo veinte: una isla (Skeppsholmen) flotando a la deriva del tiempo en las gélidas aguas del Báltico. La nieve, como se ve a través de la cristalera de una de las salas, amenaza con cubrirlo todo con su mortaja como en un emotivo poema de Lorca. Estoy en una sala dedicada a Duchamp, parado frente a dos obras que sólo conocía en reproducción (con todo lo que esto implica tratándose de un artista que hizo del celibato y la infertilidad, más que de la apropiación o la copia, todo un programa de vida y de creación). Dos aparentes (todo en Duchamp, no nos engañemos, es aparente: un juego de apariencias y (des)apariciones) curiosidades:

UNO. Pharmacie (Phare-massif/Phale massif). Un paisaje de traza convencional en el que Duchamp inscribe dos puntos cromáticos que aspiran a conferir relieve y perspectiva perversa al espacio pictórico. Dos puntos ópticos (los “simpáticos” o, más bien, los precursores formales de los “Testigos Oculistas” del “desnudo” de La Mariée) suspendidos en el aire familiar de la escena. Vertical and horizontal (bad) features, como para marcar la masculinidad o feminidad de los componentes del plano espacial: el curso de un arroyo, troncos de árboles, juncos, cañas, matojos, etc. Las dos manchas de color (como en Blow Up) invitan al voyeur/voyant a ahondar con la mirada en el bucólico escenario hasta hallar el cuerpo del delito (corpus delicti o corps délit/délice/délire: cuerpo desleído que se transfigura, delirio del deseo, en cuerpo delicioso). El punto de vista y el punto de fuga, como escribiera Lyotard, son simétricos en la medida en que son, sí, métricos. Decimales. Subproductos del cálculo racional. Crítica de la razón metódica.

DOS. “Étant donnés”. Estudio preparatorio en bajorrelieve de la obra del mismo nombre: el maniquí acéfalo, de brazos y piernas amputadas, el sexo depilado o descarnado, la vulva hendida (como el cadáver despedazado de Elizabeth Short, alias “La dalia negra”). Homenaje al (turbador) “origen del mundo” de Courbet, corps-délice de Pharmacie: el torso desfigurado y expuesto a la mirada de la escultora brasileña Maria Martins, amante de Duchamp durante cinco años y amada por él hasta el onanismo, como muestra el (masturbador) Paysage fautif (manchurrón de esperma con figura de torso impregnado en la tela como huella indeleble de una pasión culpable). La contigüidad entre los signos cromáticos de la mirada penetrante (Pharmacie) y el desnudo femenino reconfigurado a la medida métrico decimal de esa mirada cartesiana da la razón a Lyotard de nuevo: el coño es “la imagen especular de los ojos del voyeur”. Añádase el paisaje, sus insinuaciones horizontales y verticales, sus verduras y cañizos, su follaje, la espesura fragante, y se tendrá la imagen exacta de una fornicación mental aplazada sine die por imperativos estéticos. Rien n´aura lieu que le (bas) lieu, Duchamp enmendando a Mallarmé. Nada tendrá lugar excepto el lugar o, más bien, el lugar común, la bajeza instintiva. El lugar de la comunión y el holgar de los cuerpos.

Filadelfia (agosto, 1992). Estoy en Filadelfia, donde pasó su infancia Brian de Palma, el más duchampiano de los cineastas junto con Peter Greenaway. Estoy en el Museo de Arte Moderno de Filadelfia, donde De Palma rodó, por problemas técnicos, el memorable plano secuencia de la cacería sexual de Vestida para matar en lugar del Metropolitan de Nueva York, donde tenía lugar en la ficción. Estoy parado frente al ensamblaje Étant donnés. Con los ojos pegados a los orificios ópticos del portalón catalán que dan acceso a la visión trascendental. La visión con que los ojos se enfrentan al objeto de su deseo (la mujer desnuda, el paisaje insinuante, la cascada, la vegetación, el muro de ladrillos violentado, el farol, etc.) y al mismo tiempo descubren el precio a pagar por ejercer la mirada sin restricciones. Pienso en Body Double de Brian de Palma, de quien acabo de ver en un cine de Times Square, unos días atrás, su nueva película, Raising Cain, recién estrenada. Pienso en los mecanismos (tan festivos como afectivos) de la liberación a través del voyeurismo y en los mecanismos (aún más efectivos) de la castración por el voyeurismo. En la ambigüedad (punible) de cualquier mirada indecente sobre la realidad de un cuerpo. En la impunidad imposible: la mirada es culpable de desvelar con su gesto las zonas erógenas del cuerpo elegido e impedir la sublimación que lo protegería del asalto. Pienso en Buñuel, en Un perro andaluz, y en El ojo tachado, que reseñé en el momento de su aparición. Pienso en la frase con que cerraba mi reflexión sobre la octogenaria película de Buñuel y el brillante análisis de Talens: “No hay ojo intachable”. Viendo el comienzo revulsivo del cortometraje de Buñuel lo supe enseguida. Viendo Etant donnés de Duchamp en directo por primera vez, con los ojos sobrecargados con todas las otras obras de Duchamp (L. H. O. O. Q. y La mariée mise à nu par ses célibataires, même, sobre todo) que la rodean, envuelven o asedian en estas salas con sus enigmas y adivinanzas eróticas, lo sé aún más. ¿Lo supo Duchamp gracias a Buñuel? Es difícil saberlo. La impresión en la retina y más allá de esa imagen de una desnudez extrema: una desnudez que desnuda al que la mira sin pudor. La mujer sin cabeza se desnuda para desnudar al que se atreve a mirarla y pierde la cabeza al mismo tiempo (quizá por esto, comentando la tendencia contemplativa encerrada en la obra de Duchamp, Octavio Paz concluyera: “la inacción es la condición de la actividad interior”). La imagen cruda del deseo. Un deseo puesto al desnudo sin contemplaciones. El soltero desnudado por la novia, incluso. Nunca el arte ha ofrecido con tanta contundencia una imagen de la pusilanimidad o fragilidad masculina ante la potencia (en apariencia pasiva o inerte) femenina. Mentira y verdad de la noche de bodas (el bodrio del bodorrio). Mentira y verdad de la violación (no viola el novio). Mentira y verdad del crimen sexual (no viola/no violóla). “O lo que es igual: cuando estos ojos creen ver la vulva, se están viendo a sí mismos. Un coño/gilipollas es el que ve (un con c´est celui qui voit)” (Lyotard).
La insistencia en la “vulva” (labia majora) por parte de algunos de sus más conspicuos analistas parecería excluir la “vagina” del imaginario sexual de Duchamp, aunque la Cheminée Anaglyphe (o, más bien, los póstumos dibujos del “Marchand du Sel” que la diseñaban) podría desmentir esta obcecación de eyaculador precoz o masturbador compulsivo en no adentrarse más allá del palpitante umbral de la cosa (tal vez por esto la idea de incorporar a su observación unas gafas tridimensionales, para conferir relieve, como en Pharmacie, a los planos del objeto de deseo). Habría que verlo, sin duda, habría que verlo. Abrir para ver la apariencia inaccesible: la aparición alegórica de eso mismo que la Enciclopedia Británica, con su impagable mezcla de erudición y gazmoñería, denomina “un destello del enigma de Duchamp” (“a glimpse of Duchamp´s enigma”). O lo que es igual, como señalan las instrucciones del producto: para no perder la cordura, quizá el soltero mirón deba abrir la puerta de par en par y correr por el campo a toda velocidad al encuentro de su amada, que le estaría esperando (viva o muerta) tendida en el prado del deseo reconvertido en decorado nupcial. Hollywood Ending. Pienso en Jeff Koons, artista duchampiano de segunda o tercera generación, follando escandalosamente con la muñeca hinchable “Cicciolina” en todos los formatos, soportes y tamaños artísticos, como en un sex-shop de fantasía, en la Bienal de Venecia del 89 (Made in Heaven). Pienso en Pierre Klossowski y su pasión monomaníaca por la fisonomía de Denise-Roberte: el monoteísmo del deseo masculino expresado a través de un fantasma adulterino que suplanta el misterio carnal de la eucaristía. Pienso en Picasso crucificando al rojo la entrepierna velluda de todas sus modelos. Qué astuto Duchamp, en cambio, al prolongar el gesto original de Courbet: borrando el rostro de la modelo yacente, proyectando la perspectiva única sobre el fetiche peludo o depilado (da igual: el peluche hendido y sonriente), favorece por irrisión paradójica la multiplicación de los fantasmas y los simulacros. Cada espectador se proyecta en ese espacio ausente y el rostro deseable ocupa el vacío creativo generado por Duchamp.

Roma (agosto, 1991). Estoy en Roma, donde vivieron e hicieron cine muchos cineastas admirables (Fellini, Antonioni, Pasolini). Estoy en la Galleria Borghese, parado frente a una escultura de Bernini, una obra maestra demasiado desconocida: La Veritá (revelata dal tempo). Una muchacha sonriente aposenta su torneado pie sobre el globo terráqueo, como en un escenario fetichista, mientras se ofrece, desnuda, jubilosa, triunfante, a la contemplación del Tiempo. Como una victoria de la materia en movimiento. El esplendor voluptuoso de la carne y la belleza. No obstante, el Tiempo, ese viejo verde de todos los cuentos folclóricos, no desvela ni revela ningún enigma ya que un lienzo decorativo viene a velar (o promete re-velar algún día) la entrepierna de la impúdica joven. La comedia del arte era conocida, al menos, desde el barroco. Si Courbet o Picasso trataron de reciclar este impulso venéreo, como si nada hubiera pasado en la historia excepto una enésima mutación estilística en torno a lo mismo, Duchamp lo tradujo sin malearlo en exceso al código mecánico y frío de la sociedad industrial y comercial. Nada más y nada menos. La risa automática de Duchamp lo delata ipso facto como un gran maquinador o estratega estético de su época. Sobre todo cuando le pinta finos mostachos y perilla de mosquetero al adusto travestido de Leonardo (L. H. O. O. Q.: un guiño postfreudiano) o se traviste él mismo de dama en pose burguesa, flâneuse proustiana de las galerías parisinas. Rrose Sélavy: una Madame de Guermantes, una Gilberte de Swan, una Odette de Crécy, o una Albertine de rostro afilado y varonil, lanzada en busca del tiempo perdido de las compras y las modas. La casada es ahora viuda (Fresh Widow) y los solteros pueden cortejarla de nuevo a cambio de que no le pidan lo imposible, que les entregue su corazón de esteta más o menos plástico. “C´est la vie”, el eslogan de la temporada en todos los escaparates y boutiques a la moda. La vida es rosa, en efecto, o tiende al rosa. O puede serlo, si nos empeñamos. Un esfuerzo más. Pienso en el gesto queer de Andy Warhol (leo la jugosa anécdota en sus fascinantes Diarios) olisqueando o fingiendo que olisquea las perfumadas bragas de Bianca Jagger en un restaurante de lujo de Nueva York. Ella, después de quitárselas con picardía, la muy traviesa, ha tenido el pudor o la delicadeza de pasárselas por debajo de la mesa para someterlas en vano a su escrutinio nasal. Estoy convencido de que, durante el acto, Warhol, el sujeto estético por excelencia, repetiría mentalmente, como un ensalmo, esta relectura de Kant por Derrida: “no (me) queda casi nada: ni la cosa, ni su existencia, ni la mía, ni el puro objeto ni el puro sujeto, ningún interés de nada que sea por nada que sea. Y sin embargo me gusta: no, todavía es demasiado, todavía implica interesarse por la existencia, sin duda. No me gusta sino que obtengo placer de lo que no me interesa, de aquello que resulta por lo menos indiferente que me guste o no me guste”, etc. El juicio de gusto, por una vez, restituido en su universalidad comunicable al grado cero de la experiencia estética: fino olfato + inteligencia aguda.


“A rose is a rose is a rose”, escribía la gran Gertrude Stein, amiga y admiradora de Picasso y amante ferviente de los tender buttons y el lifting belly de, entre otras fellow travellers, Alice B. Toklas (Q. E. D.). “Arrose la rose” (“riega la rosa”), contraatacaba Duchamp con obscenas paronomasias, erradicando cualquier lirismo o cursilería sentimental de su propuesta vital y artística. La verdad en pintura (Cézanne) era esto, entonces, y nada más que esto. En apariencia, en imagen, en figura. El “devenir-mujer de la idea como presencia o puesta en escena de la verdad” (Derrida, ventrílocuo de Nietzsche con "espolones", canalizando a Duchamp sin pensar dos veces en las consecuencias).

De un museo a otro museo o galería, de un continente a otro continente, de Estocolmo a Nueva York, Philadelphia o Roma, cepillando la historia personal a contrapelo, como recomendaba el esteta Walter Benjamin, construyendo un mapa cognitivo de lo que es imposible conocer por definición. Todos los nombres de la historia. De la “Pharmacie” de Duchamp a la “Pharmacie” de Platón (Derrida otra vez), sólo un trecho, estrecho (des(h)echo). Pharmakon: remedio y enfermedad, antídoto y veneno. La visión y la ceguera. La infección y la cura (qué locura). Una estética del deseo o del placer. ¿Estamos seguros de haber salido de ahí? O lo que es igual: ¿Qué es el arte para nosotros? ¿Estamos seguros de haber entendido la peligrosa relación entre las dos preguntas? La verdad, en el fondo, según Nietzsche, una vulgaridad obscena: “un atentado contra todos nuestros pudores”.

Pongamos otro escenario posible, fotográfico esta vez: una distendida partida de ajedrez (no de damas) en una galería de arte californiana repleta de obras de Duchamp. A la izquierda, jugando con las negras, Eve Babitz, desnuda, exuberante, deseable; a la derecha, jugando con las blancas, Marcel Duchamp, viejo, vestido y con gafas de mirón (accesorio duchampiano par excellence: prótesis ocular, para ver mejor, de cerca y de lejos, por dentro y por fuera, a la pulposa adversaria en esta partida infinita). El gesto malicioso de Duchamp delata que le toca mover a él: ya ha decidido su jugada maestra y dispone los dedos como pinzas para apoderarse de la figura pensada (una presa de carne: el clítoris de la jugadora tal vez). Esta figura en disputa no puede ser otra que la Reina blanca, a la que el avance anterior del peón ha liberado de ataduras protocolarias y le permite soñar con expandir su dominio a todo el tablero. Al fondo de la imagen, por si quedara alguna duda, la presencia imponente del “Gran Vidrio”, con todas sus rajaduras, insinuaciones infrafinas y orificios oculares, controla la evolución de la partida más enigmática de la historia. Como en la ficción de Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, la trama retorcida ha sido concebida para apoderar al humilde peón (niña) y transformarlo en Reina (mujer). Pienso en Cindy Sherman, sus falsos fotogramas de película y sus muñecas maltratadas, maniquíes doblados o desdoblados en imágenes y reflejos de una feminidad escénica o escenificada como fetiche del deseo del otro (Cindy, the Doll is mine). Pienso en Eric Fischl y sus imágenes pictóricas de un erotismo furtivo: un panorama pornográfico de vulvas visionarias. Pienso en Baudelaire, sobre todo, inscribiendo en verso la verdad escandalosa de la pintura de Manet sobre la bailarina Lola de Valencia: Le charme inattendu d´un bijou rose et noir. Pienso en las lecciones y erecciones de Tom Wesselmann y en sus escenarios de un morboso erotismo, donde los desnudos femeninos y los accesorios domésticos ocupan la más turbadora y chillona de las superficies estéticas. Pienso en Britney Spears, una de las reinas (púbicas) de la cultura de masas (It´s Britney Bitch). ¿Qué diría Lacan, sabiendo todo lo que supuestamente sabía sobre las mujeres, del vídeoclip y la letra de su canción Gimme More? La femme n´est pas toute? Encore?...

Homo ludens. Femina vita.

L. H. O. O. Q. (“Elle a chaud au cul”). Lui aussi, quand même.