La
Historia, escribe Muñoz Rengel, es la historia de la mentira en todas sus facetas.
La verdad aprendió de la mentira y se hizo política, dice Gracián. Las grandes
mentiras del arte y la literatura son verdades como puños. Y las supuestas
verdades de la política, la religión, la economía y la tecnología son grandes
ficciones al servicio del poder en su voluntad de controlar y manipular la
realidad. Con esto del virus de ojos rasgados se cumple el axioma. Cuanto más
grande sea tu mentira, más fácil es que todo el mundo la crea. La mayoría solo demanda
un anzuelo bien cebado que morder con fuerza. Una verdad oficial que suscribir
sin rechistar. En el mundo digital, los mentirosos compulsivos pasan por
oráculos de la verdad y los escépticos son tomados por payasos ideológicos que desafían
la retórica engañosa del poder.
La existencia de vacunas a punto de llegar al mercado es una promesa que aparece tras las elecciones americanas como estímulo para el pueblo que ha destronado al tirano. Así funcionan las élites globales. Premiando o castigando las decisiones libres de los votantes. Un amigo médico me dice que esta sobreactuación deriva de la pérdida de la ilusión de control. Cuando los gobernantes se dan cuenta de que ya no controlan nada, como un padre paranoico, intentan recuperar la fantasía de que siguen al mando forzando medidas extremas que mitiguen su descrédito. Sin justificación científica, padecemos un régimen policial tan restrictivo como una dictadura. Un confinamiento que favorece los intereses políticos de quienes gobiernan en contra de los ciudadanos. Nos retienen castigados, como a colegiales revoltosos, y tan contentos. En las próximas elecciones nos encontraremos.
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