lunes, 22 de noviembre de 2010

PROVIDENCE TRIVIA


Acaba de cumplirse un año de la publicación de PVD. Han pasado siete meses desde la vez anterior que comparecí aquí para informar sobre lo sucedido hasta entonces con la novela. Han pasado tantas cosas en este tiempo (con esta novela, por cierto, no dejan de pasar). Trataré de resumir lo más importante, ya que será la última vez que hable de esto. Todo mi agradecimiento a los innumerables lectores y críticos de la novela (también a los que no les gustó, sé que no es culpa vuestra, al menos lo intentasteis). Aquí van algunas noticias y comentarios recientes.

1. PVD se está traduciendo al francés (la versión corre a cargo de uno de sus grandes valedores, François Monti, autor, además, de la primera crítica recibida por la novela, una de las mejores también). Se publicará en la rentrée de 2011 en la editorial Passage Du Nord-Ouest (donde, entre otros contemporáneos, han publicado Sada, Fresán y Bellatín, y también clásicos como Benet y, sobre todo, Cabrera Infante, cuyo genial Holy Smoke (Puro humo) se publicó ahí como Pure Fumée en 2007).

2. Algunos lectores prematuramente avejentados me reprochan que escriba para los jóvenes. No salgo de mi perplejidad (ver la ilustración de Terry Rodgers). Según parece, los he elegido como destinatarios ideales de mi novela al sembrarla de referencias, maneras y reflexiones solo atractivas para ellos. Se escandalizan, no salgo tampoco de mi asombro, porque la edición catalana de El Mundo pudiera recomendar PVD para Sant Jordi, bajo el sugestivo epígrafe “Terror psicológico y cultura pop”, en estos términos, por lo visto, tan juveniles: “un libro hipnótico, barroco y un diagnóstico de lo más perspicaz del estado de confusión en que anda sumido el mundo moderno.”

3. Como algunos libreros, acostumbrados a la droga habitual de la narrativa, han mostrado perplejidad y estupefacción ante las cualidades revulsivas y estupefacientes de PVD, no me resisto a reproducir este comentario de una especialista de la FNAC (virginia@fnac.com) que figura en su dominio como publicidad de la novela: Providence es mucho más que una novela, es un viaje a América, es un plano de cine, es un cuento pornográfico, es una recopilación de muchas novelas, es un juego, es una ciudad. Juan Francisco Ferré nos deleita con un cuento fascinante y trágico en un portentoso ejercicio de estilo que dejará al lector sin palabras. Hipnótica y revulsiva, es original e innovadora, rompe con el clasicismo narrativo e instaura una nueva manera de narrar historias que difícilmente saldrán de la mente del lector”. Como reconoce Jesús Casals, jovencísimo librero de La Central del Raval en Barcelona, en su recomendación de la novela: “Ferré fue uno de los primeros practicantes de una estética de lo “sigloveintiunesco”. Con Providence se ha reafirmado en su postura: Ferré arriesga mucho. Y acierta. De modo que hay que reivindicar esta obra y recomendarla a muchos más lectores de lo que parece”.

4. Pablo Mediavilla Costa, joven periodista español becado con una Fullbright en Nueva York, me visitó en Providence la pasada primavera sin haber leído una sola línea de PVD y publicó Providence no existe, la sucinta crónica de esa visita providencial, en Frontera D (El síndrome Providence empieza a hacer efecto horas antes de subirme al tren que me ha de llevar a Providence. Dejémoslo en que han empezado a suceder cosas”). Más tarde, ya habiendo leído PVD, me escribió un email para decirme no sólo que le había gustado mucho, sino que la galería de mujeres de la novela habría deleitado a Cabrera Infante. No puedo pedir más…

5. Como ha quedado claro en el artículo de Miguel Espigado, publicado en Afterpost, la cursilería y la hipocresía son los rasgos dominantes a los que más puede ofender el discurso novelesco de PVD. Uno de los mayores motivos de disgusto para lectores timoratos, programados por décadas de conformismo narrativo para responder con la repulsa a cualquier desafío a las convenciones establecidas: “[Providence] es la respuesta más completa y contundente que ha dado la literatura al fenómeno de la corrección política en la actualidad. Teniéndola por una de las mentalidades dominantes en las sociedades avanzadas, entiendo que la importancia estratégica de la novela de Juan Francisco Ferré es enorme.” En cualquier caso, me bastan estas elogiosas palabras de un lector tan sagaz y riguroso como Espigado para darme por satisfecho: “Es una gran novela. Como lector, me ha entusiasmado… Es una de las mejores novelas de narrativa española que he podido leer desde que soy crítico, y desde su primera lectura tengo por seguro que debe convertirse en un pilar para cualquier futura síntesis académica sobre su periodo literario.”

6. Francisco Javier Torres, buen lector y editor genuino, celebra en su blog, no sin ironía hacia la “masa crítica” de sesudos comentarios que ha caído sobre “esta espléndida novela”, los momentos en que se ha sentido “verdaderamente dichoso leyendo Providence: “Ferré con su escritura, pues, sólo ya con estas partículas, nos ha demostrado (a mí al menos me lo ha demostrado) que nos desea. De ahí tal vez el placer que me ha procurado, lo cual no es poca cosa según creo.” No lo es, en efecto. El placer, sí, esa palabra…

7. Por su parte, un refinado lector de novedades estéticas como José Luis Amores (Bolmangani), ha sabido disfrutar al máximo con toda la carga lúdica y literaria contenida en PVD: “Digamos, pues, inicialmente, que Providence nos encanta y apasiona. Porque es una magnífica novela, brillantemente desarrollada, escrita con indudable maestría, ingeniosa y divertida (Ferré teclearía “desopilante” o “hilarante”: el buen humor, su pasatiempo favorito), de nuevo lúcida pero sin paréntesis, con un gran ritmo digan lo que digan aunque lo digan por decir algo feo entre mucho bueno y bonito, y, por sobre todos los demás epítetos, inteligente como sólo un inmigrante que consiguió los papeles podría pergeñar.” Meses después volvió a la carga en Revista de Letras, dejando en evidencia a los lectores más perezosos de la novela.

8. Su colega Carlos González, fan fatal de David Foster Wallace, ha pergeñado un desternillante pastiche donde, entre bromas y veras, logra crear una comunidad virtual de lectores de PVD tan divertida como inteligente. Explotando la lógica delirante de la novela, González proporciona un disparatado sumario de su trama: “Álex Franco es un director de cine a la vez que capullo integral que acepta una mierda de trabajo en Estados Unidos a cambio de follarse a una vieja. O algo así. Luego al tío se le va la olla de tanto follar y cree que se lo van a comer los tiburones. Al final no entendí nada, no sé si lo abducen los extraterrestres o una movida así. Pero vamos, que si alguien busca una cosa fácil para leer en la playa que mire en otro departamento”.

9. José Eduardo Tornay, estupendo narrador y lector, tuvo a bien hacerme llegar hace muchos meses una reflexión privada sobre la novela y un juicio final sobre su autor con el fin de combatir cierta desidia que se había apoderado de mí por entonces: “En definitiva, la novela me ha parecido grandiosa. Y sus desvaríos finales –en realidad, el desvarío lo inunda todo, afortunadamente- muy apropiados. Pero, con todo respeto debo decirte que, al contrario de cierta sensación que me pareció te invade ahora no sin derecho, creo que no te debes sentir del todo vaciado en este libro. La sensación que me queda es que, siendo seguramente una de las mayores obras que se hayan escrito en los últimos años, su autor todavía puede dar mucho más de sí.”

10. Germán Sierra ya había dicho, con gran sentido del humor, que PVD debía considerarse tanto una gran novela española como una gran novela americana. En el Quimera de abril comenta el rasgo ergódico (ergo lúdico) de PVD (una novela, según Sierra, en que “la ambigüedad novela/videojuego es manifiesta”) y añade esta sugestiva apostilla: “algo semejante sucede en Providence, donde la aparente resolución del misterio requiere la convergencia narrativa del thriller y el social game que durante un tiempo discurren en paralelo, para finalmente transformar al protagonista en un nuevo avatar de sí mismo trasladado, como el astronauta al final de 2001 de Kubrick, a una realidad completamente nueva.” Con su habitual perspicacia, Alvy Singer dio a comienzos del verano una conferencia en Barcelona en la que venía a sostener, en una línea similar, que PVD “de ser un videojuego sería una (imposible) versión neogótica de los sims y que Second Life era el referente en términos conceptuales, que se trataba de una novela que giraba en torno a la construcción de un simulacro a una escala brutal que afectaba al hombre”.

11. Como es sabido, PVD sostiene perversas y promiscuas relaciones con el cine. Es la primera novela, si no me equivoco, que amalgama géneros cinematográficos para dar cuenta de un mundo que se crea por la intersección de todos ellos y no podría ser representado dentro del marco de ninguno de ellos en particular. Ni siquiera el de catástrofes que, en la última parte de la trama, sirve para lo que fue inventado (adentrarse en el laboratorio del sistema), aunque nunca haya sido explotado con ese fin. En este sentido, Jordi Costa citaba la novela, por su vinculación al gótico americano, en su crítica a Shutter Island publicada en Fotogramas y meses más tarde, según me cuenta, en un máster de cine para presentar En la boca del miedo, esa espléndida película de John Carpenter con Lovecraft al fondo como sombra traumática para un escritor perdido en el laberinto deconstructivo de su propia mente (un Resplandor pulp, para entendernos). Por su parte, en una entrada de su blog publicada a comienzos de este mes, Patidifusso examinaba, en muchos casos con acierto, la nómina de películas relacionadas, de un modo u otro, con la ficción de mi novela. Esto me recuerda, de algún modo, todas las películas relacionadas con PVD, el material fílmico de que está hecha la novela. Películas posibles que ya han sido citadas como referencia importante: Providence (Resnais), Videodrome y ExistenZ (Cronenberg), Ocho y medio (Fellini), The Game y Zodiac (Fincher), Terciopelo azul, Carretera perdida y Mulholland Drive (Lynch), 2001 y El resplandor (Kubrick), El coloso en llamas (Guillermin), La noche americana (Truffaut)… Películas posibles que no han sido citadas pero podrían serlo igualmente: El contrato del dibujante (Greenaway), The Wicker Man (Hardy), Apocalypse Now (Coppola), El club de la lucha (Fincher), Twentynine Palms (Dumont), La naranja mecánica (Kubrick), Casanova (Fellini), Europa (Von Trier), Pauline en la playa (Rohmer), Demonlover (Assayas)…

12. Un crítico intransigente, no por casualidad inscrito en los prejuiciados y degenerativos parámetros del género y el subgénero, ha calificado despectivamente a PVD de ser “más que una fábula posmoderna, una broma contemporánea”. ¿Una broma contemporánea? Qué maravilla. ¿Qué otra cosa podía ser una novela como ésta? ¿Qué otra cosa son las obras más interesantes de la cultura actual? ¿Qué mayor elogio le cabe recibir a un creador plenamente instalado en el presente? Al menos desde Rabelais y Cervantes, por no mencionar a Sterne, la narrativa más seria y avanzada es la que menos lo parece o pretende. La que menos lo predica y exhibe. Haga suyos o no los espejismos del género en que sucumbe el cerebro de los lectores más ingenuos, a pesar del impostado cinismo de su mirada. No hay otra forma de lidiar con nuestro destino epistémico, tal como Baudrillard lo describía hace años: “Hay una cierta estupidez en las formas actuales de verdad y de objetividad de las que una ironía superior no puede dejar de dispensarnos”. De todos modos, donde he podido comprobar la mayor carencia de sentido del humor, e incapacidad para entender la ironía, ha sido en la interpretación suscitada por la frase final del texto de la contraportada. Si ese “lo que se puede esperar de una novela escrita en el siglo XXI” no se lee, tras concluir PVD, como una refutación burlesca del mismo siglo XXI y de sus falsas mitologías heredadas es que estamos perdiendo refinamiento lector a marchas forzadas. Providence, o la crítica de la razón digital, ¿o no fue eso lo que vino a decir Juan Goytisolo en su espléndida crítica de la novela?

13. Marc García, joven crítico de The Barcelona Review, la decana de las revistas electrónicas a punto de refundación, ha escrito una de las mejores críticas que ha recibido PVD desde su aparición, y no sólo por su tono celebratorio. Era una tarea difícil contando con tan excepcionales precedentes. Su acertado comentario concluye así: “Es esta una apuesta potente para una novela brillante, un firme paso adelante en la carrera de Juan Francisco Ferré, que lo ratifica como una de las voces a seguir más atentamente de la nueva narrativa hispánica”. Aprovecho la ocasión para decir que a Jorge Herralde, mi generoso editor, también le gustó mucho esta crítica…

14. Como también PVD, a pesar de las apariencias, admite lecturas pragmáticas e incluso coyunturales, me hizo gracia comprobar que al político Jordi Sevilla la novela le había interesado lo suficiente como para citarla en una entrada de su blog como advertencia, muy razonable, a las peligrosas derivas de una cierta izquierda gobernante: “Parafraseando a Juan Francisco Ferré, en su reciente novela Providence, a veces, empeñarse en gobernar desde la diferencia hace que acabe mandando la indiferencia de la gente”.

15. Publicar PVD me ha servido para conocer a mucha gente interesante e inteligente, algunos en persona, otros a través de la Red. Uno de los más curiosos es Antonio Martín Ledesma, un estudiante avezado que está haciendo su tesis doctoral en la Universidad de Filadelfia y ha tomado PVD como uno de sus paradigmas narrativos. Antonio me ha dirigido palabras muy estimulantes: hay mucho amor por la vida en tus escritos, cosa que me fascina, porque no creo que sea algo común en la narrativa nacional, desde tiempo inmemorial más orientada a darle más sentido a la idea de la muerte que a la vidatu estilo narrativo es jodidamente raro en un país cuya literatura ha estado centrada en la idea de la deuda, la venganza, la superación de supuestos traumas nacionales y demás espacios comunes de la edificante narrativa con conciencia nacional que tanto se ha practicado en el territorio de las letras peninsulares en el último siglo… A veces me pregunto cómo has logrado que te publiquen lo que escribes, pero eso ya es otra historia. Yo también me lo pregunto, no creas…

16. El novelista gonzo Robert Juan-Cantavella me hizo feliz al incluir PVD en un artículo sobre drogas y literatura (con Burroughs actuando de gran gurú iniciático) publicado en una “revista de tetas” y no de “letras” como Primera Línea. Es un estupendo sitio para hablar de la novela en estos jocosos términos: “desde hace unos meses existe otro lugar parecido en Rhode Island, EEUU, concretamente en la ciudad de Providence. Allí, si tienes la suerte o la desgracia de dar con el director español de cine Álex Franco, quizá te dé a probar un poquito de Blue Moon. Tal como se describe en el libro que se ha inventado la Blue Moon (Providence, Juan Francisco Ferré, Anagrama, 2009), se trata de una droga con múltiples ventajas. La primera es que es gratis, simplemente aparece ante ti como las pócimas mágicas de ciertos videojuegos. La segunda es que te mete en un lugar extraño y desquiciado que funciona precisamente como un videojuego, o que consiste en una película, o que acaba siendo una novela…o todo a la vez. Si tomas Blue Moon te darás cuenta de que H. P. Lovecraft era un asesino en serie, follarás con tanta gente que perderás la cuenta, te violará un atajo de supremacistas blancos ataviados con equipajes de fútbol americano…Iba a decir que de ti depende pero no, en Providence no todo depende de ti”.

17. En este mismo sentido, la última anécdota, sin embargo, es la más jugosa y enjundiosa. Me pasó en un club de lectura donde me enfrenté a una veintena de lectores de PVD, todos encantadores. La mayoría eran mujeres. La mayoría, a pesar de la perplejidad en que la novela las había sumido y consumido durante semanas, se mostraban encantadas con Álex Franco. No entendían las acusaciones de misoginia. Álex no era para ellas un depredador sexual, ni un conquistador barato, sino un amante delicado y experto, un seductor galante, un cómplice libertino, un buen compañero de juegos eróticos, en suma. El protagonismo femenino de la novela tampoco se les escapó. Una de esas lectoras entusiastas, en particular, había apreciado muy en especial ciertas técnicas amatorias exhibidas por Álex en los momentos climáticos. Sentí decepcionarla. Yo no era, desde luego, Álex Franco. Ventajas de los personajes sobre sus autores. En cualquier caso, para evitar más colusiones de este tipo, no descarto resucitarlo y concederle una segunda oportunidad sobre la tierra…

PD: En el nuevo libro de Zizek, Living in the End Times se especula sobre lo que el filósofo esloveno llama el tecno-apocalipsis digital como solución fantástica a la imposibilidad de imaginar una alternativa creíble al capitalismo, una suerte de final sucedáneo, y, en particular, postula la “inversión temporal” (“la descripción simbólica precede al hecho que describe”) propiciada por un estado de cosas tan revuelto o turbulento, tan desesperado a la vez, como el de nuestro tiempo. La idea de que se pueda anticipar mediante la escritura la “historia del futuro, detectando en el presente el potencial de horrores por venir”. En cierto modo, las últimas sesenta páginas de PVD anticipan, de modo sarcástico, mucho de lo descrito por Zizek en esa parte de su ensayo. Lo que demostraría el error en que incurren quienes reprochan a la novela, por su mismo exceso narrativo, una supuesta invalidez política o ética. Como repite Shaviro en su nuevo, imprescindible libro, Post-Cinematic Affect: la validez estética de una obra arriesgada o radical no admite una fácil traducción política. Por fortuna, me permito añadir. En este sentido, prosiguiendo con el espíritu festivo de la novela, no pude reírme más el otro día al descubrir en la red la existencia de una compañía de videojuegos llamada DELPHINE SOFTWARE, responsable entre otros del videojuego Les voyageurs du temps. Y es que en PVD, como saben sus mejores lectores, todo lo que no es sincronicidad es plagio. Playgiarism

martes, 16 de noviembre de 2010

DON DRAPER ES FAN DE BERLANGA


Los imbéciles siguen denunciando este blog por razones inexplicables. (¿Tanto me odian? ¿Tan peligroso y ofensivo resulto para según qué intereses, prejuicios o creencias?) Y Blogger, mi anfitriona cibernética, sigue, desde California, estrujándose en vano el cerebro artificial en busca de los motivos, espurios, las razones, disparatadas, arbitrarias, de tales denuncias, de tales demandas de cierre hechas o por cretinos o por tarados o por una perversa combinación de ambos tipos de energúmenos patológicos. Mientras tanto, mi vida sigue con la misma alegría y desparpajo, o quizá más, y confieso que me lo he pasado muy bien en el Festival Eñe, un acontecimiento literario sencillamente maravilloso, en compañía de estupendos amigos, viejos y nuevos. Fui allí para hablar de mi teleserie favorita, Mad Men, y practicar de paso las artes de la ventriloquía o el exorcismo para extraer del alma de Don Draper, su carismático protagonista, una confesión en toda regla que supusiera también, al final, un juicio irónico a la publicidad y el capitalismo. (Un beso grande para mi querida Gabriela Wiener, cronista excepcional del evento en su blog.) Y me entero al acabar, con tristeza infinita, de la muerte de Luis García Berlanga, autor de un puñado de películas que le dan al cine español una altura y una dignidad artísticas que no siempre alcanza. Sólo (sic) por El verdugo y Tamaño natural ya se encuentra para mí entre los grandes. Recuerdo con placer la única vez que hablamos. Fue por teléfono. Una larga conversación. A comienzos de 2004. Le había enviado mi I love you Sade, por recomendación de Luis Alberto de Cuenca, que era fan del libro. Y le había encantado la historia novelesca del arquitecto visionario sueco Erik Svenson y su mansión para jovencitas descarriadas y su afrodisíaca colección de obras de arte y demás curiosidades sexuales. A tal punto había gustado mi caprichoso artificio narrativo al gran erotómano Berlanga, según me dijo, que se habría planteado, de ser más joven, la posibilidad de adaptarlo al cine. Me pareció alucinante. Me ofreció también, por considerarme la persona idónea para semejante tarea, ayudarle a clasificar su impresionante colección de objetos y obras eróticas. Me honró la propuesta, sin duda, pero por diversas razones no acerté a dar el paso definitivo para aceptarla y Berlanga acabó cediéndola, unos años después, a alguna institución matritense de cuyo nombre no puedo acordarme. Como al final de En busca del arca perdida, imagino ahora esa inclasificable colección de fetiches y exvotos íntimos engendrando polvo y más polvo (no precisamente enamorado) en algún sórdido sótano sólo (sic) apto para funcionarios del espíritu y perdiendo el lustre, la vitalidad y frescura, esa pátina pasional o pulsional que el uso reiterado del maestro les había proporcionado con los años. La otra vida, con Berlanga, ya no será igual de aburrida. Qué suerte tienen a veces los muertos…

domingo, 7 de noviembre de 2010

UNA LITERATURA CON CUERPO DE MATRIOSKA


Entrevista en Revista DOSSIER

Montevideo (Uruguay), Julio-Agosto 2010

DANIEL VIGLIONE[i]


Qué relación puede existir entre una novela de más de 500 páginas y las tradicionales muñecas rusas: ninguna o muchas. En el caso de Providence, la nueva obra de Juan Francisco Ferré, la respuesta es la segunda, dado que el malagueño construyó un texto en el que convive la literatura, el cine, el videojuego, internet, el reverso del american way of life y el terrorismo post 11-S. De todo esto Ferré habló con Dossier desde Estados Unidos, donde el Finalista del Premio Herralde de Novela 2009 tiene su morada para ver y criticar el mundo.

En enero de este año, en la página 9 de Babelia, el suplemento cultural del diario El País de Madrid, el escritor e intelectual catalán Juan Goytisolo definió a Providence como una novela ideal para quienes conciben la lectura como una incursión en lo desconocido, señalando que lo escrito por Juan Francisco Ferré es “todo a la vez real e inverosímil”, constituyendo para el lector un viaje que lo llevará “imperceptiblemente a un alucinante universo virtual”. Tratar de resumir la novela de Ferré sería –como bien escribió Goytisolo-traicionarla, porque en ella hay un sinnúmero de novelas, cada una más sorprende y original que la otra. Es decir, a lo largo de más de 500 páginas, el escritor malagueño se despacha con todo tipo de situaciones y personajes, pero fundamentalmente con un tópico común que no es otro que el de una conspiración global para imponer el mundo virtual al mundo real. Para entender este complejo universo creado por el finalista del Premio Herralde de Novela 2009, Dossier dialogó telefónicamente con Ferré, quien en plena noche, en su despacho de Rochambeau House, la sede del Departamento de Estudios Hispánicos de Brown -un antiguo palacete afrancesado situado en las colinas de Providence, Rhode Island-, contestó cada una de las preguntas con suma calma, como si en ese sitio se moviera con placer y sobre todo con discreción, para no despertar a los caprichosos fantasmas que lo pueblan desde hace siglos, no todos de profesores ni de alumnos. “Te pedí que fuera a esta hora porque ya no se oyen cuervos, como durante toda la tarde, aunque el frío intenso que comienza a filtrarse por las paredes parece tener la intención de expulsarme de aquí, como si otras presencias estuvieran preparándose en el silencio erudito para cuando yo abandone el edificio”.

La crítica lo señala a usted como el autor más destacado de la generación Nocilla. ¿Cómo se siente con esa etiqueta? ¿Está de acuerdo en ser parte de una lista de escritores cuyas características son la fragmentación, la interdisciplinaridad y el inconformismo?

Tendría que preguntarle a mi abogado antes de responder a esta pregunta, puede que implique asuntos legales imperceptibles a primera vista. Como te puedes imaginar, las clasificaciones de la crítica me suelen preocupar poco. La generación de la que hablas es un grupo de escritores que lo único que ha pretendido es hacer las cosas de otro modo a como en general se venían haciendo en la narrativa española reciente.

Pero eso tiene algo de inconformista.

Desde luego, pero no creo que eso pueda limitarse a las características que señalas, ni mucho menos a establecer supuestos liderazgos dentro de ella.

¿Cuál fue el punto de partida de Providence, qué imagen da las muchas que tiene la novela, que se traslada de espacios reales a espacios virtuales, fue el disparador del texto? ¿La obra surgió de alguna experiencia autobiográfica?

Ahora mismo, como te he dicho, estoy en Brown, investigando y dando clases. Lo autobiográfico se entremezcla en la novela con lo virtual de tal modo que es imposible para mí, hoy por hoy, saber qué es real y qué no en lo que cuento en ella. A veces tengo la sensación de haberlo vivido todo, otras de haberlo soñado y otras aún de habérselo oído contar a alguien de cuyo nombre no quiero o no puedo acordarme por más que lo intente. En este sentido, es complejo responder a cuánto hay de vivido y cuánto de imaginado en una novela como ésta donde las fantasías de los personajes son determinantes en sus experiencias reales y éstas para serlo con más intensidad adoptan la máscara de la fantasía. En este sentido, no sabría decirte quién ha escrito de verdad esta novela.

La estructura de Providence da cuenta de que estamos ante una obra del siglo XXI, porque en la misma se muestra a Internet como una herramienta que modifica la percepción de lo real y lo virtual. ¿Coincide con esta idea? ¿La red de redes altera la comprensión de nuestro entorno cotidiano? ¿Cree que un escritor contemporáneo tiene que estar atento a la tecnología o no?

No es que un escritor contemporáneo tenga que estar atento, vive rodeado e inmerso en la tecnología, de lo contrario no podría ser escritor. La idea de que el escritor pueda vivir al margen de lo que acontece en el contexto social me es perfectamente extraña. El escritor, como cualquier otro artista, se encuentra plenamente implicado en los mismos procesos que sus congéneres, le gusten o no las nuevas tecnologías. La única diferencia es que puede hacer con ello algo distinto. Puede, si quiere, apropiarse de los mecanismos y los recursos que le rodean y jugar con ellos con objeto de mostrar su contingencia, su insignificancia o su influencia nefasta en los modos de vida o de pensamiento de los otros y de él mismo. El siglo XXI, por si fuera poco, obliga al escritor a estar atento a otros formatos y soportes aparte del literario, a tenerlos en cuenta también como creador y no sólo como usuario. Pienso en internet, pero también en el cine o los videojuegos, fundamentales en la trama de esta novela hecha de pantallas más que de páginas…

A propósito de esto, todo en Providence parece estar enmarcado en una idea dominante: el escepticismo sobre la realidad. Sin embargo, los puntos más fuertes de la novela son justamente cuando la realidad no es interpelada sino que es analizada en directo, podríamos decir que en estado puro, sin velos ni lentes tridimensionales. ¿Qué metáfora hay de fondo en estas dos miradas tan disímiles?

En efecto, la presencia de lo real en la novela es un recurso para evitar caer en lo que más detesto: la vaguedad, la abstracción…la indefinición incluso. La trama ocurre en un mundo determinado, concreto, y ese mundo debe trasladarse con todas las consecuencias al interior de la ficción con el fin de dar credibilidad física, material, a la inverosimilitud constante en que se mueve el narrador y protagonista durante toda la novela. Como recordarás, en la ficción interviene una droga sintética, el Blue Moon, cuyo efecto es potenciar hasta extremos insospechados la percepción de la realidad y no diluirla en alucinaciones inanes. Sumir a su consumidor en una realidad aún más viva y absorbente y no sacarlo de ella. Esto, en cierto modo, es lo que me gustaría que mi literatura causara en el lector.

Pero la novela se presta para varias lecturas políticas: por un lado está el 11-S, por otro el destape de viejos racismos y por último la crítica hacia lo que es el american way of life. ¿Cómo encaja todo esto en una historia que, según usted, lo que ha intentado es acabar con los límites en los que se ha movido la novela española en los últimos años? ¿Tiene algo que ver que usted actualmente viva en Estados Unidos y pose su mirada crítica hacia ambos lados, España y Estados Unidos?

Lo que llamas lectura política está indesligablemente unido a la ficción, con lo que no me gustaría arruinar ésta incidiendo en exceso en los detalles de aquélla. Es decir, en cualquier caso, la novela se ambienta en una América posterior al acontecimiento traumático más importante de lo que va de siglo y esto me interesaba ya desde hace años. Si quieres hay una coherencia en haber tratado ciertas cuestiones relativas a la violencia terrorista y su papel en los medios a un nivel más local y polémico, como en mi novela anterior La fiesta del asno, y hacerlo ahora a nivel más internacional, con una novela que se postula inserta sin complejos en la cultura de la globalización, que es, sobre todo, la de la cultura de masas. En este sentido, aunque la trama suceda entre Europa y América, el mundo de la novela es el de referencias de cualquier ciudadano de la megalópolis del siglo XXI, de cualquier ciudadano inmerso en esta sociedad de consumo.

¿Cómo se para usted, dentro de esta crítica a la sociedad de consumo, sabiendo que su nombre y su obra son también parte de esa mercadería que deglute la sociedad?

Es inevitable. La única diferencia es que mi trabajo creativo no va en las líneas dictadas por el mercado, se incorpora a él ofreciendo toda clase de resistencias y dificultades, contraviniendo los valores dominantes en la industria cultural y subvirtiendo los modelos narrativos propugnados por el sistema. Es en este sentido en que aunque parezco ceder a los imperativos del mercado, al aceptar la comercialización de mi nombre y de mi obra, también puedo invertir la narrativa y decir que mi novela se impone al mercado y éste cede a su presión y la acepta sin demasiados reparos. El que sale ganando es el lector inteligente, que ahora junto a tanto producto anodino podrá encontrar en las librerías una novela que no insulta su inteligencia. ¿Qué más se puede pedir, tal y como están las cosas?

Todas las manifestaciones artísticas contemporáneas, como el cine, la televisión, internet e incluso la utopía cultural estadounidense tienen su lugar en la novela. ¿Por qué tuvo la necesidad de meter todo esto en la misma novela? ¿No pensó en que podía haber una saturación o ésa es la idea: saturar?

La idea es ser tan excesivo como el mundo que me rodea. Por otra parte, como temperamento barroco, siempre me he sentido atraído por el exceso, la profusión y la saturación en todos los ámbitos y no sólo en el de la creación. Soy un maximalista refinado que prefiere mucho bueno antes que poco de lo mismo, por bueno que sea. Recuerda que el autor que dijo aquello que tantos repiten como un eslogan sin entenderlo del todo, “lo bueno si breve, dos veces bueno”, no se intimidó a la hora de escribir una novela tan voluminosa como El Criticón. Paradojas del conceptismo, cuanto más quieres meter en el menor espacio, más acabas dilatando éste sin darte cuenta para evitar la confusión, la apretura y la asfixia. Dar espacio es también una cuestión de economía: mi novela como película costaría una millonada, mientras que como ficción literaria sale muy barata. Así que entiendo la literatura como un lujo al alcance de todos.

¿Por qué Álex Franco, el protagonista de Providence, tiene una visión tan perversa de Hollywood?

Porque lo entiende como un gigantesco artificio puesto al servicio de nuestra intrascendencia como especie animal. Una celebración genial de nuestra frivolidad e inanidad y una exhibición desmedida del insaciable instinto humano por el espectáculo, la mitología y la seducción. Por otra parte, mi personaje es un sofista intelectual y se niega a aceptar las versiones convencionales sobre la historia del cine. La idea misma de historia le produce alergia tratándose de un arte como el cine que vive con y de las modas y su tiempo ha de ser, por tanto, el presente más intempestivo.

¿Qué es para usted la pornografía, más allá del género cinematográfico?

Es la dimensión más vulgar de la existencia, trasladada a un formato tecnológico que permite transformarlo en industria y consumirlo por millones de espectadores en todo el mundo como sucedáneo de sus múltiples insatisfacciones y traumas en la materia. Es el grado cero de las relaciones humanas, si lo prefieres, reducidas a la genitalidad pura y el enunciado de groserías banales como coartada. La eclosión del porno en Internet es una prueba de que nuestra maravillosa inmadurez sexual, sin pontificar lo más mínimo, pervivirá incluso cuando las máquinas inteligentes dominen la tierra con sus políticas asexuadas de racionalidad y eficiencia. El postporno, que me interesa mucho más, incorpora la dimensión política, la conciencia cultural y de género, a unos escenarios donde los cuerpos son los protagonistas absolutos en un escenario diseñado para potenciar al máximo sus posibilidades. Escenarios espectaculares que yo he denominado el “auto sacramental” de nuestro tiempo, tal es el grado de revelación palpable de la carne y la dimensión corporal que encierran.

¿La presencia de Lovecraft significa algún guiño en particular? Es decir, ¿por qué Lovecraft y no otro autor y por qué Providence y no otra ciudad?

La ecuación es simple. Lovecraft describe el horror como nadie. En esta novela el horror adquiere rostro contemporáneo y era bueno relacionarlo con el pasado de un país y de una cultura, ejemplo del puritanismo, el capitalismo, etcétera. Ahí está Lovecraft otra vez. Y la Providencia, esa deidad que algunos asocian hoy con el mercado, vio alzarse templos en su nombre en estas colinas de la ciudad a la que dio nombre. Providence se transforma en la novela en una “hiperciudad”, una ciudad de ciudades americanas, y de ese modo lo que sucede en sus calles y edificios adquiere una resonancia mucho más vasta. Durante mucho tiempo, se ha creído que la Providencia era una garantía de una narrativa lineal, causal, teleológica, para la vida, para el arte, para la religión, para la política. Ese mesianismo ideológico se deconstruye en este laberinto narrativo jugando con bifurcaciones borgianas, tecnología de última generación y versiones alternativas de la realidad. Lo que habría que preguntarse, en suma, como hago indirectamente en la novela, es por qué los sueños de trascendencia de la materia del puritano están a punto de realizarse gracias a la tecnología más avanzada.

Usted dijo que en el fondo lo que hizo fue escribir “una novela sobre la libertad del artista en el siglo XXI. De ahí la ironía y el pesimismo…”. ¿Podría ampliar un poco esta idea?

Álex Franco, el cineasta protagonista de la novela, es un paradigma de artista de nuestro tiempo. Dividido entre venderse a la industria o empeñarse en llevar a cabo un proyecto personal. En esta medida, su caso me parece sintomático de los problemas a los que se enfrenta un artista que se sienta condicionado por el mercado y al mismo tiempo no desista de crear en libertad. El pesimismo de la novela lo señala el hecho de que Franco pacta con demasiados poderes, incluido alguno que no parece de este mundo, que acaban usándolo en su provecho con tal de no abandonar la posibilidad de crear una obra que esté a la altura de sus expectativas. Todo esto debería concernir a todos los artistas y escritores que no profesan una visión hipócrita ni interesada respecto del estado de cosas.

Suele decirse que los payasos tapan su tristeza con su maquillaje bufón. En este sentido, en Providence parece estar diciéndose que Estados Unidos oculta el horror de idiosincrasia a través del glamour y el consumo. ¿Esto es así, buscó mostrar ese revés del espejo? Y en la misma línea, ¿para qué le sirvió a usted escribir la novela? ¿Qué fantasmas u obsesiones pudo exorcizar?

En parte sí. Este país es demasiado vasto y complejo, sin embargo, y ese juicio vale para sólo algunos aspectos fundamentales de esa realidad. No suelo entender el arte como terapia ni como catarsis, más bien al contrario. De modo que no se trataba de exorcizar mis demonios, si es que los tengo o me tienen ellos a mí cogido por alguna parte, sino de ofrecer al lector un modelo narrativo del mundo en el que vive mediatizado por el humor y la imaginación. En cierto modo, es una propuesta de relación con ese mundo con el fin de abandonar toda forma de pensamiento que se funde en la tristeza, la mediocridad o el abatimiento moral. A través del exceso y la broma, la desmesura y la ironía, quizá sea posible neutralizar el influjo de todo lo que nos disgusta en el mundo y en la vida. Y eso es lo que he tratado de mostrar, modestamente, en esta novela que hasta a mí se me escapa de las manos como una criatura resbaladiza, demasiado sutil como para ceñirla a unas ideas preconcebidas.


[i]Daniel Viglione. Escritor y periodista. Colabora en la Revista Ñ de Clarín (Argentina), revista Etcétera (México), revista Carátula (Nicaragua), El País Cultural de El País, semanario Brecha y diario El Observador. Publicó el libro Álbum de lluvias (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1995). Primer Premio Nacional de Poesía.