miércoles, 21 de octubre de 2020

SUMISIÓN


[Publicado ayer en medios de Vocento]

             Nadie te protege, no te engañes. Ni los poderes del Estado ni tus compañeros o vecinos. Como se te ocurra actuar con libertad, te cae la maldición. Rushdie la padeció en sus carnes. Y ahora este profesor francés, Samuel Paty, ha perdido literalmente la cabeza por usarla con lucidez para expresar sus opiniones en un aula escolar. Una clase donde estudiantes musulmanes escuchaban con odio el discurso democrático que salía de su boca. Lo denunciaron a sus padres y, como pasa cuando la tribu teocrática dicta la sentencia de muerte, apareció enseguida el carnicero para ejecutarla con la crueldad de que son capaces los sectarios del dios único. Los enemigos de la libertad de pensamiento. Y la corrección política, sin embargo, predomina en los mensajes oficiales de condena del atentado. Es un acto de extremismo radical, tuitean los tibios para no ofender. No dirán más por cobardía. Típico de una época mojigata.
         Este crimen se comete por causa de una religión intolerante y la comunidad que la profesa como agresiva seña de identidad. No valen ahora argumentos atenuantes sobre la difícil condición del inmigrante. Hace tiempo que ciertos cenáculos intelectuales perdieron la orientación y comenzaron a culpar a su propia cultura, laica, ilustrada, liberal, y a disculpar las aberraciones ajenas. Ese complejo multicultural está haciendo mucho daño político y hará pronto insoportable la convivencia social. Espero que los docentes tomen buena nota de lo acontecido y conviertan las clases en insolente expresión de libertad en contra de los verdugos. La armonía de las tres culturas del libro es un mito progre. Esas tres religiones son las que más sangre derramaron en la historia, antes del nazismo y el estalinismo, en nombre de su dichoso texto sagrado. Ahora que está bajo control el potencial destructivo de cristianos y judíos, solo el islam invoca aún la guerra santa como exterminio del descreído.
           Escribo desde la indignación y la rabia, desde luego, y las echo a faltar en lo que otros están diciendo y en la reacción sentimental de siempre. Ganan el estupor y el miedo colectivos. El miedo al dedo acusador de la corrección política y al cuchillo sanguinario de los yihadistas. El gesto crítico te podría costar la cabeza, te dicen los que te quieren para refrenarte. Para qué sirve una cabeza, digo yo, si no se mantiene erguida contra los enemigos de la inteligencia. Estos fanáticos, amenazando con decapitarnos, solo pretenden que agachemos la cabeza en señal de sumisión.

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