viernes, 29 de septiembre de 2023

EL MÉTODO HOUELLEBECQ


[Michel Houellebecq, Más intervenciones, Anagrama, trad.: Encarna Castejón 2023, pág. 390] 

La aparición en español de Unos meses de mi vida reabre el debate sobre la figura de Michel Houellebecq. Para completar el conocimiento de este novelista singular, nada mejor que revisar los principales argumentos que sostiene en este otro libro anterior, una excelente serie de artículos y entrevistas, reeditado ahora con nuevos textos, donde enuncia un ideario sistemático que supera las lindes del género y se adentra sin complejos en la reflexión más acerada sobre el mundo terminal en que vivimos. Desgranaré a continuación algunas de las ideas que articulan el programa intelectual e ideológico de Houellebecq, sin olvidar que en todo verdadero novelista, como sostenía Kundera, las teorías son solo un punto de partida, un detonante creativo que el discurso de la novela no hará sino contradecir, relativizar o amplificar. Vayamos, pues, con los fundamentos del método Houellebecq.

En primer lugar, la importancia del arte en su diálogo con los procesos del mundo contemporáneo. Que un novelista de esta categoría reconozca no solo su gusto por visitar exposiciones, o sus relaciones más o menos temperamentales con artistas de su tiempo, sino la profunda huella dejada por el arte y la sintonía o afinidad de sus experiencias estéticas es algo que debería obligarnos a la reflexión inmediata sobre los límites espurios que se imponen hoy, por razones comerciales, a la literatura. Con esta actitud, además, marca una diferencia con muchos colegas cuyo mundo de referencias se limita al dominio literario o, a lo sumo, al audiovisual. Dice Houellebecq: “el arte contemporáneo me deprime; pero me doy cuenta de que representa, con mucho, el mejor comentario reciente sobre el estado de cosas”.

En segundo lugar, la importancia de la teoría, la atención preferente a los discursos extraliterarios.  En especial la ciencia y la tecnología y su proyección en la vida cotidiana y en la mentalidad de los habitantes del siglo XXI, como se evidencia en dos de sus grandes novelas, Las partículas elementales y La posibilidad de una isla. Dice Houellebecq, respondiendo a los detractores de la injerencia de la teoría en la narrativa: “[n]o hay que vacilar en ser teórico, hay que atacar en todos los frentes. La sobredosis de teoría produce un extraño dinamismo”. Y una extraña excitación, podría añadirse, que opera en la mente del lector con efecto estupefaciente. En este sentido, Houellebecq adopta una posición híbrida, de contaminación del lenguaje de la ciencia y los motivos derivados de esta y, al mismo tiempo, de absoluta inmersión de estos materiales impuros, por así decir, en un contexto de ficción apenas condescendiente con los límites señalados por la razón o la lógica convencionales.

En tercer lugar, su comprensión activa de la literatura, sosteniendo una concepción de sus posibilidades creativas nada ensimismada sino muy atenta a los desafíos culturales, vitales e intelectuales de su época. Dice Houellebecq: “[l]a idea de una historia literaria separada de la historia humana general me parece muy poco operativa”. De hecho, uno de los rasgos más acusados que hacen de Houellebecq desde sus comienzos un novelista diferente, a quien sería deshonesto juzgar solo por el sesgo reaccionario de algunos de sus juicios, es su alejamiento de la fetichización del lenguaje. Como poeta, Houellebecq sabe que la mitificación o sacralización de este es uno de los males a combatir para arribar a lo que denomina la “escritura” novelística por oposición a las ideas restringidas de “estilo” o “trama”, aún dominantes en el académico medio literario.

En cuarto lugar, una genuina visión pesimista, asumiendo en su discurso todo lo negativo del mundo. Nada puede agradecer más un lector exigente que encontrarse con un novelista iconoclasta e intempestivo como este que sabe juzgar su tiempo con ironía subversiva, sentido autocrítico, agudeza empírica y contundencia cáustica, y no con el lote de banalidades, lugares comunes y cursilería moral e intelectual tan frecuente entre los figurones mediáticos de la cultura, la sociedad y la política. Houellebecq se opone a los programas de erradicación del mal que rigen las decisiones políticas del poder en la actualidad: “[e]s un proyecto que se sostiene. Una humanidad indiferenciada, plana. Solo que intentan crearla mediante la castración, mediante la obligación, y así no puede funcionar”. Y justifica, como denunciaba su última novela (Aniquilación), la objeción de conciencia a las múltiples prohibiciones y actitudes puritanas vigentes en nuestras sociedades: “[n]o sé lo que puede ser la humanidad, pero en el momento presente han impuesto normas excesivas sin aportar a cambio satisfacciones reales”.

En suma, como muestra este elocuente compendio, Houellebecq es un novelista muy bien formado e informado, un novelista que ha hecho de la sobredosis de información y la inteligencia del mundo contemporáneo sus principales fuentes de inspiración creativa. 

viernes, 15 de septiembre de 2023

ECCE HOMO


 [Michel Houellebecq, Unos meses de mi vida, Anagrama, trad.: Jaime Zulaika, 2023, págs. 117] 

      He aquí al hombre houellebecquiano, he aquí a Houellebecq. He aquí la sórdida existencia del hombre del espectáculo, amenazado por todas partes con convertirse en un puro pelele al servicio de la banalidad capitalista. En este libro está todo lo que cualquier lector querría saber sobre la verdadera personalidad del escritor europeo más representativo, el escritor que es un síntoma de los males occidentales más acusados. El hecho de que ahora Houellebecq se haya puesto en escena a sí mismo, enfrentado a dos de los fantasmas (el islam y el porno) que asedian a la conciencia cultural contemporánea, no deja de ser un aliciente mayor para leer el libro como un autoanálisis honesto y un retrato al desnudo de sus gustos, tendencias, debilidades y manías. El hombre Houellebecq, después de este inteligente libro, se transfigura en personaje del Houellebecq novelista.

El primer asunto que lo mueve a escribir es la polémica desatada con ciertas autoridades islámicas francesas tras sus declaraciones en una conversación, infame y famosa a la vez, que mantuvo con Michel Onfray en la revista “Front Populaire”. En dicha conversación, Houellebecq deslizaba dos ideas peligrosas: una, que la población musulmana era intrínsecamente delictiva y violenta, y dos, que los franceses de ciertos barrios multirraciales un día se hartarían de la situación y tomarían las armas contra los habitantes que les imponían la ley islámica. La rectificación de Houellebecq resulta ingenua, en el fondo, pero es también lo bastante razonable como para disipar la tentación de adscribirlo a la ultraderecha o de tildarlo de racista y xenófobo. La polémica más amarga para Houellebecq es que Onfray, al parecer, no quiso publicar sus aclaraciones para no perder los beneficios que la revista estaba recibiendo con el escándalo. En cualquier caso, el horizonte de una “guerra civil” posible en la sociedad francesa, entre la población autóctona y la de origen inmigrante, no es una hipótesis que Houellebecq descarte del todo, simplemente la posterga en el tiempo para hacerla menos acuciante.

El segundo asunto es el de la famosa “peli porno de Houellebecq”, como se la conoce en las redes sociales desde comienzos de año. Este problema afecta menos al contexto social, a pesar de sus vinculaciones con internet y la exposición de la vida privada en dichas redes, que a la ingenuidad mayúscula, o el cinismo solapado, nunca se sabe, de un escritor como Houellebecq, que se deja atrapar por vanidad en la trampa tendida por un artista neerlandés de escasa reputación y una banda de chicas descerebradas a sus órdenes, como en el clan de los Manson, dispuestas a copular con la celebridad literaria para aumentar sus turbios negocios en webs porno de internet.

     Si en la matización sobre la presunta islamofobia de sus opiniones los argumentos parecían sinceros, en el análisis de su implicación en la filmación de sus dos encuentros sexuales con esta pandilla animalizada, uno en París y otro en Ámsterdam, las reflexiones abordan cuestiones íntimas de la personalidad de Houellebecq que nunca se habían mostrado con tanta crudeza. Su afición al porno amateur, su deseo de inmortalizar el amor hacia su mujer con la grabación de sus actos eróticos, a ser posible con la intervención de una segunda mujer que complete el cuadro de placeres y delicias, etc. El juicio posterior, como estrategia publicitaria para ambas partes, no es sino otro nivel del mundo del espectáculo en que el hombre Houellebecq vive instalado para satisfacción del novelista de idéntico nombre. Pase lo que pase al final, dirá el lector que ha entendido el juego, la literatura gana siempre.