[Publicado en medios de Vocento el martes 14 de agosto]
Como las
películas del verano no son gran cosa, más vale fijarse en otras películas que nos
asaltan desde la pantalla de la realidad. Nos guste o no, la “uberización” del
mundo es un fenómeno imparable y la violencia de los taxistas apenas si puede
frenarla. Este nuevo mundo de relaciones necesita nuevas regulaciones acordes.
Mientras tanto seguiremos prisioneros de políticas anticuadas. La doble condición
de lotero y taxista de uno de sus líderes más agresivos me recuerda el pacto laboral
del franquismo con las clases populares. Lotero y taxista es un título
nobiliario digno de ese populismo franquista que Azcona y Berlanga no se cansaron
de denunciar con humor negro. No falsifiquemos nuestro pasado menos ilustre y
así, cuando el cadáver de Franco sea desahuciado de Cuelgamuros, podremos
comenzar a mirar al futuro sin avergonzarnos.
Otra
película de terror actual es la inmigración. La Europa de los mercaderes se blinda
contra la invasión africana y España pretende combatir, aliándose con Francia y
Alemania, la xenofobia de otros socios privilegiados del club. No sé qué bando
ganará, pero los que pierden a diario son toda esa gente desesperada que en
cuanto posa un pie en una playa andaluza sueña con un paraíso de derechos y riquezas
que no existe ni para los nativos. Muchas almas generosas se desgarran por el
drama humano de la inmigración, pero pocos se preguntan por qué la Europa tecnócrata
no evita el expolio que está destruyendo el continente donde nacieron nuestros primeros
ancestros. Europa no supo detener la masacre bosnia y no sabe gestionar la catástrofe
africana en su origen. Cuando hombres, mujeres y niños cruzan las fronteras
pidiendo asilo no se convierten en un problema por querer disputarnos nuestros
privilegios, como dicen los políticos más desalmados. Los inmigrantes ilegales son
un problema porque nos recuerdan nuestra responsabilidad en el desastre en que
vive sumida hoy la población africana.
Estoy
harto de películas biempensantes. Este país padece un mamoneo insostenible y
los inmigrantes ni se lo imaginan. Tener o no tener un grado o un doctorado es
tan irrelevante, en el fondo, que mucha gente lo obtiene por enchufismo. Pero
quien lo obtiene por medios legales tiene serios motivos para sentirse engañado
frente a quienes lo adquieren por la cara o el carné, como los puestos y los cargos
asociados. Me da igual la afiliación, pasa en todos los partidos. Y en la universidad
pública y en instituciones de cuyo nombre prefiero ni acordarme. Apenas hay
diferencias en esto de la corrupción y prevaricación sistémicas, aunque parezca
haberlas en otros asuntos, como la inmigración. Y así nos va en el contexto
global. Como no cambiemos, el exigente porvenir
nos pondrá en muy mal sitio. Conozco algunos remedios caseros. Más estudio, más
méritos, más esfuerzo y, por favor, menos películas.
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