[John
Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Sexto Piso, trad.:
Albino Santos Mosquera, 2017, págs. 339]
Hoy, como entonces, se
cree que nada puede detener a los seres humanos a la hora de rehacerse a sí
mismos y de rehacer el mundo en el que viven según les plazca. Esta fantasía
subyace a muchos aspectos de la cultura contemporánea, por lo que, en tales circunstancias,
lo que necesitamos es un modo de pensar distópico.
-John Gray-
El realismo puede ser una estética dudosa cuando
se habla de cine, literatura o arte en general, pero cuando se trata de
pensamiento, tras las terribles convulsiones sociales, históricas y políticas
del último siglo, es la única forma de garantizar una relación productiva entre
el cerebro humano y la realidad en la que se integra y, sobre todo, de frenar
la tendencia espontánea de la mente a elaborar interpretaciones de la realidad
que supongan fugas fanáticas de esta a través de la creación de mitos de
redención o mixtificaciones nocivas sobre el papel de la especie en el mundo.
Este espléndido libro de Gray, uno de los
grandes analistas del mundo contemporáneo, fue publicado en 2007, cuando el
desastre de la guerra de Irak comenzaba a ser manifiesto y el segundo mandato
de Bush se volvía un espectáculo bochornoso. Y, sobre todo, antes de que
estallara la crisis financiera que aún estamos pagando. Este último aspecto es
decisivo, un decenio después, para poner entre paréntesis el vaticinio de un
futuro más optimista, a pesar de todo, que se realiza en las últimas páginas.
Como lector asiduo de Gray, sin embargo, uno
tiene la sensación de haber leído ya muchos de los argumentos de este libro en
los libros posteriores del autor y, muy en especial, en los últimos publicados La
comisión para la inmortalización, El
silencio de los animales y El
alma de las marionetas. No obstante,
lo que admira de Gray es su capacidad para neutralizar con eficacia en el
discurso de sus libros las críticas ideológicas de izquierda o de derecha. Uno
lo ve empeñado en machacar sin piedad las ilusiones revolucionarias de los
jacobinos franceses, los marxistas-leninistas soviéticos o los maoístas chinos,
con cifras aplastantes de catástrofe masiva y genocidio sistemático, y poco
después, en otro capítulo, lo encuentra triturando, con la misma energía demoledora
y la misma violencia fría de los datos y las ideas desnudadas de su retórica
propagandística, los daños criminales del nazismo germánico y la patológica
voluntad de poder de Hitler y sus cómplices, o el utopismo falazmente democrático
del imperio americano liderado por Bush y sus rapaces neoconservadores tras el
11 de septiembre de 2001.
Y es que Gray, si es un conservador, lo es de
nuevo cuño. Un conservador que refuta la idea humanista e ilustrada de progreso
y la promesa utópica de transformación del mundo, religiosa o laica, como las armas
de destrucción más devastadoras concebidas por el hombre. Ese programa totalitario
y esa promesa peligrosa afectan por igual a todos los idearios que se han disputado
el poder en el escenario de la historia de los dos últimos siglos: anarquistas,
comunistas, fascistas (cristianos o islámicos), pero también los gobernantes
occidentales que han pretendido expandir la democracia por el mundo con la
fuerza bruta de la persuasión militar y económica.
Gray no escatima argumentos para probar su
tesis, disecciona teorías y discursos, analiza hechos significativos,
personalidades carismáticas, ficciones y perversiones de la historia sangrienta
del siglo XX, hasta alcanzar la conclusión irrebatible de que el antídoto más
contundente contra los excesos de la sinrazón utópica es el pensamiento
realista. El pensamiento realista, como Gray reconoce, tiene la virtud de ser
maquiavélico en su comprensión de los influyentes mecanismos del poder político
y el único defecto de ser impopular. Ya se sabe que el ser humano no se
caracteriza, precisamente, por afrontar sin filtros imaginarios la verdad que
emana del análisis desapasionado de la realidad. De ahí quizá, siendo Gray un
ateo reconocido, el papel paradójico que atribuye a la religión en la vida de
la gente. Una vía mental hacia la ilusión de que más allá de la mezquina
realidad tal vez exista un mundo espiritual asequible y un vínculo comunitario
gratificante.
Lo más
original del pensamiento realista propugnado por Gray es, sin embargo, su
asociación con la visión distópica del mundo procedente de escritores como
Wells, Huxley, Orwell o Zamiatin, entre los modernos, y Dick, Nabokov, Burroughs
o Ballard, entre los posmodernos. De hecho, la situación actual representa, con
la matanza de Siria y el terrorismo del Isis como nuevos agentes impulsores, la
consumación del pensamiento de Gray sobre el milenarismo del terror y el mito
del apocalipsis occidental.
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