[Horacio Muñoz Fernández, Posnarrativo. El cine más allá de la narración, Shangrila, 2017, págs.
36]
Muchos creerán antes de leer este libro que son
las series de televisión las que han empujado al cine más allá de la narración.
O que el cine creativo, al abandonar la función prioritaria de la fabulación,
ha permitido que las series se conviertan en el formato narrativo dominante en
esta segunda década del siglo veintiuno. Nada más alejado de la verdad.
La complejidad del cine contemporáneo responde en
exclusiva a sus propias exigencias artísticas y comerciales, a sus medios de
producción y a sus infraestructuras de distribución y exhibición. Siempre ha
existido un cine que ponía entre paréntesis la necesidad de la narración como
fundamento de su creación y ponía el foco, más bien, en las dislocaciones del
montaje, los juegos angulares, las perspectivas aberrantes sobre la realidad y
la experimentación con las imágenes.
El cine, en este sentido, nunca ha sido una
forma artística única. Junto al cine comercial y mayoritario siempre ha habido
experiencias creativas minoritarias. Hasta aquí nada nuevo. Con el advenimiento
de la era digital y la renovación del arsenal de recursos y tecnologías para
producir películas, se han liberado muchos mecanismos antaño controlados por la
industria que han supuesto la aparición de un contingente importante de
prácticas cinematográficas y nuevas formas de circulación y consumo.
Esta rigurosa monografía examina esta evolución
del cine a la luz de tres categorías principales que habrían producido la superación
de lo narrativo: el espacio, el tiempo y el cuerpo. O lo que es lo mismo, el
viaje a la inmanencia de las sensaciones, la duración y la fisicidad tangible emprendido
por la cámara para permanecer apegada a las vivencias crudas de un cuerpo
transformado en sensibilidad extrema. El gesto de ir más allá de lo narrativo
no supone, por tanto, solo una refutación de los conceptos clásicos de historia
y personajes, ni una recaída en el formalismo o la abstracción vanguardista,
sino una tentativa de construcción fílmica de una experiencia sensorial y
afectiva más próxima a lo real, tanto para los realizadores de la película como
para quienes asisten a su proyección, en cualquier espacio donde esta tenga
lugar.
Una de las tesis más interesantes de Muñoz
Fernández es, precisamente, que la condición necesaria para la aparición de un
cine posnarrativo no es solo la actitud de sus creadores sino la de sus
potenciales espectadores. Ya sea en salas comerciales, festivales, museos,
filmotecas, internet o en televisiones y ordenadores personales, la cinefilia
2.0 es la que abre la posibilidad de un cine nuevo que apela desde todas las
pantallas a todos los espectadores por igual y a ninguno en particular, aunque
se conforme luego con el consumo minoritario habitual.
Los ejes vitales del libro son la percepción del
espacio y del tiempo, el paisaje natural o urbano, que se da en cineastas como Béla
Tarr, Pedro Costa, Lisandro Alonso, Albert Serra, Jia Zhang-ke, Olivier Assayas
o Gus Van Sant, así como la reconfiguración de las relaciones de la cámara con
el cuerpo, con o sin sexo, que se da en cineastas fundamentales del presente
como David Lynch, Bruno Dumont, Tsai Ming-liang, Claire Denis o Philippe
Grandrieux.
Mi única discrepancia seria con el autor reside en su excesiva
valoración del grado de aproximación a la realidad que mantienen estos y otros
grandes directores para considerarlos más o menos avanzados e innovadores.
Hasta el punto de tildar de retaguardia a esa facción del cine, con el gran
Sokurov a la cabeza tras la muerte del genial Raoul
Ruiz, que se refugia en el gabinete fáustico para experimentar con
los artificios técnicos y la alquimia visual de las imágenes.
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