Mi columna de ayer en medios de Vocento.
En el futuro, los humanos vivirán el doble y serán como
dioses.
Todo lo
bueno de la vida se lo debemos al miedo a la muerte. Y todo lo malo al exceso
de buena vida. Pero eso está a punto de cambiar para siempre, me dice mi
psiquiatra sin inmutarse cuando todavía me estoy secando la última lágrima
vertida por Carrie Fisher, la princesa galáctica que vivió la vida de Hollywood
a la velocidad de la luz hasta que Darth Vader vino a llevársela al lado oscuro
de la materia.
Sesenta
años no son nada, me dice mi psiquiatra mirándome de soslayo, pero vividos a
ese ritmo frenético dan, como poco, para escribir varios libros de memorias y quedarse descansando
al acabar en una vistosa urna de Prozac.
Mi
psiquiatra es una mujer muy bien informada. La única razón para visitarla una vez
por semana es mantenerme al día. En nuestra primera sesión del año, me habla de
un libro de moda que ha aprovechado las vacaciones para leer. El exitoso ensayo
se titula “Homo Deus” y lo firma un israelí llamado Harari que tiene todos los
vicios condenados por la Biblia y el Corán y algunos no reconocidos en el
Talmud.
En el
futuro todo será distinto, prosigue impasible. Mientras la vida era corta, los
humanos la malgastaban en bagatelas. A esa actitud despreocupada debemos la
invención de la rueda, el ajedrez, el descubrimiento de América, la Capilla Sixtina,
“El Quijote”, la televisión, el sujetador, “Star Wars” o la Champions. Cuando
los humanos del porvenir vivan el doble, la vida será lo más precioso y no
querrán desperdiciarla ni ponerla en peligro por nada del mundo.
Cambiará
la mentalidad y desaparecerán la prisa y el estrés. Nadie sentirá la angustia
de la falta de tiempo. Cualquier tarea se postergará al límite. Ser un vividor
ocioso será lo natural, del mismo modo que hoy es un heroísmo mal recompensado,
me dice mi psiquiatra con retranca. Nadie podrá ser otra cosa teniendo todo el
tiempo a su disposición. El aburrimiento habrá sido abolido junto con la
diversión. La intensidad de los minutos en fuga será olvidada en favor de una
vivencia serena y desapasionada.
La vida actual
comienza como una carrera de velocidad y a mitad de recorrido, para los que
siguen en pie, se convierte en una prueba de resistencia. En ese dichoso mañana
que la ciencia nos promete, la vida se parecerá a una maratón ralentizada.
Seremos como dioses, sí, pero el tedio de la prórroga interminable puede ser
mortal para los inmortales, excepto para la clase médica, la profesión más lucrativa
del futuro.
Y cuando
estemos de verdad cansados de nosotros mismos, potentes ordenadores se harán
cargo de todo. Ya no tendremos que preocuparnos ni de la supervivencia. Tampoco,
deduzco, de seguir pagando la factura abusiva que mi psiquiatra me presenta cada
mes solo por contarme qué está leyendo.
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