Escrita originalmente
en 2009, esta nota a pie de página de un largo ensayo sobre las políticas de la narrativa española del nuevo siglo, mantiene hoy toda su vigencia, por desgracia…
Es significativo que en
España, por razones difíciles de analizar en una nota a pie de página, cualquier gesto
heroico e idealista se vuelve esperpéntico con facilidad y la única manera de
avanzar o progresar, sin incurrir en errores irreparables, vendría autorizada
por un compromiso impuro con la realidad. De hecho, el rango heroico sólo se
obtiene o alcanza por contraste, combatiendo a los representantes del
esperpento (vgr., Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo enfrentándose a los
asaltantes del Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981).
A las trazas del esperpento
en la historia española corresponderían tanto la dictadura de Franco como todas
las tentativas golpistas conocidas, y a las de la picaresca, entre otras
manifestaciones bien conocidas, los turbios manejos con que se abriría camino
Adolfo Suárez entre la élite franquista y la tibieza monárquica con el fin de
instaurar, a trancas y barrancas, la democracia en un país de tan escasa
tradición democrática como España. Irónicamente, gran parte de lo bueno de que
disfrutamos provendría de la picaresca, y gran parte de lo malo que padecemos o
hemos padecido (excepto las obras de Valle-Inclán y Martín Santos, los grandes
artistas del esperpento en el siglo veinte, el siglo de la toma de conciencia literaria
del problema histórico y la degradación política de la realidad española)
procedería del esperpento normalizado en la administración y la sociedad.
Así que, por extraer el
máximo significado del empleo de estos términos estéticos aplicados a la
historia y la política de este país, la picaresca sirvió para anular, pero no
erradicar, el esperpento. La democracia española es, pues, un puro producto
picaresco: de ahí quizá algunos de sus defectos más notorios, pero también de
sus virtudes más visibles, el pragmatismo a ultranza y la acomodación a una realidad social
donde también rige la picaresca a escala ínfima desde antiguo (como se observa
en la abundancia de casos de corrupción).
En cuanto al esperpento,
reaparece cada vez que puede, inscrito como está en el bastidor del ADN
ibérico: el GAL y su cohorte de los “milagros”, con mercenarios policiales,
ministros y demás ralea participando de la conspiración estatal; los
patriotismos nacionalistas tanto españoles como, tal para cual, periféricos o
regionalistas; la “hazaña” épica de Perejil; la colaboración en la guerra de
Irak; el terrorismo etarra y la inicua opresión social de sus cómplices
batasunos; las conjuras y actitudes en torno al 11-M; el intervencionismo
social de la iglesia católica, la iglesia católica en sí misma y, por supuesto,
las celebraciones y festividades seudopopulares ligadas a su aberrante
calendario; etc.
Quizá el siglo XXI nos
ofrezca la posibilidad de superar, por fin, esta polaridad castradora, aunque
lo dudo. Ir más allá de la picaresca y el esperpento, única tarea que se me
antoja digna a estas alturas de la historia.
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