martes, 22 de septiembre de 2015

ENTRE LA PICARESCA Y EL ESPERPENTO (Nota breve para un largo adiós)



Escrita originalmente en 2009, esta nota a pie de página de un largo ensayo sobre las políticas de la narrativa española del nuevo siglo, mantiene hoy toda su vigencia, por desgracia…

Es significativo que en España, por razones difíciles de analizar en una nota a pie de página, cualquier gesto heroico e idealista se vuelve esperpéntico con facilidad y la única manera de avanzar o progresar, sin incurrir en errores irreparables, vendría autorizada por un compromiso impuro con la realidad. De hecho, el rango heroico sólo se obtiene o alcanza por contraste, combatiendo a los representantes del esperpento (vgr., Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo enfrentándose a los asaltantes del Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981).
A las trazas del esperpento en la historia española corresponderían tanto la dictadura de Franco como todas las tentativas golpistas conocidas, y a las de la picaresca, entre otras manifestaciones bien conocidas, los turbios manejos con que se abriría camino Adolfo Suárez entre la élite franquista y la tibieza monárquica con el fin de instaurar, a trancas y barrancas, la democracia en un país de tan escasa tradición democrática como España. Irónicamente, gran parte de lo bueno de que disfrutamos provendría de la picaresca, y gran parte de lo malo que padecemos o hemos padecido (excepto las obras de Valle-Inclán y Martín Santos, los grandes artistas del esperpento en el siglo veinte, el siglo de la toma de conciencia literaria del problema histórico y la degradación política de la realidad española) procedería del esperpento normalizado en la administración y la sociedad.


Así que, por extraer el máximo significado del empleo de estos términos estéticos aplicados a la historia y la política de este país, la picaresca sirvió para anular, pero no erradicar, el esperpento. La democracia española es, pues, un puro producto picaresco: de ahí quizá algunos de sus defectos más notorios, pero también de sus virtudes más visibles, el pragmatismo a ultranza y la acomodación a una realidad social donde también rige la picaresca a escala ínfima desde antiguo (como se observa en la abundancia de casos de corrupción).
En cuanto al esperpento, reaparece cada vez que puede, inscrito como está en el bastidor del ADN ibérico: el GAL y su cohorte de los “milagros”, con mercenarios policiales, ministros y demás ralea participando de la conspiración estatal; los patriotismos nacionalistas tanto españoles como, tal para cual, periféricos o regionalistas; la “hazaña” épica de Perejil; la colaboración en la guerra de Irak; el terrorismo etarra y la inicua opresión social de sus cómplices batasunos; las conjuras y actitudes en torno al 11-M; el intervencionismo social de la iglesia católica, la iglesia católica en sí misma y, por supuesto, las celebraciones y festividades seudopopulares ligadas a su aberrante calendario; etc.
Quizá el siglo XXI nos ofrezca la posibilidad de superar, por fin, esta polaridad castradora, aunque lo dudo. Ir más allá de la picaresca y el esperpento, única tarea que se me antoja digna a estas alturas de la historia. 

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