A partir de hoy en librerías la nueva edición de La
vuelta al mundo (Pálido Fuego ed.). He aquí un extracto provocativo.
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Lo imaginas desnudo y complaciente,
tumbado en la cama sabiendo lo que ocurrirá dentro de poco, cómo empieza todo
esto para ti, te abandonas a sus caricias preparatorias, a su lenta
aproximación al momento en que engullirá tu miembro despacio, muy despacio, lo
dejará resbalar lentamente por sus labios, tu glande totalmente hundido en su
boca ahora, hundiéndose más todavía allí, la intimidad constante de la lengua,
la indescriptible sensación del roce intermitente de la punta de sus pezones
sobre tus muslos entreabiertos, la humedad general, la humedad invasora, la
molicie o la suavidad inconcebible de todos estos roces y contactos sutiles
incrementada por el placer de volver a verla, de volver a encontrarte con ella
cada vez que cierras los ojos, en otra parte, sólo verla o imaginarla, eso te
basta, mientras los labios se cierran sobre tu glande ahora hinchado y a punto
de eyacular en uno dos o tres espasmos llenando la boca humedeciendo los labios
mancillando la lengua, ella desaparece otra vez, tu acompañante de este lado
regurgita o escupe con asco en el lavabo el residuo de vuestro encuentro, se
acabó, hasta la próxima vez. Esto ha ocurrido antes, muchas veces, después
sueles negarte a verlas de nuevo, has conseguido de ellas lo que querías y
necesitas otra que la sustituya enseguida, así de voluble es tu deseo. Tu
procedimiento es invariable, premeditado, la aparición de ella no. Te
aprovechas de tu trabajo como pinchadiscos en una multitudinaria discoteca de
la ciudad para tener siempre a tu alcance chicas disponibles y fáciles, embobadas
contigo, abiertas a tus propuestas. Las atrae tu talento para las combinaciones
musicales, las embelesan tus mezclas explosivas de ritmos imposibles, tu
virtuosa dosificación de sonidos estupefacientes. Encerrado en tu cabina te
dejas cortejar primero y luego pasas decidido a la acción. Tu vestuario y tus
maneras te hacen parecerles un poco marciano y ese increíble ingrediente las
excita más todavía. No te cuesta mucho llevarlas a la cama esa misma noche,
normalmente prefieres ir a su casa, o hacerlo en el coche, en alguna playa
solitaria. Las sorprendes al principio con tu técnico desdén de cualquier
muestra de afecto o sentimiento, pero en cuanto empiezas a acariciarlas y les
presentas a tu entumecido compinche cambian de cara y de actitud, y al despedirse
de ti cada uno de sus pegajosos besos sólo reclama una cosa, un nuevo
encuentro. Las ves volver a la discoteca en busca de su ración de falsa
felicidad, incluso finges interesarte en sus maneras más o menos extáticas de
bailar, en sus estilos o sus temas preferidos, etcétera. Consumado comediante,
haces promesas que sabes que no cumplirás pero ellas sólo te piden oírlas, no
que las cumplas, les interesa la música inédita y no la letra consabida,
prosaica. Cuando las dejas no te lo reprochan, les has proporcionado una
intensa vivencia del presente que no podrán olvidar en mucho tiempo, tal vez
nunca, te encanta exagerar. Así, paso a paso, te acercas a tu verdadera meta
que no es sólo meterla, ni mucho menos, la grosería inevitable, uno de los
polos de tu experiencia cotidiana. Has propiciado la amistad entre ellas y tu
desvergonzado cómplice, les has enseñado a manejarlo tanto como a amar sus
posibilidades amatorias, les insinúas tu aprecio por cierta intimidad extrema
entre ellas y él, y una noche de pronto serán ellas las que te pidan como favor
que les dejes hacerlo, que renuncies a tu deseo de penetrarlas por una vez y te
prestes y les prestes tu compinchado miembro para embocárselo y devorar así la
crema de su amistad, mala metáfora. La cursilería de palabra, el otro polo
trivial, no te abruma cuando la oyes en la intimidad porque estás harto de
pincharla diariamente, de oírla a todas horas saliendo de la alucinante
estereofonía que circunda las tres pistas circenses de la flamante discoteca, y
además te resulta excitante y hasta afrodisiaca cuando los inocentes labios que
la pronuncian se ciernen sobre el casquete de tu órgano desatado y obtienen esa
insólita conjugación de elementos. Empieza entonces la función discontinua,
empiezas entonces a verla, primero una sombra tenue, un velo de opacidad parece
envolverla mientras vas definiendo el sentido preciso de sus actos, siempre
inconvenientes o poco recomendables. No has decidido con quién estará en esta
ocasión, pero no parece estar sola, nunca estará sola, tú no la dejas
abandonada a su peligrosa soledad, no te parece que le convenga, así que le
buscas rápidamente un acompañante, sí, un tipo sórdido hacia el que le haces
sentir una atracción extraña, una combinación de deseo y rechazo cifrada en la
rareza de su piel, el tacto escamoso, los has situado ya a los dos abrazados
junto a una cama y semidesnudos o desnudándose el uno al otro, ella quitándose
el sujetador ante las insistencias del acompañante que le has designado esta
vez, el acompañante ya desnudo empujándola hacia la cama y echándose encima,
conduces sus primeras maniobras con tiento, le haces entretenerse lo necesario
en los pezones erguidos, en el volumen de los pechos, bajar por el vientre,
decides que ella se retuerza más, se agite como resistiéndose mientras su
acompañante pretende que aparte los muslos y le deje explorar a sus anchas ese
sexo expuesto que no le has dado tiempo para que se lave convenientemente, la
noche debió de ser larga antes de llegar aquí, no tienes tiempo de recapacitar,
te precipitas, se precipita, ya has decidido que él no sienta ninguna aversión
sino irresistible placer en pasear su lengua intencionadamente por esa olorosa
orografía, localiza deprisa la clave del clítoris y te concentras en la
fricción, el ápice aplicado ahí, te concentras y la haces enloquecer y gemir
mientras tú la imitas derramándote en la boca de tu amiga sin tiempo de ver qué
pasó después, cómo acabó su improvisado encuentro…
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