[Thomas
Pynchon, Al límite, Tusquets, trad.:
Vicente Campos, 2014, págs. 491]
¿Cuál de estas caras tan
castigadas por el tiempo, por la época cuyo final han estado celebrando toda la
noche, cuál de ellas puede anticipar, ver más adelante, entre los microclimas
del código binario, abarcando la Tierra entera, llegando a todos los rincones a
través de fibra oscura y cable de par trenzado y ahora ya sin cables por
espacios privados y públicos, en cualquier parte entre las agujas de los
talleres de ciberexplotación, que centellean sin parar, incesantes, en ese
agitado tapiz inmensamente hilvanado y deshilvanado a cuyo servicio todos se
han sometido alguna vez y por el que se han quedado lisiados, cuál puede
asomarse a la forma del día inminente, un procedimiento que espera su
ejecución, a punto de revelarse, el resultado de una búsqueda sin ninguna
instrucción sobre cómo buscarlo?
-T. P., Al límite,
pp. 323-324-
El asesinato de Kennedy tuvo dos versiones
antagónicas: el informe Warren y, décadas después, la novela Libra de Don DeLillo. Con los
acontecimientos del 11-S se ha repetido la historia: un informe oficial,
decepcionante y tramposo, un simulacro encubridor encargado por el gobierno de Bush y el
Congreso, y esta réplica subversiva del mayor novelista norteamericano en
activo, Thomas Pynchon.
Con la sutileza que caracteriza su forma digresiva
de aproximarse a la realidad, Pynchon envuelve el impacto traumático de los
atentados en una trama superpuesta que comienza en Nueva York en la primavera
de 2001 y concluye, de manera a un tiempo irónica y esperanzada, cuando los incipientes
signos primaverales, tras un otoño fúnebre y un invierno siniestro, aparecen en
el paisaje gris de 2002 para alegrarle la vida a su protagonista (Maxine
Tarnow). Pynchon asume con todas las consecuencias la tesis de que los
ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 supusieron la expulsión violenta del siglo veinte y la implantación
de una narrativa neoliberal que tiraniza el nuevo siglo desde entonces con sus falacias e imperativos. Como
dice Pacôme Thiellement: la narrativa de los neoconservadores y la fábula del “choque
de civilizaciones” elaborada a partir del 11-S y la invasión programada de Irak
«destruyeron el proyecto de los años noventa, su anhelo de asumir el sueño de
los sesenta».
En este sentido, Pynchon entiende lo sucedido como
una guerra entre narrativas que pretenden imponer (o rechazar) una distorsionada
visión del presente (con la ironía como "víctima colateral" de un mundo donde "todo debe ser literal"). Por entendernos, la facción poderosa de los neoliberales,
aliados de un capitalismo trasmutado que amenaza con sumirlo todo en un pozo
abismal de explotación y miseria con la excusa de rendir culto “a los dioses
oscuros de la economía”, como muestra esta novela portentosa, y los que como
Pynchon se sublevan contra los dictados del imperialismo capitalista con el armamento
de la ficción novelesca para dinamitar los estereotipos ideológicos con que aquel
se ha encargado de doblegar la resistencia de los ciudadanos.
Desde su primera novela, a Pynchon siempre le
han fascinado los códigos secretos, los medios marginales, las vías
minoritarias de comunicación, dando por hecho que los medios masivos estaban
tomados por los intereses políticos y económicos del poder. La literatura es
para Pynchon el código fuente por excelencia para acceder a la matriz del
sistema de dominio establecido desde antiguo, para operar en el interior de la
recámara obscena del poder, para abrir brechas en la vida mental de los
lectores a fin de revelarles verdades espantosas o banales sobre el mundo donde
viven a diario sin darse cuenta de que detrás de cada fachada visible hay solo
otra fachada, detrás de toda pantalla, nuevo espejo de la realidad tecnológica
del siglo, solo una galería infinita de pantallas difundiendo veloces imágenes
de una vacuidad absoluta.
Sin desvelar demasiado de una trama compleja y
cristalina a la vez, uno de los aspectos históricos más fascinantes de esta
novela liminar es cómo se ambienta en el filo sangrante de la quiebra
financiera de las corporaciones tecnológicas y prefigura el punto límite de
internet como agujero negro del futuro ("internet se ha convertido en un medio de comunicación entre los mundos").
La dualidad de la Web profunda y la Web
superficial sirve a Pynchon como metáfora del modo mismo en que ha diseñado su
novela por estratos narrativos, distribuyendo las tramas y subtramas en diversos
planos de sentido. Cada uno de esos planos (urbanos o cibernéticos) converge o
diverge de la narración principal, se desliza sobre los otros, enlaza con ellos
o los interfiere, hasta confundir en la mente de Maxine lo real y lo virtual.
Al final es la inteligencia del lector, como pretende
Pynchon, quien decidirá si al mundo contemporáneo le queda alguna oportunidad utópica de
reiniciarse por entero o, más bien, está condenado a padecer narrativas y
tecnologías que lo sojuzgan cada vez más.
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