[Christine Angot, Una
semana de vacaciones, Anagrama, trad.: Rosa Alapont, 2014, págs. 102]
¡Mira, oh amor, el
hombre se convirtió en hombre y en señor por medio de la represión y el
símbolo! ¿No es esto hermoso?
-Georg Groddeck, El libro
del Ello-
No es la primera vez que Christine Angot se
enfrenta al espectro del incesto. Al fantasma o al deseo, al recuerdo o a la
vivencia, poco importa el estatuto de lo escrito, su grado de realidad, su verdad
misma, frente a la condición veraz de la escritura, su inscripción simbólica como
experiencia intransferible, su poder de (re)vivir a través de las palabras la
realidad de lo que quizá nunca sucedió, o no exactamente así. Al escribir Una semana de vacaciones Angot imprime una
vuelta de tuerca suplementaria a la impronta impúdica que tanto marca su
imaginario femenino. Como si pretendiera, en terminología fílmica, encuadrarla
en primerísimo plano, sin filtros ni distorsiones, preservando el enfoque distante
y el montaje sincopado.
Es así que este libro polémico y valiente comienza
abruptamente, en una escena de doble crudeza, por las indecentes circunstancias
y algunos accesorios implicados, con el padre sentado desnudo en la taza del
váter, colocando una loncha de jamón sobre su miembro erecto para atraer el
apetito oral de la hija adolescente con la que se entrega a juegos prohibidos. Desde
la felación iniciática hasta la brusca despedida en la estación de tren, cuando la hija
es abandonada con desprecio por su padre después de iniciarla en las refinadas técnicas
del erotismo adulto, Angot se apropia sin pudor del falocrático lenguaje paterno
para narrar, con asepsia ritual y pulcritud clínica, los momentos obscenos y
las pausas triviales de una relación incestuosa compuesta, casi en exclusiva, de
prácticas indecibles y actos inconfesables. El tabú del incesto se transgrede, sin
embargo, respetando otro malsano tabú patriarcal como la virginidad. Con paradójico
libertinaje, como ordena la tradición, la fastidiosa tarea del desfloramiento el
donjuanesco progenitor la encomienda a un amante futuro, aún desconocido,
mientras él se reserva el gozoso usufructo del cuerpo virgen por todos los
medios imaginables.
Desde una perspectiva literaria, lo
que Angot logra en este atrevido libro es crear una réplica expresiva o una
simulación verbal de una experiencia que puede o no entenderse como biográfica,
pero que, con los procedimientos de la escritura, con los recursos puestos al
servicio de la recreación de los pormenores pornográficos de la misma, deja de
serlo de inmediato y se transfigura en una absorbente experiencia de lectura
que trasciende las categorías de la ficción pura o la gastada auto-ficción para
instalarse de pleno en un territorio impuro donde el deseo del lector (voyerista
o performativo, según los casos) es convocado y seducido al tiempo que el recuerdo
más o menos fantasmático de la autora resulta evocado y exorcizado.
En este sentido, por mucho que la autora rechazara
el premio Sade, concedido anualmente a la obra de calidad reconocida que sostenga
en su dicción o en su ficción una actitud libertaria y libertina, disputando
sobre la difícil adecuación del libro a la filosofía singular del galardón, no
hay duda de que Angot posee uno de los rasgos sadianos esenciales. El principio de delicadeza, como denominaba
Roland Barthes a esa conjugación del poder de analizar y gozar y de analizar sin
prejuicios el placer propio y ajeno. Este escandaloso libro de Angot comparte con
Sade, entre otras cosas, este principio supremo de la vida erótica y de la
literatura que se nutre de sus obsesiones y fetiches y las retroalimenta con fantasmas incorpóreos y
sensaciones verbales. Sade lo explicaba a la perfección en una cariñosa carta dirigida desde la
cárcel a su mujer cuando esta le solicitó, para lavarla y no para olisquearla o
involucrarla en actos íntimos de placer como él creía, la lencería sucia: “ya
sabéis que respeto los gustos, las fantasías, por barrocas que sean, las
encuentro todas respetables…la más singular y la más extraña de todas, bien
analizada, se origina siempre en un principio de delicadeza”.
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