[Tiqqun, Esto no es un programa, Errata Naturae,
trad.: Javier Palacio Tauste, 2014, págs. 134]
El juego político está viciado. El reparto de
las prebendas del poder, el parasitismo institucional, la corrupción
generalizada y demás lacras del sistema así llamado democrático hace tiempo que
se hicieron causas de su decadencia. El problema es que sin esa picaresca
endémica tampoco funcionaría la maquinaria democrática. En los países
occidentales, la democracia funciona porque está corrupta en sus fundamentos y
en sus procesos esenciales. Pero esa corrupción manifiesta no niega las
virtudes de fondo del sistema ni impide la persecución de sus fines con el
respaldo tácito de los ciudadanos.
Tiqqun es un colectivo
político francés de influencia internacional que intenta revitalizar los
análisis biopolíticos de Foucault y Deleuze, Guattari y Debord, los
situacionistas, los movimientos italianos de los setenta, el “comunismo” de
Badiou y, sobre todo, el pensamiento de Giorgio Agamben, traspasando los
límites teóricos y los fracasos fácticos de otras décadas insurgentes, con el
fin de constituir líneas de fuga respecto de un sistema (el imperio capitalista
globalizado) que es mucho más complejo y perverso en el ejercicio del poder de
lo que la izquierda oficial suele reconocer. De hecho, como denuncia Tiqqun, una parte importante de esta
izquierda parecería trabajar, con su antagonismo escolar, para que aquel
alcance sus fines. Más allá de la complicidad socialdemócrata con la situación,
el planteamiento no programático de este “partido imaginario” pretende
desacreditar los ejercicios retóricos y las piruetas espectaculares que, a día
de hoy, sectores enteros de la izquierda militante, desde sindicatos y partidos
parlamentarios a los movimientos alternativos, realizan para encubrir su
ineficacia frente a las estrategias avasalladoras del capital.
El libro fue escrito a comienzos de la crisis
financiera, pero todo lo ocurrido entre 2009 y 2014, los comportamientos de las
diversas facciones en liza, la claudicación masiva de la ciudadanía, el
desinflado gradual de cualquier conato de resistencia o insumisión, la
bancarrota de los discursos críticos, la aceptación de políticas laborales y
presupuestarias de un cinismo intolerable, etc., no han hecho sino dar la razón
a los postulados más negativos contenidos en sus páginas. Esa intransigente
crítica de la razón política contemporánea confirma la insoportable verdad de
que el capitalismo es hoy más revolucionario y desestabilizador para la vida de
los ciudadanos que ninguno de los blandos programas partidistas con que se
pretende frenar su impacto. Este tratado de insurgencia política, más allá de
sus polémicas tesis ideológicas y sus ambiguas estrategias de acción, al menos
tiene la virtud de poner en cuestión el modelo ideal de ciudadano servil que el
sistema se encarga por todos los medios de fomentar entre la población: “El
voluntarismo más bobalicón y la más devastadora mala conciencia son elementos
característicos del ciudadano”.
Si aún tuviera sentido votar a algún partido
político, o si votar a este partido en particular no desvirtuara en el fondo,
al volverlo cómplice de una democracia degradada, la misma acción de votarlo,
me atrevería a decir que el “partido imaginario”, con su programa indefinido,
su cúmulo de especulaciones infinitas y su elocución implacable, es el único
partido político al que merecería la pena votar para salvar la democracia. O
para superarla de una vez e implantar, si aún fuera posible, un régimen de
libertad e igualdad nunca antes alcanzado en la historia. Quizá la existencia
de un partido así, tan inaprensible como efectivo, apostado como una brecha
carnavalesca o un agujero negro en las entrañas del sistema, sea un signo de
que la democracia tal y como la conocemos puede tener sentido aún, aunque votar
o participar en ella de un modo programado y rutinario lo tenga cada vez menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario