“When the farthest corner of the globe has been conquered technically and can be exploited economically; when any incident you like, in any place you like, at any time you like, becomes accessible as fast as you like; when, through TV “live coverage”, you can simultaneously “experience” a battle in the Iraqi desert and an opera performance in Beijing; when, in a global digital network, time is nothing but speed, instantaneity, and simultaneity; when a winner in a reality TV show counts as the great man of the people; then, yes, still looming over all this uproar are the questions, What is it for? Where are we going? What is to be done?”.
-Slavoj Žižek, In Defense of Lost Causes-
Hace dos años, tras el éxito de La pantalla global, se publicó este libro[i] en Francia con un subtítulo que mostraba ya su doble intención: Respuesta a una sociedad desorientada. Para leerlo con provecho, sin embargo, no es necesario participar del malestar contemporáneo hacia la cultura ni tampoco sentirse desconcertado ante las mutaciones en curso en el complejo mundo actual, ni mucho menos creer a ciegas en la necesidad de una respuesta prefabricada a los desafíos más radicales planteados por el nuevo siglo. Sólo se requiere la curiosidad intelectual suficiente para adentrarse sin prejuicios en los nebulosos signos de lo que el sociólogo Gilles Lipovetsky y el crítico Jean Serroy denominan con acierto la era hipermoderna: “la del tecnocapitalismo planetario, las industrias culturales, el consumismo total, los medios y las redes digitales”.
Este apasionante estudio surge como encargo hecho a sus autores por el Consejo de análisis de la sociedad dirigido por el filósofo Luc Ferry y, en este sentido, me atrevería a decir que la parte descriptiva del mismo resulta mucho más convincente que la puramente prescriptiva. Sin embargo, su propuesta analítica viene a constatar la tendencia que desde hace al menos dos décadas los observadores más lúcidos ya habían señalado. Entre éstos destaco a Fredric Jameson, quien ya en la primera formulación de sus tesis más conocidas sobre la postmodernidad avanzaba un argumento que Lipovetsky y Serroy ratifican: la formidable expansión de la cultura a todos los dominios de la vida. O, si se prefiere, la reconversión de lo que entendíamos por cultura en “cultura-mundo”: “a través de la proliferación de los productos, las imágenes y la información, ha nacido una especie de hipercultura universal, la cual, trascendiendo las fronteras y borrando las antiguas dicotomías (economía/imaginario, real/virtual, producción/representación, marca/arte, cultura comercial/alta cultura), reconfigura el mundo en que vivimos y la civilización que viene”. (Otros ejemplos elocuentes del mismo diagnóstico lo constituirían el epígrafe de Žižek, una gráfica descripción del nuevo aleph de la globalización mediática y de la impotencia ética o política que se deriva de su implantación planetaria, o los últimos ensayos de Jameson sobre las “valencias de la dialéctica” en tanto tentativa filosófica y estrategia política a revalidar frente a la globalización entendida como postmodernidad consumada.)
Sin entender estos cambios decisivos, de nada vale discutir sobre qué pueda representar en la actualidad la producción cultural, sea la del arte y el entretenimiento, la innovación estética, la moda o el mercado. A pesar de las apariencias, nuestra época, como reiteran los autores a lo largo del libro, se presta a la satisfacción de las demandas culturales más diversas y sofisticadas. Una cultura en redefinición permanente, que fluye incontenible como la información por las redes digitales, más o menos sociales, que se comparte y consume con la misma avidez y placer con que se satisfacen otras necesidades básicas. Pues si algo significa la cultura hipermoderna es la definitiva consagración, histórica y demográfica, del modo de vida urbano en el escenario mundial. Y la cultura, alta o baja, comercial o experimental, mayoritaria o minoritaria, es el fundamento simbólico para que tal forma de vida responda a las múltiples aspiraciones y deseos de sus usuarios. Sin condescendencia ni abusos, por supuesto, pero sin demasiadas restricciones, dirigismos, censuras o prejuicios trasnochados, como corresponde a “la era de la saturación, de la demasía, de lo superlativo en todo” (en la que Lady Gaga sería coronada, sin apenas discusión estética, como reina o reinona suprema).
La cultura hipermoderna se parecería más a un hipermercado donde cada individuo busca el producto que responde a sus gustos o preferencias que a un museo o una biblioteca monumentales. Una cultura expandida y expansiva para un mundo excesivo y complejo que exige una permanente reinvención de estrategias, ideas y catálogos. De nada vale quejarse de las coordenadas negativas en que nos sumerge la crisis económica rampante si no se comprende, como posible cambio de actitud, que “en la hora del capitalismo absoluto, donde todo es competitivo, donde todo prolifera y se multiplica al infinito, hay que ser siempre más moderno, reactivo, informado, eficaz”. Es decir, ser “absolutamente moderno”, proyecto mucho más complicado hoy, en plena hipermodernidad, que cuando Rimbaud proclamó este gran eslogan de la modernidad primigenia, mitificada aún por muchos.
Es hora, por tanto, de dejarse de populismos conservadores o progresistas, inanidades subvencionadas, defensas sesgadas de la cultura oficial, dictados de suplementos y medianías regionales o provincianas, y situarse de una vez a la altura de las exigencias y desafíos globales del siglo veintiuno. En este sentido, este informe capital sobre la condición hipermoderna debería ser de lectura obligatoria para todo el que se mueva en el entorno de la cultura y el conocimiento, desde artistas y escritores a burócratas, periodistas y gestores de diverso rango y poder, pero también para todos los demás, sus consumidores acreditados. Así la próxima vez que oigan hablar de cultura no sacarán, como hasta ahora, la pistola de la ignorancia y el resentimiento, al servicio de una idea muerta de la cultura, sino la inteligencia y la información atesoradas en este instructivo estudio.
[i] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La cultura-mundo, Anagrama, 2010.
4 comentarios:
"De nada vale quejarse de las coordenadas negativas en que nos sumerge la crisis económica rampante si no se comprende, como posible cambio de actitud, que “en la hora del capitalismo absoluto, donde todo es competitivo, donde todo prolifera y se multiplica al infinito, hay que ser siempre más moderno, reactivo, informado, eficaz” [Lipovetsky y Serroy]. Es decir, ser “absolutamente moderno”, proyecto mucho más complicado hoy, en plena hipermodernidad, que cuando Rimbaud proclamó este gran eslogan de la modernidad primigenia, mitificada aún por muchos."
Mr. Ferré, con el debido respeto, le diré que en mi modesta opinión el pasaje de Lipovetsky y Serroy (he leído el libro) y su interpretación-corolario desprenden un inquietante aroma spenceriano y socio-darwinista si se leen desde una perspectiva que trascienda la estricta esfera de la cultura.
Me alegré de que le quitaran aquel siniestro filtro censor.
Le leo.
Un saludo cordial.
Querido Clément, gracias por tu comentario.
No veo tal sesgo. Mi interpretación-corolario, como la llamas, es una apuesta por una cultura (y una idea de la cultura, por tanto) creativa, exigente, libre de mediocridad y conformismo. Nada más, y nada menos...
Lamento no conocer estas fuentes….. demasiados siglos observando el agónico desfilar de los sin voz. Hoy todos poseemos voz virtual y podemos manifestarnos en las múltiples facetas de la cultura y el pensamiento. Pero, en el monstruoso guirigay casi todos aparecemos como un minúsculo centelleo en el interior de una infinita refulgencia - en los vericuetos de la demasía apuntada- donde la valencia de la dialéctica es poco más que cero... es decir, estamos en las mismas. Pero para los que realmente tengan algo que decir y aportar, la formula del ser “absolutamente moderno”, de ese cambio de actitud, habría que definir que se entiende por total innovación continua efectiva. ¿Cómo pueden avanzar los capaces y superar la hipermodernidad cuando todo huele a límite, a retroceso, a dictado-subvención con condiciones, en cualquiera de las categorías que nos pongamos. La plataforma del furibundo y ciego capitalismo universal, impide bastante ese talante de “más moderno, reactivo, informado, eficaz”; porque desde ese estado-tarima se nos habla con un “deje” de masas y no de individuos en superación.
Los “productores culturales” – por extensión, todos- tenemos la oportunidad de engendrar a gusto y elección del receptor, los productos-creación, es cierto; y los gestos negativos no conducen a nada, también es cierto.
Hablamos de post modernidad como si habláramos de una visión o un espacio de independencia y de oportunidades para todos y para los continuamente modernos. Pero en realidad, todos los propósitos presentes toman una curva perversa hacia los más remotos años. ¿Puede hacerse un decálogo, un manifiesto para adherirse a lo más moderno sin inanidades? Todavía no están desterrados conceptos, tags o ítems envenenados, como conveniencia, comisión, nepotismo, negociete, interés, canal y delegado de ventas. Tendencia o Moda cultural. Esas barreras no ayudan, a la orientación de nuestra sociedad ni alcanzar, lo realmente novedoso, ni lo franco, lo verdadero, lo creativamente exigente, lo genial.
¿Sabe usted Sr, Farré, dónde puedo adquirir unos tirantes para mis pantalones grises? ¿ o un yatchman de Cheviot?. Yo, en cambio, sé donde venden aquella camisa de raya fina de poliéster-algodón. Podemos encontrarlas en todos los almacenes de todas las ciudades del mundo, al mismo precio, en el mismo entorno, bajo la misma luz.
Ese es por desgracia, un símil que vale ya para todo.
Un placer seguirle, como siempre.
Gracias a ti por tu interesante comentario. Es posible concebir esta época como la era del triunfo de la mediocridad. Y en parte puede ser así. No obstante es también una época muy estimulante para la creación, a pesar de todo. Y en parte es eso lo que celebro, en contra del mercado y de la apisonadora del conformismo...
Un abrazo.
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