Utopía. La edad de Oro. No la habían encontrado en la Tierra. La última guerra les había hecho ver que eso nunca llegaría. Desde la Tierra se habían vuelto hacia otros planetas, habían construido una ficción romántica, se habían contado a sí mismos mentiras piadosas…
-P. K. Dick, El mundo que Jones creó, p. 109-
Una vez sumergido en el cosmos caleidoscópico
de Philip K. Dick, el mayor placer con que se encuentra el lector es el de
reconocer, libro a libro, las variaciones con que este autor excepcional
declinó sus motivos fundamentales. Los temas que es posible rastrear en todas
sus novelas y relatos adquiriendo en cada entrega un matiz diferente o una
perspectiva innovadora. En esta novela temprana, por ejemplo, traducida por
segunda vez al español (la primera fue en 1960 con el peregrino título de El tiempo doblado. Un mundo de mutantes), la precognición, la fe religiosa, la intrascendencia de la vida y la tentativa
de conferirle sentido o sustancia, son cuestiones filosóficas que Dick formula
usando los recursos de la ficción científica como medio idóneo para discutirlas
sin imponer una solución autoritaria.
En este sentido, esta novela es de una
actualidad profética sorprendente. Tras una guerra que casi ha destruido el
mundo y generado una multitud de seres mutantes, incluidos algunos
sorprendentes como las criaturas de género reversible, una federación mundial
toma la decisión de gobernar los destinos políticos del planeta e imponer el
relativismo como doctrina que frene la nefasta influencia de las ideologías
totalitarias que abocaron al conflicto. Pero el resultado no es tan optimista
como cabría esperar. El relativismo convertido en ideario hegemónico termina
produciendo un mundo decadente y tedioso y una virulenta reacción de signo
contrario: la peligrosa aparición de un siniestro demagogo y líder de masas que
encarna el poder omnímodo gracias a facultades precognitivas de anticipación del
futuro. El carismático Jones del título, Floyd Jones, quien acaba movilizando
con grandes mentiras a los humanos en contra de unos inofensivos invasores
alienígenas (los derivos) y fracasando en sus planes antes de sacrificarse
voluntariamente, manipulando al policía protagonista, Cussick, para que lo mate
y pueda así transformarse en un mesías religioso de culto universal (el eslogan
de esta visión trascendente de la realidad es contundente: “Nuestro pequeño cosmos se está
deshaciendo…El mundo real está en camino”).
Esta inteligente novela de Dick, gracias a su
planteamiento filosófico esencial, es tan aguda para el mundo de hoy como lo
fue para su tiempo. ¿Se puede vivir relativizándolo todo o la especie humana
requiere de dogmas y fundamentos para no disiparse en la banalidad? ¿Admite el
espíritu humano una vida líquida, o nuestros deseos y creencias exigen, tarde o
temprano, una realidad absoluta, como pasa con Nina, la aburrida esposa de
Cussick? De un modo singular en esta novela de Dick, la trama ontológica acaba
superponiéndose a las otras tramas en el desarrollo narrativo. La idea del
cambio, la transformación, la revolución, es decir, la utopía planetaria,
aparece en esta novela ligada al motivo del principio absoluto que debe
sostener la existencia de un mundo creado por todos. El relativismo conduce al
caos y este hace que todos los habitantes del mundo exijan enseguida valores y
creencias firmes. Es la certeza mítica que les proporciona Jones: el dictador
que preveía el futuro con una clarividencia total hasta el punto de maquinar su
propia muerte como redentor de una humanidad desesperada.
Desde una perspectiva política, Dick emplea
múltiples géneros narrativos (el thriller conspirativo, la ciencia ficción, la
fantasía utópica) para tejer una trama compleja sobre el presente y el futuro, los
peligros de la democracia, la tentación totalitaria y la imposibilidad de
fundar un orden social satisfactorio y duradero. Es una revisión crítica de la
traumática historia del siglo XX, escrita y publicada en plena Guerra Fría
(1954-1956), pero su alcance no se limita a los males de su época. “El mundo
que Jones creó” se parece al nuestro. O, más bien, a una idea abstracta del
nuestro. Un mundo donde la discusión esencial consiste en saber si fue creado
de la nada por una mente divina o si fue producto del azar y la necesidad. Y la
historia humana continúa, como escenifica el fantástico desenlace, más allá de
los límites terrestres.
El futuro es un libro abierto para Jones, cuyas
páginas escritas se anticipan a su doble lectura, y la realidad se transforma
en un libro abierto cuando un escritor como Dick la lee con mirada alegórica.
Se vuelve transparente. La mente especulativa de Dick la desnuda y descifra sus
códigos y mecanismos. Ya no hay secretos ni misterios en el mundo para el
lector avisado.
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