El mundo posterior a la pandemia no ofrece
grandes novedades, que me perdonen los politólogos en activo, pero agudiza sus paradojas.
Es irónico que sea Vox, de todas las fuerzas políticas del espectro, la que
haya activado los mecanismos constitucionales para declarar ilícitos los dos
estados de alarma decretados por Sánchez durante la pandemia. Como si Vox
personificara la imagen del constitucionalismo más puro en un contexto legal de
dimisión generalizada. La palabra fascismo debe usarse con exactitud, sin duda,
pero es alarmante que sea una franquicia española de esa ideología la que logre
el éxito publicitario de obligar al Tribunal Constitucional a recordarle a
Sánchez que una democracia seria no tolera decisiones arbitrarias.
Vox, como otros partidos de la extrema derecha
europea, representa el fascismo posmoderno. Lo posmoderno siempre supone una
rebaja de nivel en la calidad de los productos y, por tanto, una disminución
notable de sus riesgos. Cuando se analiza el cuadro social que ha devuelto
vigencia a un programa político amortizado en la historia, no hay más remedio
que culpar a los líderes de los últimos cuarenta años. Dirigentes de izquierda
y derecha tan desconectados de los problemas reales y las condiciones de vida
de la gente que no percibían el grado de alienación de los ciudadanos respecto
del sistema democrático.
Ya sea la metapolítica de Vox, las metáforas de
Greta Thunberg o el Metaverso del imperio Facebook, todo proyecto que quiere
triunfar en el gran mercado de las ideas virales necesita aportar esa dimensión
“meta” imprescindible hoy para hacerse multitudinario. Otra vuelta de tuerca,
esa es la demanda suprema del consumidor, el espectador o el votante actuales.
Las narrativas de izquierda han perdido ese atractivo comercial y sus
reivindicaciones más audaces chocan con un muro de indiferencia total.
La democracia es rutinaria y funciona a pesar
de sus representantes. Estando Sánchez en la Moncloa, cualquier aberración
política es posible, como piensan sus enemigos. Y, sin embargo, lo que estos no
tienen en cuenta es que, por mal que lo haga el presidente socialista, es
difícil imaginar quién podría ocupar su lugar y hacerlo mejor, antes, durante y
después de la pandemia. Y lo mismo pasa con Macron, me temo, pese a la
resistencia de la izquierda a sus medidas autoritarias, y con Biden, pese al
descrédito popular, y hasta con Johnson y su descontrol. La situación es muy
preocupante, ya digo. Plagada de ironías y paradojas.
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