[Publicado en medios de Vocento el martes 9 de abril]
La
vida y la muerte no son en blanco y negro, como las viejas películas, me dice
la voz de la conciencia. La vida carece de la cursilería mojigata de la derecha
católica. Y la muerte ignora la deriva sentimental de la izquierda guay. La
vida es una carnicería animal y la muerte su aliada feroz. En este tiempo de
corrección política, todos vivimos un examen de conciencia permanente y nos
pasamos el día susurrando secretos a pantallas interactivas. Espejito, espejito
mágico, dime si soy acaso el más demócrata de los demócratas, o solo un facha redomado,
un votante de Vox en potencia. Todo se ilumina, sin embargo, si aprendes a
hacer de Sánchez a todas horas. Sin esfuerzo evidente, se te presuponen valores
que no demuestras más que con palabrería o gestos vacuos. Es imposible estar a
su altura en la mascarada ideológica. Mucho menos disputarle el voto. La
estrategia del candidato Iglesias en esta pugna dialéctica por el liderazgo
moral de la izquierda es errónea. Su malhumor constante lo delata. Cuando se
pone en modo gruñón con periodistas y medios, Sánchez sonríe maquiavélico al
contemplar la derrota de su enemigo íntimo. Como el infame Villarejo y sus
tenebrosos servidores.
La luz es
vida y la oscuridad muerte, dicen los maniqueos. Las viejas películas en blanco
y negro exploraban la gradación afectiva del blanco, entre la transparencia y
la opacidad, en contraste con las sombras del fondo negro. Y extraían de ese
antagonismo luminoso una infinita gama de grises. La fotografía analógica
revelaba el negativo y así todo el mundo sabía a qué atenerse. En la era
digital, en cambio, no hay diferencia técnica entre la captura y la imagen.
Representan lo mismo. Una confirmación optimista de tu pertenencia a un mundo
multicolor. Como escuchar la enésima tertulia televisiva o radiofónica, o votar
en las elecciones por agotamiento nervioso tras una campaña interminable. El
amor y la muerte son las dos caras de la vida. Como el blanco y el negro. Seas
partidario o detractor de la eutanasia, piénsalo bien. O ayudas a morir a quien
amas o soportas el sufrimiento hasta el fin sin entender para qué. No hay otra
vida que esta y hacemos bien en querer vivirla intensamente y prolongarla con
alegría hasta la extenuación. Pero hay límites. Límites éticos. Eso que se
llama dignidad humana. Y el amor, por supuesto. Y no lo siente quien ve a otro
padecer una crucifixión sin querer ponerle remedio. Ese martirio sadomasoquista
del cuerpo a cuerpo con la enfermedad, el dolor y la degeneración. El cuerpo
desnudo es nuestra única posesión real. La que nos llevamos a la tumba. El alma
muere antes. No, la vida no es en blanco y negro. Y la muerte tampoco. Que los
muertos vivientes entierren a sus muertos.
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