[Publicado en medios
de Vocento el martes 25 de septiembre]
Mi tesis
es que el cóctel universidad y política es explosivo. La necesidad de ostentar
currículum y méritos académicos, en un mundo como este, es inversamente
proporcional a la valía de un líder político. Con que sea un inteligente gestor
y un gobernante honesto, como diría Confucio, me conformo. Y este juicio sirve para
los doctores de la ley Sánchez e Iglesias como para los no doctores Casado y
Rivera. Tener trato con la universidad no garantiza mejora alguna en la persona
que busca aumentar sus capacidades y talentos. Todo lo contrario.
Mi tesis
no la defendería ante ningún tribunal sin que voces autorizadas me tildaran de
plagiario. Los programas informáticos son tan malévolos como sus diseñadores y
su eficacia al cazar la clonación de textos tan selectiva como las actuaciones
del Tribunal Supremo. Que no nos engañe el desaguisado culinario de Bolonia. No
todo triunfo de la inteligencia es presentable, ni toda demostración individual
de conocimiento se traduce en rectitud o ética. Y no estoy pensando solo en
algunos beneficiarios de los ERE, que trasladaban la juerga culta del puticlub a
las aulas universitarias pagando con la misma tarjeta mágica de la Junta. Este
país no tiene enmienda. Da grima ver a un escritor plagiario y negrero acusar a
Sánchez de negrero y plagiario. Los corruptos censuran a los corruptos, los
viciosos reprueban a los viciosos, los canallas pelean con los canallas, y si
queda algún virtuoso, no me consta, prefiere callarse o esconderse, no vayan a
organizarle un auto de fe para quemarlo vivo en la plaza pública.
La
universidad es una caricatura abstracta de la sociedad. El chiringuito lucrativo
de la URJC, con esto de los alegres graduados italianos de turismo cultural por
el Bernabéu, adquiere tintes de esperpento matritense. El demacrado director
del tinglado parece una versión castiza de Drácula y sorprende que ningún
rector avispado intuyera su instinto parasitario. Sánchez es un caso diferente.
Avergonzado por sus errores doctrinales, sufre en cada comparecencia mediática y
se le está agriando hasta la cara. Nadie, ni la fiel Lastra, se traga sus doctas
falacias. Cuando ganó la moción de censura se creyó invitado a una fiesta perpetua
colmada de regalos, jugosos pasteles y globos de colores. El poder no es
festivo sino fúnebre, doctor Sánchez. Un largo velatorio donde el muerto es el mandatario
recién nombrado, ya se celebren a bombo y platillo los cien o los mil días de
soledad que le restan para pasar a la historia nacional como otro fracaso político.
Eso significa gobernar, quien lo probó lo sabe. Con tesis o con halitosis. Díganlo,
si no, los difuntos Rajoy, Zapatero, Aznar y González. Que se prepare la
oposición. Al final, desalojar a Franco de Cuelgamuros será mucho más fácil que
echar a Sánchez de la Moncloa.
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