[Publicado en medios de Vocento el martes 28 de agosto]
Con
porras y policías torturadores es muy fácil gobernar. Cualquiera lo haría
usando la dialéctica de los puños y las pistolas que predicaba el fundador de
Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, convertido ahora, por decreto,
en una víctima más de la Guerra Civil. Mientras Sánchez amenaza con expoliar el
sepulcro del dictador, a los bocazas de la derecha mediática les ha dado por
contar maravillas sobre la
era franquista. Estas recreaciones de la mente nostálgica son falacias.
Como la mujer maltratada, el pueblo que sufre violencia y represión acaba
agachando la cabeza y resignándose a su inicuo destino, pero no adorando a su
verdugo.
Cuando la
momia de Franco salga de la tumba no caerá sobre nosotros ninguna maldición,
esta tuvieron que soportarla los españoles treinta y seis años, pero tampoco
ninguna bendición eficiente, como las que imparte sin cesar el papa Francisco
para conjurar el espíritu pederasta que carcome los pilares de su Iglesia.
Franco saldrá de nuestras vidas, al fin, y entrará en la historia como un
muerto más, transformando el feo santuario de Cuelgamuros en un parque temático
consagrado a la fraternidad nacional y su efigie, por qué no, en una máscara de
Halloween con la que asustar a los incautos durante la noche de difuntos. Como
Hitler o Stalin, Franco es otra de las figuras terroríficas del siglo XX. La
personificación local del ejercicio totalitario del poder en nombre de una
causa infame. A Franco tampoco le tembló el pulso cuando se trató de exterminar
a la población que no comulgaba con el triste ideario nacional-católico. Que la
conferencia episcopal no se inmute con la exhumación no es un signo de
cobardía, como creen los meapilas de la derecha mediática, sino de culpabilidad
y bochorno. Fue la Iglesia, mucho más que el pálido remedo falangista, quien
sostuvo al dictador en su trono y potestad desde el inicio de la guerra hasta
el fin de sus días.
El pacto
de la transición ata lenguas y manos, pero este lío del desahucio de los desechos
del dictador ha revelado, acaso sin querer, que en España había muchos más
franquistas durmiendo la siesta de los que los sociólogos habían detectado con
sus radares ultrasónicos. El decretazo de Sánchez ha servido para destapar esa
trama oculta de apologetas del régimen autoritario. Han salido del armario donde
llevaban encerrados cuatro décadas, oliendo a cadaverina y a ropa rancia, y ya
no importa si Sánchez abusa de la ley para robarle votos a Podemos, limpiar la
imagen inquisitorial de España o encubrir sus vicios caseros. Cada país tiene
su vergüenza y su dignidad. La política inteligente desactiva una mientras
reactiva la otra. Sánchez ha hecho muy bien. Decreto al canto. Para que los
nostálgicos se atraganten a pleno sol. Y pa´lante, que ya vamos tarde.
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