Se ha estrenado este fin de semana una
adaptación cinematográfica (El Círculo, James Ponsoldt, 2017) de esta fascinante novela homónima de
Dave Eggers, sobre la que escribí hace tres años la crítica que publico aquí de
nuevo. Aún no he visto la película, pero dudo de que alcance el nivel creativo
del original. Quizá el formato narrativo de una teleserie (modelo ejemplar: Billions) hubiera sido más eficaz a la hora de
transformar su compleja trama en imaginario audiovisual. El crítico de Fotogramas Fausto Fernández,
sin apreciar ni despreciar en exceso la película, califica de “ambigua” la
novela de Eggers. No hay nada nuevo ni extraño en ello. Al contrario. Toda
novela genuina lo es. Toda novela genuina es un dispositivo inteligente que
piensa en dos direcciones al mismo tiempo. Así El Círculo respecto de la
tecnología y la economía (y la política y la sociología y la psicología) de la
tecnología…
[Dave
Eggers, El Círculo, Random House,
trad.: Javier Calvo, 2014, págs. 445]
Un thriller terrible que ha seducido a los
lectores norteamericanos con un escenario de pesadilla a la altura de sus
miedos más acendrados sobre las secuelas de la era digital…
El
nuevo mal es la transparencia total. George Orwell, inventor del concepto,
nunca hubiera imaginado que el Gran Hermano de 1984 (una alegoría infernal del
totalitarismo estalinista) podría algún día transformarse, gracias a la
tecnología televisiva y el desarrollo del mercado capitalista, en un
entretenimiento de masas, un espectáculo vulgar de telerrealidad.
Esto
fue solo el principio, a finales del siglo veinte. Con la revolución digital
las cosas han empeorado hasta extremos inimaginables. Ya no se trata de
ofrecerse como carnaza de la televisión basura. Ahora se trata de que todos los
datos, la información y las vivencias íntimas de un individuo puedan ser no
solo colgados en una nube en la red sino controladas por una corporación
planetaria y puestas a disposición de todo el mundo en tiempo real. De eso
trata El Círculo, la nueva novela de
Dave Eggers, una ficción terrible sobre el totalitarismo digital de las
corporaciones tecnológicas y las redes sociales.
La
historia es paradójica: una joven insegura y hasta cierto punto bipolar (Mae
Holland) es contratada por una corporación tecnológica en expansión imparable
(“El Círculo”) con objeto de consumar, mediante estrategias de marketing y
publicidad viral, sus designios benéficos de control absoluto sobre el
imperfecto mundo. Para realizar sus filantrópicos fines, tanto Mae como la
empresa californiana a la que sirve con creciente implicación sentimental, se
revisten de todo el aparato de reclamos seductores y proclamaciones
consideradas positivas en el contexto de la corrección política y el ideario seudorreligioso
New Age.
Todos
los proyectos de esta compañía omnímoda implican, en apariencia, un programa
progresista: la transparencia individual, los políticos y ciudadanos deben
aprender a vivir bajo la atenta mirada de los otros gracias a las cámaras que
los acompañan en todas sus actividades diarias o nocturnas, laborales o
domésticas, sin posibilidad de desconexión prolongada; la identificación
exhaustiva de las personas y sus orígenes familiares y biografías privadas
mediante testimonios, documentos y archivos disponibles; y la democracia real,
el fin último, mediante la inscripción digital de los votantes y la obligación
civil de participar en las decisiones públicas o las elecciones de cargos
nacionales y estatales.
Con
la maestría e inteligencia narrativas de libros anteriores, Eggers logra que la
trama alcance niveles de verosimilitud escalofriante hasta el punto de que todo
lo que se cuenta en ella no parezca producto de la imaginación paranoica, ni
del pesimismo especulativo, como en Pynchon, sino de la pura constatación de
tendencias y mentalidades que conducirían a la implantación del dominio
tecnológico de la sociedad sobre los individuos, suprimiendo la libertad y la
privacidad de un solo golpe.
En
todo momento, la ficción discurre por cauces realistas, incluso cuando el
despliegue de las posibilidades de la situación descrita sobrepasa los límites
de lo aceptable. De ese modo, Eggers parecería estar dando la razón al
Baudrillard que anunció, en plenos años noventa, la instauración del imperio
del bien como nueva forma de totalitarismo neutro, inofensivo en las formas e
insidioso en el fondo, tan peligroso como el tiburón extraído de la fosa de las
Marianas por uno de los líderes del Círculo que se trasmuta, inmerso en el
acuario decorativo situado en el atrio de la empresa, en un depredador voraz de
criaturas que en el ecosistema marino no constituían su dieta habitual.
Como
escribe a Mae un ex novio que rechaza con radicalidad el mundo creado por las
manipulaciones demagógicas del Círculo: “Tu gente está creando un mundo de luz
diurna omnipresente y creo que esa luz nos va a quemar vivos a todos”.
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