martes, 28 de marzo de 2017

NUEVA CARNE

 [Jorge Fernández Gonzalo, Políticas de la nueva carne, Excodra editorial, 2016, págs. 128]

La trascendencia es una vieja cuestión. Liquidadas todas las ilusiones ligadas a ella, no nos queda más que el cuerpo para responder a los desafíos de la existencia. El cuerpo y sus prótesis acopladas. Si algo ha tenido de original el cine de David Cronenberg desde los años setenta ha sido, precisamente, su poder de sugestión para recordarnos esta lección fundamental.
Una y otra vez, en escenarios siempre nuevos y revulsivos, el cineasta canadiense ha sabido formular desde la pantalla, sin renunciar al aplauso del público, una de las revisiones más radicales y profundas de cuanto significa la condición humana en el primer siglo verdaderamente tecnológico de la historia.
Es por ello un acierto total la publicación de un ensayo como este consagrado a glosar, película a película, la peculiar filosofía narrativa de Cronenberg. Una filosofía que se expresa a través de fábulas oscuras y ficciones alambicadas que logran, sin embargo, iluminar las dimensiones más reales de la experiencia humana. La muerte, el sexo, la enfermedad, el envejecimiento y la decrepitud, la relación íntima con la máquina y la tecnología, las pulsiones y mutaciones del cuerpo expuestas en plena desnudez orgánica, las máscaras de lo masculino y lo femenino, los fantasmas eróticos, etc.
Más allá de la exégesis discutible de algunas películas, el planteamiento global del libro es apasionante. En efecto, cabe destacar dos etapas en el modo en que Cronenberg ha afrontado su singular visión de la vida y el arte. Una más relacionada con los géneros del horror y la ciencia ficción, donde plasmó, con recursos gráficos y efectos especiales de impacto visceral, una primera aproximación a sus motivos dominantes. Esta “etapa teratológica”, como la denomina Fernández Gonzalo, se extendería desde “Vinieron de dentro de…”, su explosivo debut en 1974, hasta “La mosca”, la película donde su asociación con la maquinaria hollywoodiense le permitió llevar hasta las últimas consecuencias una estética financiada hasta entonces con limitaciones.
Es en ese momento cuando Cronenberg, un cineasta procedente de los márgenes del sistema de producción, se lanza a la conquista del prestigio cultural con “Inseparables”, la película que le gana el respeto de la crítica cinéfila. Esta segunda etapa, etiquetada como “perversa” por Fernández Gonzalo, es la que se extiende desde finales de los ochenta hasta ahora mismo, cuando el cineasta, tras completar memorables adaptaciones de Ballard (“Crash”) y de DeLillo (“Cosmópolis”) y una corrosiva sátira del Hollywood actual (“Mapas a las estrellas”), ha dado el salto a la literatura de calidad, consumando su ideario en formato novelesco (“Consumidos”).
No comparto del todo, sin embargo, la idea de Fernández Gonzalo de que estas etapas sean tan estancas y no haya signos de comunicación entre ambos períodos. Más bien, advierto en Cronenberg una evolución artística e intelectual que le lleva a renunciar a las aparatosas metáforas del subgénero para enfocar los mismos temas con mayor literalidad conceptual y despojamiento visual.
Consciente de que los tiempos han mutado y los gustos del público también, Cronenberg estaría conformando su obra como un bucle creativo para que en el futuro sea posible abordar la contemplación de sus películas en cualquier orden, partiendo del principio o del final, o desplazándose con movimientos arbitrarios entre una etapa y otra, sabiendo que en cualquier película estará asistiendo a la conjugación con variaciones significativas de un programa filosófico en el que, en palabras de Fernández Gonzalo, “la ficción, la fantasía, los sueños, configuran modelos de disidencia y resistencia”.
El cine de Cronenberg servirá como ningún otro, además, para entender el tránsito histórico de lo humano a lo posthumano. 

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