Mi columna de ayer en medios de Vocento
La
corrección política juega un papel decisivo en las elecciones presidenciales
americanas de hoy.
Está
ocurriendo un fenómeno curioso. La corrección política empieza a aburrir a todo
el mundo. Una prueba evidente fueron los remakes veraniegos de grandes éxitos
comerciales de los ochenta. No funcionaron en taquilla. El público acepta la
corrección política como ideología oficial del sistema, pero no quiere comulgar
a todas horas, incluso en el cine, con los mismos valores de los políticos que
ya usan televisiones y radios como púlpitos diarios. La gente quiere ocio y
diversión para evadirse de las duras condiciones de vida y también de las
opiniones dominantes. Así las cosas, el espectáculo político se divide ahora en
dos especies enfrentadas a muerte por el poder: los fantasmas y los
cazafantasmas. O por simplificar: los energúmenos anacrónicos como Donald Trump
y las pejigueras de salud endeble como Hillary Clinton. El escaso éxito de la
nueva Cazafantasmas pudo achacarse a
la sustitución del reparto masculino de la versión original por un elenco de
actrices cómicas en horas bajas. Hasta podríamos aventurar el resultado de las elecciones
presidenciales americanas de hoy a partir de la falta de refrendo popular a este
refrito cinematográfico. Las cazafantasmas como Hillary y los fantasmas como
Trump no convencen demasiado a un público saturado de pantomimas grotescas.
El principal
problema de la corrección política es que con su actitud hipócrita solo produce
peores fantasmas de los que ya existen. En Europa, los fantasmas más temidos son
el fascismo y sus productos derivados y marcas blancas. Se venden últimamente a
precios de saldo en los supermercados electorales y obtienen una demanda
creciente entre consumidores adultos. En España, por razones históricas fáciles
de entender, el fantasma número uno se llama corrupción y reparto de prebendas.
La presencia mediática de los fantasmas más reconocibles termina haciéndonos
olvidar que hay otros males mucho más graves. Y que las dimisiones y juicios en
cadena solo solucionan una parte nimia del problema. Los espectros que deberían
aterrorizarnos de verdad son los que no vemos. Los que se esconden tras el
telón de las apariencias. Cuando el dinero es rey, todos los demás dominios de
la vida se vuelven siervos de su poder.
En el
mundo actual la política es una simple fachada. Y los políticos cumplen su función
de comparsas como los muñecos en la feria, para que los ciudadanos tengan a
quien disparar cuando estén indignados. La soriasis galopante de ciertos
partidos no debería engañarnos. Los escándalos se neutralizan con eficacia
infrecuente. Donde la vestidura del sistema se tensa y amenaza con romperse allí
actúan los cazafantasmas a toda prisa para reparar el desgarrón. Mientras el
plan sea este, los fantasmas y cazafantasmas oficiales se estrellarán una y
otra vez contra la pantalla de la indiferencia y el hastío de los ciudadanos. El
mundo que viene puede ser muy aburrido, pero también muy peligroso.
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