Se ha dicho que Raymond Chandler
repetía esquemas, personajes y situaciones. Hay quien lo ha achacado a la falta
de imaginación del autor de El sueño eterno y Adiós, muñeca, quizá junto
con El largo adiós su trío de obras
maestras absolutas. Y hay quien ha sabido entender que la carencia de
originalidad en la construcción de las tramas o la composición de sus elementos
era intencionada, más una respuesta estética a las condiciones de vida bajo el
capitalismo, como supo entender Robert Altman en su maravillosa perversión
fílmica (The
Long Goodbye; 1973) con la complicidad de Elliott Gould, el Marlowe más
Marlowe de todos los actores que han encarnado al carismático detective, que una claudicación a las
exigencias banales de la industria editorial…
[Raymond Chandler, El largo adiós, Debolsillo, trad.: Justo E. Vasco, 2015, págs. 448]
“El crimen no es la
enfermedad, es un síntoma…El crimen organizado no es más que el reverso sucio
de la fuerza del dólar.”
-R. Chandler, El largo adiós-
La agonía creativa de escribir esta
novela magistral podría quizá emparentarse con la agonía somática de una mujer,
Cissy, esposa y cómplice de Raymond Chandler en todos sus crímenes literarios,
desde el momento dramático en que se le diagnostica una enfermedad terminal
hasta el desenlace doloroso, ya publicada la novela, en que muere. La sombra
melancólica de la muerte de la mujer amada convierte a El largo adiós (1953) no solo en una de las grandes novelas
policiales de todos los tiempos (como declara Ricardo Piglia en el espléndido
epílogo a esta edición, extraído de El último lector), sino en un insuperable documento sobre la lucha cuerpo
a cuerpo de un escritor consagrado por realizar su obra contra todos los
obstáculos, existenciales o culturales, que trataron de impedírselo.
Según declaró en una carta, Chandler había comenzado
a escribir la novela en tercera persona y, en una fase intermedia de su
redacción, percibió que perdía interés en el protagonista, el detective privado
Philip Marlowe, y decidió reescribir la novela íntegramente en primera persona,
como en casos anteriores, eliminando un puñado de escenas focalizadas en personajes
secundarios. Fue en ese instante decisivo cuando se dio cuenta de que entre él
y Marlowe, entre el escritor y el personaje perdedor, existía un vínculo
indesligable del que había tratado de escapar en vano.
Como el detective Marlowe, moviéndose con astucia
en una realidad peligrosa dominada por los crímenes mafiosos y los vicios
policiales, el capitalismo de los grandes negocios y las grandes corporaciones,
las familias adineradas y sus escabrosas vidas privadas, así el escritor Chandler,
combatiendo en solitario con los recursos del género detectivesco para imponer
al mundo cierta nobleza ética mediante un formato narrativo tan impuro como el
pulp, un modo de ficción demasiado comprometido con el régimen de explotación
de la cultura de masas.
Fue el crítico Fredric Jameson quien destacó la ingeniosa
estrategia de Chandler al elegir el discurso de la novela negra para dirigirse
al grueso de los lectores adictos a la acción y no al pensamiento. Con agudeza
balzaquiana, Chandler supo transformar el territorio urbano de Los Ángeles en un
fértil laboratorio narrativo donde se experimentaran las derivas extremas de la
sociedad norteamericana, logrando infiltrar en la mente del lector ávido de
misterios una representación diáfana de las miserias modernas de esa gran
ciudad “sórdida, guarra y retorcida”.
En el fondo, la ambigua amistad del detective
desengañado Philip Marlowe y el veterano de guerra y enigmático gigoló Terry
Lennox, eje transversal de la enrevesada trama de El largo adiós, es otra trampa ficcional diseñada para lectores
ingenuos. Manipulando ese afecto viril con inteligencia maquiavélica y
combinándolo con la excitante presencia de un trío espectacular de mujeres fatales
(las hermanas Sylvia y Linda, hijas del magnate de la prensa Harlan Potter, y
Eileen Wade, esposa del escritor superventas Roger Wade), Chandler logra que el
siniestro mundo habitado por los perversos personajes y sus destructivas relaciones
de odio y deseo, hipocresía y depravación, envidia y codicia, poder y
fragilidad, contenga un retrato crítico tan efectivo como en una novela
realista y una denuncia social tan devastadora como en una sátira marxista de
la época.
Como el lúcido Chandler escribiría sobre El largo adiós a su editora reticente: “No
me preocupa si el misterio es muy obvio, me preocupa la gente, este extraño mundo
corrupto donde vivimos, y cómo cualquier hombre que trata de ser honesto parece,
al final, o bien un sentimental o bien totalmente necio”.
Esta es la filosofía moral de Chandler (una
ética para perdedores con dignidad y clase, como Marlowe) y El
largo adiós su consumación novelesca.
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