Carlos A. Scolari, uno de
los más destacados estudiosos de la interacción de los campos de la literatura
y la cultura con las nuevas tecnologías, me entrevista en su blog Hipermediaciones.
1) A estas alturas está
muy claro: los medios de comunicación evolucionan, cambian, adoptan nuevas
formas y generan nuevas prácticas. En las últimas dos décadas estas mutaciones
se aceleraron hasta jaquear el modelo del "broadcasting"... ¿Cómo
afectaron estos cambios a la literatura? ¿Puedes resumirnos en pocos párrafos
estos cambios?
Creo
que debemos empezar a considerar a la literatura en sí como una tecnología, una
tecnología basada en el lenguaje, que es otra tecnología anterior, quizá la más
genuina de todas, la primera que aprendemos a manipular sin dominarla nunca del
todo ni entender su compleja naturaleza. Más allá de sus relaciones con otras
tecnologías, por tanto, que me parecen accesorias, me gustaría puntualizar esta
condición tecnológica intrínseca a la literatura y, en especial, a la narrativa
literaria. Cada vez que analizo o comento un texto, soy plenamente consciente
de que estoy leyendo un dispositivo, un artefacto construido para ser
descifrado o descodificado conforme a unas pautas que pueden o no estar
inscritas en el texto. Un dispositivo o un artefacto, eso sí, que puede
producir, con independencia de sus otras funciones y formas reconocibles, efectos
emocionales y afectivos, intelectuales, estéticos e incluso espirituales,
calculados o no por su autor efectivo. Por tanto, la primera pauta para una
definición tecnológica de la narrativa pasa, en una primera fase, por la
desidealización del discurso de la literatura sobre sí misma y el rechazo a
cualquier interpretación excesivamente romántica o idealista de la narrativa.
No
veo, por otra parte, a la literatura narrativa como a una observadora distante
de los cambios acaecidos en el paisaje tecnológico de las últimas décadas, ni
tampoco como una aguafiestas cultural. Tal como lo entiendo la narrativa
literaria que me interesa leer y escribir parte de una situación en la que se
sabe cultural y tecnológicamente relegada pero al mismo tiempo aspira a preservar
sus formas y funciones en un contexto ampliamente hostil. Tanto económicamente
como culturalmente esta situación puede ser considerada como postliteraria y,
en este sentido, la literatura solo puede sobrevivir con plena consciencia de
su nueva identidad, adoptar la dudosa máscara de la postliteratura. Esto afecta
tanto a lo que la literatura puede decir como al modo de decirlo y, una vez
dicho, de ponerlo en conocimiento de sus receptores habituales. Los nuevos
tiempos constituyen más un desafío a los poderes lingüísticos de representación
y comunicación escritos que una motivación para desaparecer o aceptar
desplazarse al rincón de lo marginal e insignificante. La literatura narrativa
puede disputar el espacio de la comunicación una vez que acepte su nuevo
estatus y asuma que su combate, por así decir, no es solo contra las formas
impuestas por la tecnología sino también contra los formatos anacrónicos y
sucedáneos generados por las imposiciones del mercado neoliberal. No es, en
este sentido, un papel sencillo. El escritor puede sentirse en conexión con una
longitud de onda que se remonta a la literatura más antigua y, al mismo tiempo,
mantener su módem creativo conectado en banda ancha a todos los formatos y
códigos del presente más intempestivo…
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