Cuando a comienzos de
los sesenta coincidieron en un ascensor Marlene Dietrich, ex amante de
Kennedy, y Marilyn Monroe, su amante actual, la morbosa madura preguntó con
impertinencia a la estrella más joven solo una cosa: “¿te has acostado ya con
Papá?”. A la Saturnine de Nothomb, hija putativa de Saturno, no podría
preguntársele lo mismo, puesto que el sexo ha sido excluido de su relación con
el patriarca seductor de la novela, pero quizá sí a la autora, dueña de todos
los enigmas y secretos que sostienen su singular concepción de la literatura.
[Amélie Nothomb, Barba Azul, Anagrama, trad. Sergi Pamiès, 2014, págs. 138]
Desde su primera novela publicada (Higiene del asesino; 1992), la
literatura de Amélie Nothomb no se alinea ni con Adán ni con Eva. Instalada en
la conflictiva encrucijada de los sexos, practica la ambigüedad y la paradoja como
recursos estilísticos para auscultar sin remilgos la escabrosa intimidad de las
relaciones y la volátil perversidad de las emociones. En esta maliciosa parábola
sobre la defunción del patriarcado, como ya lo era su novela anterior (Matar al padre),
Nothomb escenifica una arriesgada vuelta de tuerca a su visión del malentendido
secular entre hombres y mujeres apostando por la venganza calculada, el
culturalismo inteligente y el apoderamiento irónico como medio de consumación
de la identidad femenina.
Con fingida candidez, Saturnine Puissant se
presenta a un extraño casting junto con una multitud de féminas deseosas de ser
elegidas por un aristócrata español de nombre paródico (Elemirio Nibal y
Mílcar) para compartir el ampuloso palacio parisino donde habita retirado del
mundo desde su juventud. Este figurón, tan carismático como siniestro, fascina a
las candidatas con la leyenda criminal de las ocho mujeres desaparecidas con
anterioridad en similares circunstancias, víctimas de su indiscreción
proverbial. Como el decrépito Don Juan de Torrente Ballester, Elemirio es un
seductor paciente y percibe de inmediato en Saturnine un don admirable que no
reconoce en otras competidoras.
Invirtiendo los planteamientos del cuento cruel de
Perrault, la estrategia del seductor participa de la persuasión y la perseverancia
mientras la actitud de la mujer se funda en la irreverencia y la determinación.
Por eso el encuentro alquímico entre Elemirio, un esteta católico que comulga
con los dogmas de la Inquisición, el ideario sublime de Ramón Llull y la teoría
de los colores, y la melancólica Saturnine, joven profesora sustituta de arte
en el Louvre, no podía adoptar otra forma narrativa que la dialogada. Como en un
film de Manoel de Oliveira, único director actual que podría adaptar los
refinamientos culturales y sutilezas filosóficas de esta ingeniosa novela, el monstruo
masculino y su adorada compañera se reunirán cada noche en la cocina palaciega para
degustar suculentos platos preparados por él, beber el oro delicioso del
champán más caro y conversar hasta tarde sobre lo divino (con sabroso aderezo
bíblico, teológico y mitológico) y lo humano (la perfidia, bajeza y estulticia
del género). El conocimiento carnal es pospuesto por razones obvias.
En un momento de flaqueza, cediendo al chantaje
del amor incipiente, Saturnine se plantea, como Scherezade, el dilema sentimental
de ser la última mujer que salve la vida de sus congéneres y sacie la sed infinita
de belleza del anacrónico español (una suerte de Miguel de Mañara ya
desengañado de la tentaciones de la carne y entregado a la devoción y la
meditación trascendente) con la que aparenta sentirse cómplice. El hermoso
episodio del regalo de la falda confeccionada a medida por Elemirio, con la
conjunción del amarillo del forro y el terciopelo dorado proponiendo a
Saturnine un pacto simbólico, confirma la intención final de Nothomb. Crear una
alegoría que represente el proceso de formación de una escritora como ella,
invitada de privilegio a la fiesta patriarcal de la literatura y la vida, que se
adueña con astucia de la situación, a pesar de las complicaciones, y la
transforma a su conveniencia.
Esta alquimia es enigmática y perturbadora. El
oro simboliza la vida en su apogeo solar, como el amarillo de la yema de huevo,
pero también la muerte. Elemirio compraba con oro indulgencias eclesiásticas para
sus crímenes. Saturnine acaba con estos y se transmuta en oro metafórico cuando
Elemirio muere en la cámara secreta. Nothomb es esa novelista que nos ofrece el
estupor y el temblor de la vida en un recipiente artístico de preciosa
fabricación. Yema de huevo en taza áurea.
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