I don't take it seriously, but being called a 'bad citizen' is a compliment
to a novelist, at least to my mind. That's exactly what we ought to do. We
ought to be bad citizens. We ought to, in the sense that we're writing against
what power represents, and often what government represents, and what the
corporation dictates, and what consumer consciousness has come to mean. In that
sense, if we're bad citizens, we're doing our job.
{Don DeLillo, La calle
Great Jones, Seix-Barral, trad.: Javier Calvo, 2013 (1973), págs. 295}
Este libro habla del fin de una cultura. Con más
exactitud, este es un libro sobre la decadencia de la contracultura. No sobre
su final, exactamente, sino sobre el momento en que la contracultura se
disolvió en la cultura del consumo como una aspirina efervescente en un vaso de
agua del grifo. Ese momento crítico en que el rock y la revolución del rock y
la dudosa poesía del rock y demás efectos especiales de la contracultura
lisérgica se transformaron, por obra y gracia de los mercaderes, en una
gigantesca impostura, un tinglado espectacular consagrado al servicio del
dinero, el lujo y la riqueza de una minoría y a la explotación de la credulidad
y el tedio de la mayoría.
Una impostura dionisíaca, eso es el rock desde
hace al menos cuatro décadas y quizá lo era ya desde el principio: un escenario
tragicómico donde una banda de actores estrafalarios cobra sumas millonarias por
liberar abundantes cantidades de energía cinética y libidinal para que los
jóvenes de cada generación abandonen sus sueños más exaltados y sus deseos revolucionarios
en nombre de una utopía simulada. Para eso sirve el rock en las sociedades
capitalistas, como purga romántica de las tensiones sociales y políticas. Así
lo muestra esta lúcida novela de uno de los más grandes novelistas actuales, a
quien, sin embargo, nunca darán el premio Nobel. Ningún escritor que desnude la
farsa programada y el simulacro endémico que representa la cultura oficial podría
ganar nunca tal galardón.
La calle
Great Jones
se ambienta en ese período crucial de la historia de la cultura popular que
abarcan, como hitos ineludibles, películas como Performance, de Nicolas Roeg, que prefigura la perspectiva irónica de DeLillo, y El fantasma del Paraíso, gran sátira
carnavalesca de Brian de Palma que escenifica el final apoteósico de la vida alternativa cifrada
en los aullidos desesperados y guitarreos estridentes del rock. Cuando el
cantante Bucky Wunderlick, líder de una banda de éxito masivo, decide
abandonarla para enclaustrarse como un monje desarrapado en un sórdido apartamento
de una calle desahuciada del submundo neoyorquino apenas imagina la aventura
mental que está a punto de vivir. El fantasmagórico viaje de una conciencia
alterada hasta sus fundamentos más preciosos por la paranoia de las relaciones de
poder y la esquizofrenia de las percepciones y sensaciones del mundo real. En
torno a su figura decaída orbitará un elenco de personajes estrambóticos, desde
rapaces productores musicales con intereses en el negocio inmobiliario y el narcotráfico
a sectas utópicas de credo nihilista, o gánsteres filósofos al estilo de Beckett
o Pinter y no de los clichés mafiosos de Coppola o Scorsese.
En una de sus primeras tentativas de crear una
narración totalizadora de su tiempo desquiciado, DeLillo logra una paradójica alegoría
del mundo por venir. Un mundo estancado entre la repetición estéril de los
gestos del pasado, la parodia de sus modelos y el círculo vicioso de sus
ideales degradados, y el extremismo de toda forma de explotación. La droga experimental
que acaba impregnando de misterio los hilos de la trama, como un objeto no
identificado, expresaría el deseo terminal de una cultura, hastiada de sí misma,
que mistifica su desaparición tomándola por un nuevo comienzo. En realidad, la
salvación de Bucky pasa por el consumo de la poderosa droga que le permite
regresar a un estado de vida latente que su música perseguía como una ilusión
de inocencia anterior al lenguaje. La escritura de la novela, esta novela en
primera persona sobre su alucinante travesía temporal, termina dándole la
oportunidad de hallar una cierta salud mental a través de las palabras.
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