Michel
Houellebecq es el primer escritor clon de la historia. O el primer clon
escritor, si se prefiere. El primer novelista que adopta la perspectiva del clon
sobre el humano para narrar los últimos días de su existencia en el planeta
tierra. Quizá sea este el designio final de su literatura. Y algunas de sus
novelas lo iluminan con perversa autoconciencia, como La posibilidad de una isla, la más incomprendida de todas, en parte
por esto mismo. Por mostrarnos en toda su crudeza elemental la verdadera
evolución de Houellebecq desde la payasada aún humana (el ángulo clown de su literatura) hacia la
risotada posthumana (el ángulo clon
de su vida y obra), dominante al fin. Sus máscaras narrativas se desplazan así
entre avatares y clones, réplicas virtuales y dobles biológicos del escritor
carismático.
Por otra parte, todas las novelas
de Houellebecq constituirían el “inconsciente político” de la hipermodernidad europea,
como la denomina Lipovetsky. El éxito increíble del discurso de Houellebecq se fundaría,
de ese modo, en haber sabido articular,
no importa si por afán de notoriedad mediática o de cruda revancha social, como
le achacan sus numerosos enemigos, un discurso provocativo, minoritario e
impopular con fuerte tirón mayoritario en un contexto comunicativo donde la
novela parecía condenada por imperativos comerciales a la inanidad estilística,
la moralización y el entretenimiento de masas o el ocio más inofensivo.
El método Houellebecq
¿Tuvo Houellebecq
una infancia normal? Cuenta la
leyenda literaria que ese período instructivo de toda vida se lo pasó al
cuidado de su abuela mientras su madre, a la que luego odiará por esto, se lo
montaba a lo grande viviendo la vida loca de las comunas libertarias y la
fraternidad comunista de la época. Así que Houellebecq, como escritor y como
hombre, es un reaccionario “hijo de mala madre”, el subproducto esquizofrénico
de los excesos naturalistas de los años sesenta y demás derivas políticas de la
moda primaveral de entonces.
A la sombra afectiva de la abuela, el niño Houellebecq se
transformaría en un monstruo filosófico: cuerpo infantil y cerebro senil. Con muy
pocos años, su cuerpo emaciado prematuramente poseía la sabiduría acumulada de
milenios de conocimiento y experiencia del mundo. Cuando se miró al espejo por primera vez,
retrocedió con pasmo, horrorizado ante lo que veía. Ese cuerpo y esa mente no
parecían habitar el mismo espacio-tiempo. Tardaría años en volver a mirarse sin
miedo a reconocer al otro en sus facciones. Los mismos años quizá en que
decidió hacerse poeta. Escribiendo cosas como esta: “Por un lado está la
poesía, por otro la vida”…
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