[Toni Montesinos, La
pasión incontenible. Éxito y rabia en la narrativa norteamericana, Pre-Textos, 2013, págs. 275]
Lo primero que se impone durante la lectura de este
libro, tan apasionado como sincero, es la imposibilidad de contener en un solo
volumen la riqueza inagotable de la narrativa norteamericana. La literatura
occidental más joven ha acabado convirtiéndose en una de las más prolíficas y
admiradas de la historia, y no solo por la primacía económica y política del
país. La prueba definitiva es este hermoso ensayo de Montesinos donde todos los
autores presentes podrían ser perfectamente sustituidos por un número similar
de ausentes sin que el conjunto se resintiera. Pero Montesinos no pretende dar
cuenta exhaustiva de la literatura norteamericana sino ofrecer un recuento
personal de lecturas que le permitan iluminar las constantes genéticas y los
rasgos singulares que aprecia en esa narrativa.
De ese modo, Montesinos comienza en el prólogo
definiendo un supuesto espíritu literario genuinamente norteamericano, fundado en la
afirmación intransigente del individualismo, la fraternidad promiscua del hombre libre y la contemplación
panteísta de la naturaleza, tal como lo expresaron Emerson, Thoreau y Whitman.
La voz americana surge, por tanto, como un registro disidente respecto del sino
comunitario, orientado hacia el puritanismo, el pragmatismo y el comercio. No
es casual que en el siglo diecinueve autores como Melville,
Hawthorne y Poe establecieran, cada uno a su manera, un paradigma de
excentricidad artística y fracaso individual frente a la normativa cultura imperante
en el país. El canon fijado por Montesinos para el período decimonónico, a pesar
de la idealización y sublimación de sus orígenes, es incuestionable y funciona como cartografía de la línea de fuga o la anomalía deleuziana inscrita en la literatura americana. Como lo es también su espléndida
revisión de la primera mitad del siglo pasado, a pesar de las notorias ausencias
de Djuna Barnes y Nathanael West, tan creativos como Carson McCullers o Scott
Fitzgerald.
La idea de emparejar autores a la manera del arca
de Noé es un acierto metódico y no solo metafórico. Cada capítulo abre así una
perspectiva dialéctica sobre los escritores elegidos y sus obras escogidas. Ese
careo biográfico o ese antagonismo artístico, según los casos, le sirve además para
definir una ideología literaria dominante, afín al realismo en todas sus
variantes reconocibles, caracterizada también por sus exclusiones y rechazos.
Cualquier atisbo de posmodernismo, ciencia ficción o narrativa avant-pop, tres de las vetas más
sobresalientes de la narrativa norteamericana del último siglo, es silenciado, juzgándolo
impropio de la esencia de una literatura inmensa reducida, por razones
espurias, a expresión moral de la malograda experiencia americana.
Con todo, mi objeción principal no radica en la
subjetiva selección de autores y la parcialidad de algunos juicios estéticos
sino, más bien, en el signo sintomático de las omisiones y la arbitrariedad
crítica de algunas preferencias. Unas y otras logran suscitar innumerables
preguntas al concluir la apasionante lectura. ¿Se puede justificar la ausencia
de cualquier referencia a William
Gaddis, el mayor novelista norteamericano de la segunda mitad del siglo
veinte, o de un genio rabelesiano como John Barth? ¿O la exclusión sistemática
del filón imaginativo generado por la ficción científica de autores como Dick, Vonnegut,
Delany o Gibson? ¿No se basa la opinión negativa del autor sobre la literatura de
William Burroughs en la frecuentación preferente de sus obras menores? ¿De
verdad cree que el máximo exponente de la novelística más reciente es un epígono
como Paul Auster? ¿O que escritores de la importancia seminal de DeLillo
y Pynchon
son solo decepcionantes productos del mercadeo, las modas literarias y la
publicidad editorial? ¿No sería una prueba incontestable de la multiplicidad creativa
de la novela norteamericana la coexistencia generacional de autores tan antagónicos
como Philip Roth y Robert Coover?
En cualquier caso, un libro como este, capaz de
provocar el debate intelectual en un contexto social de desprecio a la
literatura, me parece muy valioso y altamente estimulante.
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