“That´s the choice? Light or pussy? What kind of a choice is that?”.
-Thomas Pynchon, Against the Day-
Devenir Jabulani
Nos pongamos como nos pongamos, el proceso de feminización emprendido por muchas de nuestras instituciones e instancias públicas no es sólo un fenómeno irreversible sino deseable. Literalmente, un fenómeno en donde el deseo no sólo está implicado sino que es solicitado y hasta movilizado de modo preferente. Hace poco oíamos hablar sin escándalo de la feminización de los socialistas catalanes y de la misma Cataluña. En cualquier momento, se nos anunciará la feminización definitiva del empresariado, la judicatura, el ejército o la banca. La desvirilización de la Iglesia católica es fundacional, de ahí quizá la abusiva pederastia y también la “efeminofobia” galopante de la institución. La monarquía, en cambio, no debería tener devenir, ni masculino ni femenino.
Es probable que tardemos mucho más tiempo en ver una cierta feminización del fútbol. Feminizar el deporte rey, no obstante, no debería limitarse a multiplicar el número de espectadoras pasionales, mucho menos, como sucede con frecuencia en los verdes campos de medio mundo, a sembrar de reporteras atractivas los aledaños de la zona erógena del vestuario, controlando micrófono en mano el acceso de los jugadores.
En el cerebro del aficionado a cualquiera de los deportes donde las pelotas están en juego se vive un conflicto paralizante. Atender al deseo más poderoso o a la disciplina elemental. A su peculiar manera, la introducción del Jabulani en este último Mundial futbolístico podría equipararse, sin exagerar, a una conspiración de mujeres para hacerse con el dominio real del partido incrementando la peligrosidad de cada jugada. En este sentido, a pesar de la disminución de las costuras, cabría hablar de un cierto “devenir mujer” del balón, transfigurado ahora, en detrimento de la estrategia viril de los equipos, en un arma de ataque imprevisible, de trayectoria esquiva y engañosa, de trato inseguro, cualidades tipificadas como femeninas por la misoginia más militante.
Sin embargo, si hay un dominio donde lo femenino no tiene que irrumpir con artimañas ni zalamerías, es el de la música y, en particular, la música pop y sus ramificaciones en formato videoclip. Aquí triunfan en todo su esplendor las coreografías, los gestos y las voces de lo femenino, y el aficionado de cualquier género se vuelve un esteta, como Tarantino en Death Proof, capaz de llegar al fondo de sus deseos al menos con la mirada y el oído. Un programa de feminización intensiva estaría de más en un mundo poblado de tantas divas de garganta fácil como Madonna, Britney Spears, Christina Aguilera, Pink, Rihanna, Katy Perry, Anna Nalick, Grace Jones, The Pierces, Beyoncé o Lady Gaga, entre muchas otras.
En los últimos años, el efímero femenino se ha expresado como nunca en canciones y videoclips, poniendo sobre la mesa de la renegociación su problemática más acuciante. Que ésta sea casi siempre sentimental, afectiva o directamente sexual no obsta para que esta feminización de los discursos masivos, mediada por el aparato mediático capitalista, sea un acontecimiento cultural tan definitivo como estimulante…
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