miércoles, 3 de marzo de 2021

TRAGICOMEDIA SEXUAL


 [Amélie Nothomb, Los nombres epicenos, Anagrama, 2020, trad.: Sergi Pàmies, págs. 125] 

Desde su primera novela publicada (“La higiene del asesino”), la literatura de Amélie Nothomb, según confiesa su autora, no se alinea con Adán ni tampoco con Eva. Instalada en la conflictiva encrucijada de los sexos, practica la ambigüedad y la paradoja como recursos estilísticos para radiografiar la escabrosa intimidad de las relaciones y la perversidad de las emociones.

En esta tragicomedia sexual, donde la comedia de diálogos ingeniosos y chispeantes (dignos de una screwball comedy de los años treinta y cuarenta de Howard Hawks, Preston Sturges o Mitchell Leisen) se combina con el trasfondo melodramático de la historia, Nothomb acierta a proporcionar al lector una parábola sobre la superioridad femenina y la derrota masculina en todos los ámbitos, desde los más privados a los más públicos. Una mujer joven, Reine, tras una sesión amorosa de una intensidad superlativa, le dice a su acompañante anónimo que planea casarse con otro hombre, Jean-Louis, que le promete una posición confortable y próspera. Poco después, otra mujer joven, Dominique, satisfecha de su soltería, conoce a un chico extraño que dice llamarse Claude y le ofrece casarse de buenas a primeras.

A partir de ese momento, seguimos las vicisitudes parisinas del matrimonio entre Dominique y Claude, desde las dificultades iniciales con el dinero y los domicilios y los problemas de la maternidad hasta el éxito económico y social. Claude triunfa en la filial de la empresa que dirige y alcanza una situación óptima para ascender en la escala social mientras sus relaciones con su hija Épicène, semejante a él en el físico y el temperamento, se fundan en el odio mutuo. Es entonces cuando esta novela veloz e intensa da un giro inesperado que ensambla, con maestría narrativa, todos los hilos de la trama balzaquiana para desembocar en un descubrimiento terrible y una venganza inevitable.

Los nombres de los personajes son esenciales a la trama en la medida en que la condición de epicenos, es decir, su indistinción sexual o genérica, es la que establece la igualdad de partida en la carrera de la vida entre hombres y mujeres. La referencia culta de la novela, como siempre en Nothomb, alude en este caso al dramaturgo Ben Jonson, autor de una comedia transexual (“Epicena, o la mujer silenciosa”), donde un actor tenía que interpretar a un chico disfrazado de chica, escenario que su coetáneo Shakespeare explotó en sus comedias más equívocas. Esta curiosa obra de Jonson tuvo la peculiaridad de ser representada en 1609 por una compañía de niños actores, cuyas voces sonaban ambiguas y podían interpretar papeles de ambos sexos.

Esta referencia literaria se plasma en el nombre de la hija de Dominique y Claude: padre y madre de nombre epiceno engendran una hija a la que, por sugerencia paterna, llaman Épicène. Épicène es una criatura portentosa, uno de los personajes más singulares de la literatura de Nothomb y quizá su autorretrato imaginario más logrado. Niña hipersensible, estudiante superdotada, lectora políglota, ella toma las riendas de la situación llegado el punto crítico y venga los agravios maternos.

Como fábula sin moraleja, esta novela es una celebración de la feminidad en todas sus facetas: la maternidad, la filiación, la amistad. Y un alegato en favor de la dignidad y la autoestima femeninas. No es severa con los errores inveterados del sexo femenino en su secular subordinación al orden patriarcal, pero señala con inteligencia el camino a seguir para superar una situación de desventaja injustificable e inferioridad asumida que no corresponde a la potencia real de las mujeres. En el fondo, Nothomb hace pensar que la idea de la igualdad entre hombres y mujeres podría ser tramposa y encerrar, una vez más, una injusticia hacia las segundas. 

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