Qué suerte
la nuestra. La pandemia nos ha hecho globales y la globalización se ha
desinflado al mismo tiempo, poniendo a cada uno en su lugar. China es la nueva
vecina rica y poderosa del bloque y da miedo pensar en sus tendencias autoritarias.
Menos mal que los americanos, aun noqueados, siguen ahí plantando cara a la
adversidad con eficacia garantizada. El duelo de este dúo de monstruos marcará
el futuro con secuelas impredecibles.
Ya vivimos
en el futuro. Eso significa, según DeLillo, sobrevivir entre las ruinas del
futuro y mirar al porvenir desde los vestigios del pasado. Así vamos. Entre el
racismo de la realeza británica y las dudas genéticas sobre Paquirrín, en la
cultura popular no ganan para disgustos. Y aún soñamos con vivir en Marte.
Nuestra imaginación no tiene límites ni pasta para financiarse.
Por si
fuera poco, nuestros políticos están en pie de guerra. Una moción de censura
que era el inicio de la segunda reconquista sanchista ha desencadenado una
lucha de poder implacable. El maquiavelismo manda más que el virus chino. Y los
ciudadanos se resignan a su aciago destino democrático como hace Ciudadanos. La
formación naranja, si continúa la hemorragia, se quedará blanca en mayo. La
desbandada total. Eso pasa por aliarse con Sánchez contra sus socios naturales.
Parece mentira. Ya nada es natural. Todo se fabrica en laboratorio. Hasta el “Wall
Street Journal” lo reconoce.
Un año
después, los ricos son más ricos y los otros, sin demagogia, cada vez más
iguales. En el Gran Mercado del Mundo basta con sembrar el caos para cosechar
desgracias masivas y suculentos beneficios. Con la pandemia, como dice Ivan
Krastev, todas las distopías del mañana se han fundido en una pesadilla real. El
pasaporte covid es una idea digna de los nazis, expertos en clasificar gente
como reses en el matadero. El experimento social funciona como si nos hubieran
metido a todos en la lavadora de la historia y ahora estuviéramos en pleno
centrifugado. Eso supone la vacunación. Fármacos de diseño que nos inyectan la
globalización en vena.
AstraZeneca lo tiene todo para triunfar. Desde el nombre hasta el precio. Hace falta el estoicismo zen de Séneca para ponérsela y el cinismo astral de sus directivos para venderla como revolución viral. Los niños en la escuela ya se aprenden la fórmula que mata profesores. Y esto es solo el principio del siglo XXI. Más vale no imaginar el final. La inmensa mayoría de los adultos que padecemos la pandemia no lo veremos. La vida es cruel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario