[Daryl Gregory, La extraordinaria familia Telemacus,
Blackie Books, trad.: Carles Andreu, 2018, págs. 542]
Antes de que esta divertida novela,
cuyo título original (“Spoonbenders”) rinde homenaje irónico al ilusionista Uri
Geller, se transforme en teleserie de éxito, conviene quizá plantearse uno de
los dilemas artísticos más importantes de nuestro tiempo: qué formato narrativo
(audiovisual o novelesco) se ajustaría más a la excéntrica historia de una
familia de mentalistas que se extiende entre la década de los sesenta y ese año
clave de la era Clinton que fue 1995, cuando internet iniciaba su expansión
social y el mundo desconocía las mutaciones radicales del nuevo siglo.
El primer acierto de Gregory en su sexta novela reside
en la datación histórica. Elegir el género de la novela de familia constituiría
otro acierto de signo más paradójico. De ese modo, lo familiar se hace extraño y lo extraño
familiar. Como aconsejaba Aristóteles, la familia consanguínea y sus
ramificaciones genealógicas deben ocupar el centro de cualquier trama trágica o
dramática, pero también cómica. Y si esa familia es, por añadidura, una estirpe
de individuos dotados de poderes psíquicos, esa trama combinará múltiples registros
narrativos para dar cuenta de la rareza melodramática de sus personajes. Por esta razón, Gregory,
escritor versado en subgéneros fantásticos y especulativos, ha preferido ambientar
su ficción en un entorno urbano realista como Chicago.
A pesar de este detalle, la novela comienza con
una escena fabulosa que anticipa el estrambótico mundo en que se sumergirá el
cerebro del lector. El viaje astral de Matty, uno de los adolescentes de la
familia, en el instante eléctrico en que una subida de tensión sexual, secuela del
fisgoneo de la intimidad de su fascinante prima Malicia, desencadena en él una
escisión entre la mente y el cuerpo que le permite emprender su primer vuelo mental
sobre el abigarrado mundo de los humanos.
Pero Matty es solo el nieto superdotado de una
familia compuesta por un grupo humano tan singular como sus destrezas sobrehumanas. El abuelo
Teddy Telemacus, fabulador carismático y jugador de envergadura, la difunta
abuela Maureen McKinnon, transmisora genética de los poderes psíquicos de la
prole, y tres hijos: Irene, detectora compulsiva de mentiras ajenas, Frankie, fallido
explotador de su don, y el visionario Buddy, paralizado a causa de sus
precogniciones. Irene es la madre soltera de Matty, Frankie, casado con
Loretta, es el padre de tres niñas encantadoras, Malicia y las gemelas Cassie y
Polly, mientras Buddy permanece en un celibato tortuoso.
El patriarca Teddy se encarga de preservar la
memoria mítica de los orígenes familiares, contando historias inverosímiles y
evocando anécdotas de cuando la familia Telemacus se paseaba por los platós televisivos
realizando espectáculos paranormales, hasta que un fallo imprevisible de
Maureen los sumió en el fracaso y el olvido. Teddy y Maureen se conocieron
durante un experimento científico universitario y él, desprovisto de poderes
pero sobrado de talento como prestidigitador, enamoró a la vidente Maureen, se
casó y vivió con ella hasta el día en que, entrando en la treintena, se
autodiagnosticó un cáncer de ovarios incurable.
El secreto de la familia, no obstante, se va
revelando a medida que avanza la novela y tiene que ver con la colaboración de
la mente portentosa de Maureen con el gobierno americano durante la guerra
fría. El desenlace feliz de esa trama enredada es propio de la era Clinton:
esos años del deshielo en que se creyó por última vez que la geopolítica y la
historia podían firmar un tratado de paz perpetua.
En suma, una gran novela extravagante que cuenta
una historia original sin perder la gracia humana del relato ni la sensibilidad
contemporánea para las vidas diferentes.
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