[Mark Fisher, Lo raro y lo espeluznante, Alpha Decay, trad.: Núria Molines, 2018, págs. 168]
Si el terreno de lo que hay ha sido acotado por
el realismo capitalista, es lógico pensar que el terreno de lo que podría
existir, el espacio de la utopía y el deseo, podría configurarse con los dos
conceptos enunciados en el título: lo raro (“Weird”) y lo espeluznante o
misterioso (“Eerie”). Ambos funcionan como modulaciones de la misma extrañeza
con que el mundo se presenta a la conciencia humana, como una esfinge o un
laberinto, para proponerle acertijos vitales y escalofríos ancestrales. Como
bien dice Fisher: “Lo que tienen en común lo raro y lo espeluznante es una
cierta preocupación por lo extraño”. Y lo extraño expresaría así, en palabras
de Fisher una vez más, la “fascinación por lo exterior, por aquello que está
más allá de la percepción, la cognición y la experiencia corrientes”. Mientras
que lo raro cuestiona las categorías kantianas con que comprendemos la
realidad, lo espeluznante supondría una apertura radical a la novedad y la
alteridad más allá de las coordenadas tenidas por reales (“una huida más allá
de los confines de aquello que normalmente consideramos realidad”).
Pero Fisher no incurre en el error de abordar
estas ideas recurriendo a pensadores o escritores canónicos, sino movilizando
una bibliografía y una filmografía fundamental de autores de la fantasía, el
terror y la ciencia ficción, subgéneros donde la realidad es puesta a prueba
por dimensiones paralelas y bucles históricos o cronológicos, presencias insidiosas
como fantasmas, monstruos y alienígenas, experiencias traumáticas y vivencias
al límite de la cordura, o situadas en el borde exterior (o más allá, en algunos casos
extremos) de la razón pura.
No es extraño, por ello, que el libro comience
su fascinante itinerario invocando al gran Lovecraft, fabulador al que ciertas corrientes
filosóficas actuales (el “realismo especulativo” de Graham
Harman, muy en especial, pero también la “hiperstición”
de Reza Negarestani o el “aceleracionismo” de Nick Land) pretenden erigir, con
razón, en paradigma de sus especulaciones más intransigentes sobre la realidad. El discurso de Fisher
se organiza en dos bloques, correspondiendo a sus dos conceptos clave. En el bloque
de “lo raro”, además de los capítulos sobre la ficción de Lovecraft y la
estética enrevesada de las obras tardías de David Lynch (“Mulholland Drive”, “Inland
Empire), destacaría el brillante capítulo donde se asocia “El mundo conectado”
de Fassbinder con el “Tiempo
desarticulado” de Philip K. Dick. Ya es bastante extraño que un director político tan
creativo como Fassbinder creara en los años setenta un telefilm (inspirado en
la curiosa novela “Simulacron 3” de Daniel Galouye) sobre un simulacro
tecnológico de realidad virtual que supere los juegos y bucles metaficcionales
de Borges o Dick, pero más extraño aún es que lo realizara sin abandonar los postulados
de una estética como la suya cercana al realismo expresionista.
Es en el bloque de lo “espeluznante” o lo misterioso, sin embargo, donde se
agolpa el mayor número de ficciones anómalas, o representativas de la anomalía de lo (ir)real, como
la intrigante serie fílmica y televisiva del “Dr. Quatermass” concebida en los años sesenta por Nigel
Kneale. Aquí se reúnen las películas más especulativas de Stanley Kubrick (“2001”
y “El resplandor”), Andréi Tarkovski (“Solaris” y “Stalker”), Christopher Nolan
(“Interstellar”) o Jonathan Glazer (director de una prodigiosa rareza: “Bajo la
piel”) con las ficciones literarias de M. R. James, Daphne Du Maurier, Tim
Powers, Alan Garner o Margaret Atwood. El capítulo más sugestivo de todos
ellos, sin embargo, es el consagrado a la maravillosa novela “Pícnic en Hanging
Rock” de Joan Lindsay (filmada por Peter Weir, por cierto, con hipersensibilidad
para captar la inquietante orografía del paisaje natural australiano y los grandes misterios femeninos de la vida corpórea).
Nada más extraño y perturbador, en suma, que la historia de esas adolescentes
que acaban entregándose al paganismo telúrico del peñasco sagrado para huir de
la educación victoriana que reprime la expansión de sus cuerpos y mentes.
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