[Publicado en medios de Vocento el martes 27 de marzo de 2018]
España es
un paraíso político. No un paraíso fiscal, etílico o sexual, como creen algunos
turistas ingenuos. Un parque temático para politólogos. Un vivero ideológico
inagotable. Un espacio polémico donde todas las ilusiones políticas que un ser
humano es capaz de suscribir, desde la edad de razón hasta la sinrazón del
Alzhéimer, se le ofrecen a bajo precio en el mercadillo mediático. Así contamos,
entre las fuerzas censadas, con la derecha neoliberal más trasnochada del
entorno, pero sin los extremismos de antaño, el centro más descentrado del
espectro y el arcoíris de la izquierda más diversa y sentimental, con la
socialdemocracia fracasando en todos los frentes, los libertarios sexagenarios en
retirada y los activistas antisistema ocultos en la multitud. Y, por si fuera
poco ruido, el separatismo transversal que aglutina izquierdas y derechas de variopinto
pelaje. Nuestra democracia es mucho más generosa que sus homólogas europeas,
como demuestran los bucles y espirales de la farsa catalana.
El mayor
problema español, sin embargo, son los “agujeros negros”. Esas madrigueras del
subsuelo donde se gestan negocios mafiosos y fraudes institucionales. Por cada aparición
televisiva en que un político proclama su inocencia o su ignorancia, surge un nuevo
“agujero negro” en la gestión pública del que no escapa la luz de la
información. En pantalla unos fingen cara de ángel y entonan palabras de
exculpación mientras en las catacumbas los secuaces realizan el trabajo sucio. Como
homenaje a Stephen Hawking, podemos aplicar sus teorías a la realidad picaresca
de la política española, carcomida de “agujeros negros”. Su presencia nociva ha
sido detectada en Madrid, Barcelona, Valencia y, cómo no, en la Sevilla de la quincallería
sociata de toda la vida, como diría el gran poeta catalán. Sin olvidar la
existencia paralela de los “agujeros de gusano”. Túneles por donde fluye el
dinero líquido en cantidades astronómicas de un punto al otro de la galaxia, burlando
leyes y controles estatales. Atajos financieros excavados desde la institución de
turno al bolsillo de su destinatario electo. Un socio empresario, un banco
suizo, un suegro despistado, un paraíso fiscal de alta gama, un hijo inútil, un
fondo de inversiones, una cuadrilla de amiguetes o una cuenta corriente de dudosa
titularidad.
España es
un paraíso para la clase política. Aquí todo está politizado, desde la cultura y
los festejos populares al deporte y la religión. Ser político se cotiza mucho y
sale muy barato, no hace falta ni cursar un máster para ocupar un alto cargo. Y
cuando llega la hora de pagar errores e ir al trullo, te puedes quedar en casa
tranquilo, como Pujol, fugarte del país, como el cautivo Puigdemont, o esconderte
tras un pantallazo de mentiras podridas, como Granados, Chaves, Griñán y
González. Menos paraíso y más política, reclaman los ciudadanos antes de que
sea demasiado tarde.
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