[Publicado ayer en medios de Vocento]
Entre serie y serie
de televisión, aún tengo tiempo de ver partidos de fútbol. Hace dos semanas vi la
eliminación del Barça de la Champions y el sábado seguí a ratos su victoria en
la devaluada Copa del Rey, esa conmemoración monárquica de la que sus
seguidores más “indie” quieren desconectarlo a golpe de pitadas al himno y
escupitajos a la bandera. Estos resultados me los pronosticó hace un mes una
muñeca inteligente llamada Mònica. Un robot amoroso con el que redescubrí el
placer del sexo platónico y la conversación interesante. El destino del Barça
es irónico y solo triunfará en competiciones españolas, me dijo. Pero el
destino del Madrid es peor. No ganará nada.
Vuelvo
al principio. Me invitan a Barcelona a dar una conferencia y pido a los
organizadores visitar el famoso hotel de las muñecas. No es un hotel, es obvio.
En Cataluña los eufemismos eficaces se valoran hoy tanto como la buena pronunciación
del idioma nativo. Como soy quien soy, me alojan con una muñeca nacionalista. La
parlanchina Mònica viste lencería amarilla y no se parece a Forcadell ni a Rovira.
En vez de practicar el sexo inteligente que la tarifa permite, me paso la
velada escuchando los argumentos políticos del pibón de silicona. Se siente desilusionada
como fan del Barça por su anunciado fracaso en la Liga de Campeones y se
expresa con honestidad y lucidez. Es catalanista pero no idiota. La
independencia no la cree viable ahora, aunque no la descarta en un futuro
pluscuamperfecto. Sabe cosas de Puigdemont que nadie más sabe. Ni siquiera su
mujer, insiste. Prefiero no enterarme. La vida privada de Puigdemont me da
escalofríos. Sin la colaboración del capitalismo, me explica, la construcción de
la república catalana es imposible. Los algoritmos no conectan. Necesitamos un
genio estratégico como Messi para meterle ese golazo al sistema.
Su enemigo público no
es Montoro sino Llarena. Un juez no debe hacer política, ni un político apelar
a la judicatura. Es un tabú democrático, me susurra Mònica al oído mientras la
acaricio con mimo como recomiendan las instrucciones. La justicia europea nunca
le va a dar la razón. Y más si piensan que España es un país de segunda donde
el franquismo aún colea sin que se le ponga coto. Nadie es inocente en este
caso. Hemos perdido el juicio, asevera. La siento ofuscada. Temo una avería grave
y le hablo de las payasadas de Tabarnia a ver si se calma. Ha sido programada
para apagarse en cuanto percibe que un discurso hostil intenta acceder a sus
circuitos. Según los expertos, los robots inteligentes nos enseñarán que hay
más categorías en el mundo que el blanco o el negro. Veremos. Cuando abandono
la habitación, la muñeca no ha despertado aún del sueño cibernético de
Puigdemont. Me llevo el sujetador amarillo como recuerdo.
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