[April Ayers Lawson, Virgen y otros relatos, Anagrama, trad.:
Inga Pellisa, 2018, págs. 200]
Un libro de cuentos es un muestrario de talento.
Un catálogo de talentos que el escritor deberá multiplicar a medida que su obra
vaya realizándose con la complicidad del tiempo. Y este libro es un museo narrativo
al servicio del talento singular de April Lawson. April es la escritora más
cruel aparecida en la literatura americana desde A. M. Homes. La perfecta
continuadora, con todas sus diferencias estéticas, de la gran tradición de
narradoras morales que incluye a Carson McCullers, Flannery O´Connor y Grace
Paley, entre otras. Como corresponde a una escritora de verdad, nada es sagrado
para April, no hay tabúes ni en la vida ni en el arte para la mirada lúcida de una narradora como
ella.
La crueldad femenina no es un tema ni solo un
estilo o una pose. La crueldad femenina, para una escritora como April, es una
actitud crítica y creativa con la que plantarse ante el mundo humano para
desnudar con malicia la trama de relaciones y afectos, sentimientos y costumbres que lo
mantienen unido como una tela gigantesca repleta de costuras y costurones mal zurcidos. Este
brillante libro de April es una exhibición de crueldad femenina como no se
había visto en mucho tiempo. Un vistoso paraguas con que protegerse del diluvio
de cursilería y corrección política que, tomando el género como pretexto,
pretende transformar la literatura en un repertorio propagandístico de tópicos
y falacias. Un ejercicio de falsedad, retórica vacua, discurso inane.
Esta espléndida recopilación de cinco relatos (con la excelente traducción de Inga Pellisa como gran cómplice en español de sus maliciosos propósitos) marca el debut de una escritora que posee una visión original de la vida
americana y una voz que transmite la complejidad emocional de las mujeres y
hombres del siglo XXI. Y estos cinco relatos casi podrían constituir una
exposición progresiva de sus capacidades. El primer cuento, el más famoso, no
es forzosamente el mejor. “Virgen” es una parodia freudiana, hecha con humor e
irreverencia, sobre un hombre que acaba casándose con una mujer virgen, tarda
en desflorarla y una vez consumado su atávico papel ve cómo la mujer emprende
una deriva insólita al tiempo que él se ve inmerso en la financiación de una
clínica de radiografías mamarias donde conoce a una mujer casada de exuberante escote
y madre de una niña traviesa y encantadora.
A pesar de su brevedad, “Tres amigas en una
hamaca” rebosa de insinuaciones y sugerencias maliciosas sobre la psique profunda
de las adolescentes, más allá de las vivencias convencionales. “Así es como
tienes que tocar siempre” es una perversa historia sobre una maestra de piano y
su desganada alumna que implica, como en un cuadro de Balthus que se animara revelando los
deseos ocultos de sus personajes, las resonancias acústicas de un teclado que no
acierta a desgranar melodías delicadas sobre un fondo insospechado de
experiencias perturbadoras para la hipersensibilidad de la chica protagonista.
El arte ocupa un lugar preferente en los
escenarios narrativos diseñados por la malévola mente de April. Sus dos
narraciones más logradas y ambiciosas tienen la pintura como ingrediente
esencial. En “Los efectos negativos de la educación en casa”, el narrador y
protagonista es un adolescente problemático y masturbador compulsivo que se
mueve en un mundo mental de turbadoras presencias femeninas: su madre mojigata,
la amiga transexual de esta que le regala un abrigo de visón antes de mudarse a
otra ciudad y morir allí, una chica religiosa dominada por su propia madre con
la que no puede traspasar ciertos límites sexuales y, por si fuera poco, la
carnal Helga, la modelo alemana retratada con fijación monomaníaca por el pintor Andrew Wyeth. (Por cierto, la
mirada cáustica del chico protagonista sobre la figura sórdida y
siniestra de la amiga transexual de su madre podría causar cierto estupor y
escándalo en la liga LGTB.)
“Vulnerabilidad” se propone desmontar con
sutileza los presupuestos de un feminismo demasiado victimista. April concibe
este irónico relato ambientado en el espacio artístico neoyorquino como perversa
deconstrucción de la cita de Margaret Atwood que figura en exergo (“Los hombres
tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres tienen miedo de
que los hombres las maten”.). No es el miedo al asesinato lo que mueve a las
mujeres en su relación con los hombres, ni el temor a la risa femenina lo que amedrenta
a estos, corrigiendo la rigidez puritana del planteamiento de Atwood. Ambos sexos,
como escenifica April con incisiva técnica, se ven atrapados en un mecanismo vital
de seducción y rechazo, pulsión y asco, confusión y fragilidad, poder y
sumisión, que lo explica todo, pero todo, sin necesidad de subrayados groseros
ni dogmatismos espurios. April puede ser la escritora más cruel, desde luego,
pero también la más inteligente y sensible.
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